Pedro Henríquez Ureña nació en Santo Domingo el 29 de junio del año 1884, y murió en Argentina en 1946, a la edad de 62 años. Sus padre fueron la poetisa Salomé Ureña de Henríquez y el Doctor Francisco Henríquez y Carvajal. Fue uno de los más grandes humanistas y maestros de América.
Me referiré a su humanismo e ideas utópicas, utilizando como referencia dos ensayos titulados, Utopía de América y Patria de justicia, dos piezas reveladoras de su filantropía y espíritu prometeico. Sus ideas filosóficas y sociales son alas que dan vuelo a su natural generosidad y bondad, referidas por más de un discípulo y coetáneo suyo. Conocer profundo de la cultura americana y universal, saber que puso a disposición de la libertad y emancipación espiritual del hombre de América, a fin de que saliera de la incultura en que languidecía fruto de la herencia colonial.
¿Cuál es la utopía de Pedro Henríquez Ureña? Formar una Magna Patria, una patria grande, porque como bolivariano que era soñó con la unidad de los pueblos hispanoamericanos, para que pudieran realizar su proyecto humano de vida. Los puntos comunes visualizados por el maestro son la unidad histórica y la afinidad de propósitos en lo político e intelectual.
En su valorado ensayo Utopía de América realiza un ferviente llamado a mantener la fe en el destino y porvenir de la civilización. Su llamado no se sustenta en lo económico ni en la fuerza militar, sino en el desarrollo y cualificación de la cultura espiritual de la humanidad, en una palabra, en el humanismo, porque eso era Pedro Henríquez Ureña, un gran humanista.
Su llamado al cultivo del espíritu, a la alfabetización de la humanidad, a la conquista del bien común, como fundamento de una sociedad justa y libre, conserva fuerza y actualidad. Veamos: “Dentro de nuestra utopía el hombre deberá llegar a ser plenamente humano, dejando atrás los estorbos de la absurda organización económica en que estamos prisioneros y el lastre de los prejuicios sociales y morales que ahogan la vida espontánea; a ser a través del franco ejercicio de la inteligencia y la sensibilidad, el hombre libre, abierto a los cuatro vientos del espíritu” (Utopía de América).
La idea de que sólo el cultivo del espíritu nos salva, la obtiene de la observación del proceso sociohistórico americano, así como de ese drama terrible entre “civilización y muerte”, brillantemente expuesto por Faustino Sarmiento en su Facundo. Al respecto, dice Pedro Henríquez Ureña: “Hombres magistrales como Sarmiento, Como Alberdi, Como Bello, como Hostos, son verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de independencia…son los verdaderos representativos de nuestro espíritu” (Utopía de América).
Para que no se confunda la utopía, con imaginaciones pueriles o falso juego de palabras, el maestro de América, precisa, “no es ilusión la utopía”, “es una de las magnas creaciones del espíritu”, ilusión sería pensar que los ideales se realizarán sobre la tierra sin esfuerzo y sin sacrificios.
Las utopías se sitúan entre lo real y lo posible, entre lo que somos y queremos ser. La humanidad viene haciendo planteamientos utópicos desde que visualizó que tanto individual como socialmente, podíamos ser y vivir mejor de lo que vivíamos. Por eso el dominicano Pedro Henríquez Ureña, vivió con la esperanza de que América avanzara hacia la creación del hombre universal, “por cuyos labios hable libremente el espíritu”.
En Patria de justicia, Pedro Henríquez, le pone alas y metas a su gran utopía, y dice sin rodeos: “Si la Magna patria ha de unirse, deberá de unirse para la justicia, para asentar la organización de la sociedad sobre bases nuevas, que alejen del hombre la continua zozobra del hambre a que lo condena su supuesta libertad y la estéril impotencia de una nueva esclavitud”.
Pedro Henríquez Ureña, al igual que muchos emancipadores espirituales de América, como Sarmiento, Alberdi, Hostos, vieron en los Estados Unidos de los siglos VVIII y XIX, la realización de un gran sueño, así como la concretización de la primera utopía sobre la faz de la tierra. Al tiempo el sueño se hizo pesadilla, la materia devoró el espíritu, y la democracia de todos, se convirtió en factoría para el lucro de unos pocos.
El maestro fue impactado por la experiencia norteamericana, capta su espíritu colonial, de cuyo influjo negativo habían sido víctimas la República Dominicana, Puerto Rico y Cuba, y lo rechaza, por ser impropio de pueblos libres; ve la esclavitud del trabajo y la inteligencia, y lo condena por considerarlo indigno de la condición humana.
Sobre bases profundamente analíticas, concluye de la manera siguiente: “Nuestra América se justificará ante la humanidad del futuro cuando, constituida en Magna patria, fuerte y próspera, por los dones de la naturaleza, y por el trabajo de sus hijos, dé el ejemplo de la sociedad donde se cumple “la emancipación del brazo y la inteligencia” (Patria de justicia).