Hay proyectos cuyos partos son difíciles. Este ha sido el caso de uno de los proyectos emblemáticos de la Fundación Abriendo Camino: el huerto urbano en azotea. Sin embargo, vencidos los obstáculos, es de los proyectos que colman de satisfacción y que pueden servir de aliciente a quiénes quieren emprender proyectos transformadores.
Hace más de cuatro años empezamos a sembrar en nuestra azotea unas semillas que nos regalaron, en unas cajas de madera reciclada, con una vaga asesoría del Ministerio de Agricultura en cuanto al sustrato a utilizar. No solo la producción fue casi nula, sino que lo poco que brotó fue embestido por unas plagas desconcertantes; todo esto, en una quinta planta de una zona urbana.
Hicimos un segundo intento, con la ayuda de un “experto” en huertos orgánicos. La tentativa conllevaba un proyecto de reciclaje (3 R), la elaboración de cajas de madera de pino tratado, más sofisticadas. Este proyecto, dirigido en primer lugar a adultos, no prendió; tampoco pudimos encender la chispa del reciclaje. Para completar, no funcionaron las cajas de madera, colocadas a la intemperie.
El tercer intento, dirigido en primer lugar a niños, niñas y adolescentes vulnerables, fue el bueno. Gracias a unos ángeles guardianes que encontramos en el camino y que nos aportaron sus valiosos conocimientos y recursos indispensables, empezamos a sembrar en camas de polietileno y en gomas recicladas, con un doble propósito, educativo y de sostenibilidad. Sembramos hierbas aromáticas, lechugas, acelgas, rúcula, que vendemos; y berenjenas, ajíes y pepinos entre otros, para fines pedagógicos.
El proceso con los niños ha sido una experiencia maravillosa que demuestra la pertinencia de la educación ambiental a temprana edad, de la implementación de huertos urbanos en las escuelas primarias, y de la importancia de responsabilizar a la niñez. Un acercamiento verde desde la infancia será, sin lugar a dudas, la mejor manera posible de concientizar niños y adultos sobre los desafíos generados por el cambio climático a nivel local y global.
Hoy en día, tenemos un equipo de 55 brigadistas verdes y una lista de espera, en su mayoría capaces de conducir tours guiados del techo a los visitantes y a niños de las escuelas del sector. Estos niños de 7 a 12 años, conocen las hierbas aromáticas porque las mojan, les quitan las malas hierbas, las han investigado y las han visto crecer. Ellos quieren matas y hierbas para llevarlas a sus hogares: orégano poleo para dolores estomacales, limoncillo para el resfriado y yerbabuena para jugos. Saben, a los 7 años, que la albahaca se usa en las pizzas y las pastas, el cilantro de hoja ancha en las sopas y cómo se siembra una berenjena.
El huerto es un espacio de paz en un sector agitado y es una formidable herramienta para fomentar el trabajo en equipo, la solidaridad y la investigación sobre las plantas y sus propiedades. Gracias a este huerto y a la toma de conciencia que permite, tenemos ahora niños y niñas apasionados por el reciclaje y que serán, lo esperamos, futuros activistas medioambientales.
En la segunda sesión del Parlamento, otra actividad específica de la Fundación Abriendo Camino, los representantes de cada grupo de niños, niñas y adolescentes hicieron sus propuestas para la mejoría del Medio Ambiente de su barrio:
https://acento.com.do/2017/opinion/8510365-educacion-ciudadana-2/
Solangi, de 12 años, quiere concientizar tanto los niños como los adultos sobre la legislación medio ambiental para evitar la tala de árboles indiscriminada en el sector.
Víctor, de 10 años, propone hacer un libro de recetas medicinales basado en las plantas del huerto: “cultivamos varias especies que tienen propiedades curativas, como el orégano poleo… Sería interesante investigar estas propiedades y después publicar los resultados. También en nuestra comunidad hay personas que no tienen suficiente dinero para comprar medicinas y estas recetas serían mejores porque serían naturales”.
Jahaniarys, de 9 años, dice que “quisiéramos aprender el cuidado de los árboles porque no sabemos su origen y no sabemos cómo cuidarlos. Siempre vemos la gente de la comunidad mochar los arboles y dejar basura en los troncos y eso no está bien porque los arboles son los que nos dan el oxígeno”.
Karen, de 8 años: “propongo que pongamos tanques cerca de la Fundación para que la gente tire la basura adentro. En Villas Agrícolas la gente tira mucha basura en las calles, callejones y zanjas y esa basura queda suelta”.
Emely, de 11 años, quiere hacer una campaña de recaudación de fondos para arreglar los zincs oxidados de las casas de los compañeritos cuyas casas se inundan con goteras cada vez que llueve y “practicar así la solidaridad”.
Rieymi, de 10 años, explica que “cuidar las plantas en el techo es una de las actividades favoritas de mi grupo. Debemos salir a sembrar matas en la comunidad, ya que la última vez no ha funcionado muy bien. Esta vez las sembraremos frente a familias interesadas para que las cuiden mejor. Con matas las calles se ven más bonitas y sentimos más orgullo de nuestra comunidad”.
Jade, de 9 años, considera que “los niños de mi grupo deben hacer una charla a los padres sobre la protección del medio ambiente; sabemos bastante para hablarles del reciclaje del agua y el cuidado de las plantas”.
Andrés junior ha propuesto servir de enlaces para traer la basura (papeles y plásticos), de las distintas escuelas, para acopiarla en la Fundación por dónde pasa el camión de FUNDAZURZA, entidad dedicada al reciclaje.
Para lograr resultados tan alentadores se necesita un equipo de educadores en el alma, apasionados, comprometidos, creativos, perseverantes, dispuestos a buscar propuestas de educación alternativa. ¡Felices Navidades!