El cuento “La Espera” de Hilma Contreras no requiere explicación. Es, en una sola palabra, un texto revelador de su maestría como narradora dentro del conjunto de su obra. La  historia es la que todos podemos leer: una aproximación sexual que ocurre entre dos mujeres, una en el rol de activa, y la otra,  pasiva. La pregunta que siempre sale a flote es, si la autora recreó en el mismo una experiencia personal o si es ficción, o bien, si  se desdobló para contar lo prohibido de otras.

En una de mis muchas conversaciones con Hilma  en la década del 90, específicamente,  el once de marzo de 1995, le pregunté, directamente, sin reparos, mirándola de frente, a los ojos, sobre la veracidad o no de su opción sexual, a lo cual  me contestó que: “La Espera” como episodio sucedió,  y que ella sólo tuvo que agregar algunas cosas alrededor del encuentro”. Ni una palabra más ni una palabra de menos. Esto fue todo lo que me dijo.

Festival celebrado en la Embajada de Francia, para conmemorar el 14 de Julio, ofrecido por el embajador conde Louis Keller. 14 de julio de 1951. En la mesa que está en primer plano, Aída con vestido negro, e Hilma con vestido de Escote Halter-cuello en “V”.El cuento lo escribe en la década del 50, presumimos  que en el verano, si partimos de unas notas de Contreras halladas en su archivo tituladas: “Apuntes locos. Impresiones, notas. Bosquejos psicológicos, varios”. Una de esas notas mecanografiadas en su máquina  Remington 10 tiene por título “El último verano”, y comprende  sólo tres párrafos: una nota sobre su cuento “La Cabellera”, otra sobre el  “Cumpleaños de Vitalina”, y una última sobre “La Espera”, nota calzada de puño y letra por la autora con el título de “(La Espera)”, y  fecha “1950”. Este pedazo de papel amarillento es tamaño  8 ½”  X 5 ½ “. La nota sobre “La Espera” dice:

“Estaba sumergida en el silencio como en un baño de frescura sin límites. No era un silencio muerto, de cosas abandonadas ni de tumbas vacías. Sino un silencio viviente, de pensamiento fecundo que se escucha a sí mismo cuando los demás se han marchado al fondo del primer sueño. Para los otros, todo dormía. Para J., todo comenzaba a vivir. Había una ligera vibración en el aire, una trepidación tan secreta que bien podía existir en las células despiertas de J. o afuera, en el espacio oscuro de la noche,  quizás muy a lo lejos algún canto de chicharra o un gemido de tierra”.

Durante el buffete servido durante la fiesta celebrada en la Embajada de Francia. Aída Cartagena Portalatín, primera al extremo izquierdo con vestido negro. Hilma Contreras, al extremo derecho sonriente, parcialmente oculta.En el archivo de Hilma no hemos encontrado el original mecanografiado ni copia alguna de este cuento publicado en periódico o revista; quizás lo guardó, y sólo un tiempo después lo publicó, pero sí se conoció entre su círculo más cercano, en el llamado  “círculo de costura”, entre escritores, escritoras, poetas, actrices y músicos que se reunían en el Estudio de la pianista Aída Bonnelly (1926), en la calle Danae, de Santo Domingo, en el teatro “Mango”.

El  hecho, el episodio de “La Espera” sucede en una pensión donde vivía Contreras. Cuando vino de San Francisco de Macorís, en 1941, a estudiar Filosofía en la Universidad estatal residía en la pensión “Carmen”, ubicada en la calle Arzobispo Meriño, esquina Conde, entonces se desempeñaba como profesora de francés de la Escuela Normal de Señoritas (en la calle Arzobispo Meriño esquina Mercedes). En esta misma pensión vivía la exiliada española Carmen Stengre, que tenía una amistad muy cercana con Pedro René Contín Aybar, Manuel Valldeperes e Hilma Contreras.

Homenaje al poeta Manuel Llanes al publicar el poemario “El Fuego” en los Cuadernos de “La Isla Necesaria” en la Librería Dominicana de Julio Postigo, septiembre de 1953. De izquierda a derecha: Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Manuel Llanes, Manuel Rueda, Hilma Contreras y Lupo Hernández Rueda.Stengre publicó en 1943, en la Editorial El Diario de Santiago, el libro Mujeres Dominicanas (semblanzas). En el mismo dedicó cinco páginas a   Hilma Contreras, señalando en el tercer párrafo: “Si la admiración que siento por Hilma guiara mi pluma, esta semblanza sería tal vez de las más bellas pero ¡ay!, temo que precisamente la admiración y el afecto me coarten y caiga en el extremo contrario, haciéndola árida e insulsa, por no conducirme por la pendiente resbaladiza del elogio  empalagoso y dar con ello razón, a los que afirman que nuestro exceso de emotividad nos impide –cuando del análisis de los hechos se trata- apreciar con claridad los planos objetivos y que por lo general, los vemos y analizamos desde un punto marcadamente subjetivo”.  De Stengre sólo tenemos noticias de  que publicó dos novelas en el país, y,  luego  fue a residir a Venezuela.

Hilma, en aquella entrevista a solas conmigo, como era nuestra costumbre (del once de marzo de 1995),  me confesó que sus cuentos “estaban basados en un hecho real; sucedía algo que me llamara la atención, entonces  yo escribía el cuento”.

En 1954 Contreras residía en la Calle Rosa Duarte 8B, en el apartamento 5, época en la cual era   traductora de la Embajada de Francia; posteriormente se muda al “Condominio Gautier” ubicado en la misma calle Rosa Duarte No. 14.

Una foto-montaje irreverente realizada por Hilma Contreras, encontrada en uno de sus álbumes.Aída Cartagena Portalatín en las reuniones con Eugenio Granell -“el hermoso y alto español”, atribuido como amante de Aída, con el cual intercambió tórridas cartas de amor, según testimonio de Ana Quisqueya Sánchez-, Pedro René Contín Aybar (“un crítico muy incisivo, el único crítico de valor que teníamos”) y  Alberto Baeza Flores,   decía sobre sí misma: “Soy la princesa de Moca en París”, y ellos de ella comentaban: “¡Ahí, sí hay poesía”, además de llamarla: “la sacerdotisa del grupo”. Era la época, al decir de Ana Quisqueya, en que Ramón Lacay Polanco envía cartas muy bonitas con su foto anexa a la carta para coquetearlas, corriendo en torno a la fama de este don Juan que: “toda poetiza soltera eran de él”.

En la calle Rosa Duarte también vivía “la hormiguita boba”, Aída Cartagena Portalatín. Ana Quisqueya (1925-2011),  que me concedió una entrevista en febrero del 2002, a raíz  de Hilma ser galardonada con el Premio Nacional de Literatura (Aída había fallecido en 1994), me dijo: “Aída Cartagena tenía una obsesión con Hilma; creo que esa noche –del Premio- en el público, en un asiento del Teatro Nacional la vi sentada; Hilma posiblemente le estaba agradecida por haber publicado sus primeros libros de cuentos, ¡yo qué sé!”.

Ana Quisqueya, “La Dama Incógnita” de la Emisora HIT, que se dedicaba a las predicciones astrológicas  en la década del 40, hizo lo que ella denominó “periodismo activo” en la época en que Ramón Emilio Jiménez laboraba en La Nación.  Se doctoró en Filosofía en Santo Domingo y, posteriormente, en México se especializó en Antropología Social y Etnología. Ella, Hilma, Aida y Teté eran conocidas en la Universidad como “Las Cuatro Mosqueteras”.

Teté (Enriqueta) Vanderlinder bautizó a Hilma como “La Dama Antigua”,  siendo ella (la misma Teté) quien llegó al grupo con la “noticia” de que Segundo Serrano Poncela (1912-1976), el amor de Hilma, era un hombre casado.

Ana Quisqueya  reiteradamente, cuando  conversábamos en su apartamento del Mirador Norte,  dejaba algo en claro: “Soy testigo de un momento, de una etapa de poder; vivimos todo eso –La Era-. ¡Cómo se hablan tantas mentiras en este país! Yo le tengo amor a la decencia por encima de todo”. Ella casó con el Coronel del Ejército Ernesto Pérez González, Jefe de los Ayudantes Militares de Trujillo, de quien el tirano se agarró a su cinturón, mientras “bramaba como un león”, cuando el médico cirujano Darío Contreras (padre de Hilma Contreras), lo operó “a pulso puro” de un ántrax en el cuello sin anestesia.

Siempre con insistencia me refería que él (Ernesto) le permitió hacer su vida intelectual libremente, organizar noches de tertulias con sus amigos y amigas en su casa de Gazcue,  teniendo en muchas ocasiones a José María Rodríguez como invitado, que era redactor del Boletín Cultural de la Casa de España, y escribía reseñas sobre las mujeres poetas del momento. Rememoraba que Ernesto nunca le habló en contra de Trujillo, y que le decía: “El comprometido en esta casa soy yo”.

Ana Quisqueya fue renuente a ofrecer entrevistas, pero a ella, y a nuestras tardes de complicidades,  debo conocer asuntos y cosas de La Era, vivido en primera persona, o como ella indica como “testigo de un momento”. Por ser ella testigo de un momento, es que he podido re-construir detalles biográficos de Hilma Contreras.

Pero, volvamos a retomar el cuento “La Espera”, este controversial texto donde el discurso de aproximación, el encuentro entre sí, entre dos mujeres, inducido por Lucía, se corresponde a la concelebración de Contreras de amar infinitamente la libertad. Su estrategia narrativa, como podemos  observar, no es en lo absoluto un cuestionamiento a la opción sexual, ni una simple enunciación de una relación entre sexos iguales, genérica

La autora nos presenta el encuentro como algo que puede suceder, que sucede (el amor, el sexo, las caricias, los besos entre mujeres, sólo que en este caso existe un rechazo de una a otra), porque una tiene el recuerdo de un amor que se ha marchado, y la otra insiste en conquistar a la mujer que le atrae.

Hilma en este cuento no complica el lenguaje con ningún tipo de subterfugio; aquí es fluida, escueta, sencilla; su propósito es único: contar algo que sucede, la voluntad de Lucía de detener la pasión de Josefina, fluctuando el paso de las horas en la espera, de una, contra la voluntad de la otra, y un forcejeo del cual los vecinos del condominio podrían enterarse. Lucía derrota las intensiones de Josefina, e impone su fidelidad e idealidad sobre un amor que sabe que la espera a ella, a quien le dice: “Te los guardaré puros, Amor, aunque sólo nos encontremos en un mundo mejor”.

Lo maravilloso de la historia son los monólogos confesionales, el contexto de tensión que crea  la subjetividad de la autora, el código metafórico del final, el engranaje de la situación, la abertura con la cual Contreras describe la aproximación de los dos cuerpos femeninos. Lucía no “aborrece” a Josefina, sólo la rechaza, le da un rotundo “no” a sus intenciones, al no encontrarse cómoda en el intento de una disputa de sumisión y de dominio, de una sobre la otra.

Obviamente, “La Espera” confirma, una vez más, la maestría  de Hilma Contreras, anticipándose a su generación –tanto de hombres como de mujeres- en tratar un tema sin un gesto exagerado, siendo desde entonces y en sí mismo “La Espera” un clásico de la narrativa contreriana y de la literatura dominicana del siglo XX, un cuento que llevado a la pantalla demostraría la extraordinaria capacidad de ambiente y descripción cinematográfica de la autora, su agudeza para manejar los detalles, y su sensualidad  con un vuelo en extremo bien cuidado.

La Espera (Hilma Contreras)

Estaba sumergida en el silencio como en un baño de frescura sin límites. Un silencio viviente, de pensamiento fecundo que se escucha a sí mismo cuando los demás se han marchado al fondo del primer sueño. Era para Josefina la hora en que le gustaba descubrirse en su relación con el Universo, sin interferencias de ninguna clase. La hora en que se reintegraba.

Ya se había extinguido el susurro del joven matrimonio vecino y el jadeante e invariable quejido de la mujer. Apenas un momento antes había rechinado la puerta del Comisionista que regresaba de sus correrías nocturnas. Sobre el cuerpo de Josefina aleteaba el silencio más refrescante ahora después del llanto asustado del recién nacido en la planta baja. Casi sonreía de felicidad cuando su fino oído percibió el movimiento de la puerta de su habitación. Alguien se deslizaba sigilosamente en la oscuridad. La rabia le golpeó las venas y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no abrir los ojos y de un salto abofetear aquel rostro, cuyo aliento ya sentía junto a su cama.

¿Duermes, Josefina?

Como no contestó, una mano cálida la sacudió por las rodillas. Entonces gruñó:

—Vete a dormir y déjame tranquila.

Pero la mano se alargó en una caricia. Josefina se indignó.

—¿Te has quedado a dormir para eso? Se van a dar cuenta, ¡vete!

La otra se tendió en la cama con medio cuerpo sobre Josefina, cuyos músculos se contrajeron defensivamente.

—¡Déjame! Te digo, Lucía, que me dejes.

Lucía rió en sordina.

—Eres cobarde, pero estás loca por abandonarte a las caricias de mis manos.

—Baja la voz, te van a oír… No es verdad, ¡lárgate!

Josefina se revolvió en la cama. Todo aquello era nauseabundo. Al sentir los labios carnosos sobre su vientre tuvo un acceso de ira. Con sus dedos furiosos tirando de los cabellos de Lucía para desprendérsela de encima, dijo amenazante:

—Si no te largas ahora mismo, grito. ¿Me oyes? Voy a gritar con todas mis fuerzas

—No lo harás… Tú le temes demasiado al ridículo para armar un escándalo –se burló la otra–. Tamaña cara pondrían tus hermanos si te vieran en cueros…

Volvió a reír echándole a la cara su aliento de tabaco. tenía formas hombrunas, casi corpulentas. comprendiendo que en semejante forcejeo llevaba las de perder, Josefina se inmovilizó de repente, un nudo en cada fibra. La mujer se sintió aliviada y comenzó a acariciarla ávidamente, a restregarse, a besarla. De pronto, se detuvo:

—¿Qué te pasa? ¿Estás muerta?… Tonta, no sabes lo que te pierdes… O es que… Habla ¡Hay un hombre en todo esto! ¡Idiota!

En el apartamento de enfrente hicieron luz. el hueco de la ventana se recortó luminoso sobre la pared detrás de la cama. Lucía murmuró ásperamente:

—Mira lo que has hecho. La vieja María nos ha oído… Esa maldita nunca duerme.

Luego, dulcificado la voz, agregó:

—¿De verdad no quieres que duerma contigo? Un hombre no es mejor, Josefina, créeme.

En el cuadro de luz de la pared apareció la sombra de una cabeza. Llena de susto, la joven replicó desfalleciente:

—Oh, por favor…

—Sí, tonta, me marcho. Yo tampoco quiero escándalo, pero no tardarás en llamarme, estoy segura que me llamarás porque no podrás conciliar el sueño después que mis manos te han tocado. Esperaré… Ven tú a mi cuarto, allí no podrá oírnos la escofieta ésa.

Masculló unas cuantas groserías más antes de escurrirse malhumorada fuera de la habitación. Casi al mismo tiempo la vecina apagó la luz y fue de nuevo el silencio. Pasaron unos minutos. Un gato maulló cerca, repercutiendo su reclamo en la inmovilidad de Josefina. entonces se dio cuenta de que los latidos del corazón martillaban todo su cuerpo. Se viró boca abajo. como le resultó insoportable el contacto tibio de la cama, decidió levantarse. Después de correr el pestillo de la puerta que daba a la habitación contigua, se dirigió temblorosa al cuarto de baño. Abrió la ducha en la oscuridad. El agua fría le arrancó un gemido, pero a medida que le penetraba en la sangre le fue calmando poco a poco el temblor. Chorreante, se acercó al botiquín y encendió la luz. Al  cabo de unos segundos de contemplación, sonrió jubilosamente a la turgente juventud de su pecho reflejado en el espejo mientras decía:

—Te los guardaré puros, Amor, aunque sólo nos encontremos en un mundo mejor.