Es una tarde cálida en este lugar sembrado en la montaña que he aprendido a querer y donde dejaré mucho de lo que me queda por vivir. Aquí yacerán los recuerdos y los amores enterrados entre los pinares y las flores de mi jardín.
No me siento bien; trato de sacudirme la frustración y la impotencia que tanto me incomodan y salgo a caminar.
Subo al cerro y veo el horizonte. Es un espectáculo grandioso; los verdes, los cerros y las montañas. Y a lo lejos, inaccesible, misteriosa, la cordillera central rodeada de un aura de un intenso color azul.
No sé qué hacer. Mis vecinos de la comunidad donde tengo una casita, no tienen agua. Apenas unas gotas que no les sirven para sobrevivir a sus días y a la esperanza. La fuente de agua esta empobrecida por la deforestación, y el "acueducto" está -en su mayor parte- destruido. Pero algo debo hacer.
Recién llegada a este lugar, los planes que hice para mejorar su calidad de vida tuvieron respuesta. El entonces director de la CDEEE, Radhamés Segura, nos trajo la luz; la escuela tiene un salón virtual con todo lo necesario para que los alumnos se integren a la educación tecnológica, gracias a José Rafael Vargas, cuando dirigía Indotel. Acudí a médicos reconocidos, entrañables amigos que sanaron a los enfermos.
"Tú mándalos, Arlette, nosotros nos ocupamos de todo". Hicimos operativos médicos y mi gente linda, de esos de corazón blando y espíritu de acero, trajeron muchas cosas necesarias y también la palabra. Se dieron charlas de distintos temas. Y entre las escaseces se levantó una voz: ¡Educar, lo primero!
Pero ellos no tienen agua.
Fue entonces cuando, sin sonrojos, me dediqué a solicitar el servicio a instituciones como Inapa. Inapa trató de ayudar pero -al parecer- no pudo. Traté con Coraavega por una solución a este problema, pero nunca recibí respuesta.
Y entre el ir y el venir, hablar, escribir y rogar, pasaba el tiempo y mis vecinos de la comunidad de El Cercado seguían sufriendo el más aberrante descuido que jamás imaginé conocer de parte de los responsables de servir a la gente.
Me siento halagada por tantas invitaciones a formar parte de los proyectos que ellos a su vez desarrollan. Si yo soy un ángel en mi comunidad, ellos son los míos en esta bella y acogedora parte del país. A flor de piel, se siente el empeño que tienen en acompañarme en este camino que decidí transitar para ayudar a los excluidos de la sociedad que merecen un mejor vivir
Sé que otras comunidades sufren los mismos problemas, pero es mi obligación dedicar mi tiempo y mi energía a mis vecinos, que confían en que los ayude y me saludan así: "Ailette, no nos dejes, tú eres nuestro ángel"
El frío aprieta y el color de la cordillera se oscurece porque se acerca el anochecer.
¿A qué hora saldrá la luna detrás del cerro? En esta agridulce soledad, ella es la única amiga que me queda en mi mundo de ensueños y de sueños.
Tenía otra amiga, una lucecita blanca que al caer la noche resplandecía desde muy lejos. No podía tocarla ni hablarle pero significaba tanto para mí. Ella se fue y la echo mucho de menos. Nunca le pedí nada porque nada podía darme. Creo que se fue por miedo a la tormenta y a los tormentos. No le hubiese hecho daño ni causado molestias. Espero que donde esté sea feliz e ilumine a otros que puedan apreciar su belleza.
Sigo con la cantaleta hacia mis adentros ¿quién puede ayudarme? Pienso. Debe ser alguien que – por su manifiesta irresponsabilidad- no me diga sí porque no se atreve a decir que no.
¡Claro, mi gente, los guardias! Hay un renglón en su presupuesto para ayudas sociales. Me dirán sí o no, pero no volveré a escuchar aquella voz cargada de hipócritas halagos de los que están en los cargos para resolver estos problemas y no lo hacen.
Primer paso. ¿Quién estará como comandante del Sexto Batallón de Cazadores en la Fortaleza de Constanza? Le escribo un mail al mayor general, caballero y amigo, esperanzada en que su hijo el coronel Soto Thorman, a quien conocía, siguiera asignado allí. No recibí respuesta.
Pienso. Debo cumplir con el protocolo. Primero debo hablar y exponerle el caso al Comandante General del Ejército.
Correos, llamadas y preguntas… No puedo localizarlo. Pasaron tres días, sonó el teléfono y oí la voz del Comandante, a quien no dejé terminar su caluroso saludo, y grité:
¡Necesito al Ejército, necesito su ayuda! Le expongo el problema y sigo ¿quién está asignado a la Comandancia en Constanza? No lo conozco… ¿Qué hago, general?
Pocas horas después el coronel Raúl Ramírez y yo teníamos un entusiasta encuentro en su despacho en la fortaleza. Gentil y gallardo, me presentó al personal, dio órdenes de tratarme con especial atención, y recibí de todos las más sinceras muestras de cariño y distinción. Y fue así que con la efusividad que me caracteriza, cuando llegaba a la puerta del recinto militar, me faltaban brazos para brindar afectos a los soldados, a Trini, la Sargento Mayor, a Trinidad, escribiente y asistente de la jefatura, joven mujer, eficiente y de las imprescindibles. Una llamada mía, con el consabido ¡por favor necesito tu ayuda! para imprimir una carta o documentos, para llamar, preguntar y localizar a alguien, es recibida con la debida atención y…con amor.
El coronel Ramírez trazó una estrategia. Conocer a las principales personalidades de Constanza era prioritario. Debíamos involucrarlos en el proyecto.
Ese día llegó.
San Miguel es el Patrón del Ejército. Se ofició una misa, después se celebró un encuentro en el club y allí estaban estas personas. Desde ese momento comenzó a nacer la esperanza.
Son hombres y mujeres con liderazgo, dedicadas a servir. Profesionales y munícipes destacados que se han retirado a trabajar y a vivir allí. La relación entre los militares y civiles es una realidad y estimula verlos trabajar juntos en áreas tan importantes como la reforestación, en la cultura y mucho mas. Ellos a su vez me presentaron a otros importantes constancenses.
De todos ellos he recibido apoyo y un especial afecto.
Me siento halagada por tantas invitaciones a formar parte de los proyectos que ellos a su vez desarrollan. Si yo soy un ángel en mi comunidad, ellos son los míos en esta bella y acogedora parte del país. A flor de piel, se siente el empeño que tienen en acompañarme en este camino que decidí transitar para ayudar a los excluidos de la sociedad que merecen un mejor vivir.
Lo que recibo a cambio es la más extraordinaria muestra de fe en una persona.
Mientras esperamos respuestas, yo, en este rincón montañoso, donde ansío encontrar un poco de paz y acompañada solo del trinar de los pájaros, de las noches de luna y de la salida del sol, abono el amor y la esperanza.
Cuando mis vecinos tengan agua potable sin riesgo de enfermarse y puedan regar sus parcelas, solo entonces volveré a sentarme en mi terraza a ver salir detrás del cerro a mi amiga la luna. Me hace mucha falta.