Hemos llegado bastante hondo en la pérdida de orgullo como nación. Baste saber, para que estemos claros, que aquellos espacios que alguna vez recordaran nuestras glorias están abandonados, sucios, derruidos, cargados de pestes invisibles; en fin, olvidados de la gracia de un Presupuesto Nacional destinado al derroche. Sí, nuestros museos dan pena, las casas donde moran nuestros más queridos fantasmas se caen a pedazos y todo lo que debiera mostrar ante propios y extraños nuestra identidad como pueblo es simplemente olvido, abandono…sin que un solo burócrata se conmueva. (¡Cuanta rabia y tristeza provoca todo esto!).