Nueva York.-Hillary Clinton y Bernie Sanders representan caminos diametralmente opuestos en el espectro político estadounidense y mundial.
Hillary ofrece ser la “primera mujer presidenta”. Bernie propone reducir las desigualdades económicas, él encarna la esperanza de un nuevo y menos injusto orden político y económico.
En el debate que sostuvieron el jueves pasado, ambos resbalaron, pero el resbalón de Bernie me resultó sorprendente, desconcertante. El repitió varias veces que los bancos y las corporaciones que financiaron a Hillary, la obligarán a gobernar para ellos.
Le pidieron aportar una prueba de cuando Hillary benefició desde el Senado o el departamento de Estado a quienes financiaron su campaña, Bernie resbaló.
Confrontaron a Hillary: ¿por qué no revela el contenido de las conferencias por las que Goldman Sachs, la firma de Wall Street, le pagó muchísimo dinero. Hillary resbaló, cambió el tema, son conferencias secretas.
Hillary defiende a Israel, Bernie, un judío de Brooklyn, defiende a los palestinos, y habla contra las desigualdades económicas en El Vaticano, junto al Papa Francisco.
¡Bernie es un judío de serie!
Mientras Hillary, desde Whitewater, su reforma sanitaria y su privatización del servidor de correo electrónico del departamento de Estado, es un manojo de secretos.
Hillary tiene una pasión fetichista, obsesiva por los secretos.
Quienes la siguen, siguen a Hillary, no a sus viejas ideas; con Bernie es diferente, nadie lo sigue a él, todos siguen sus ideas, que siguen despertando entusiasmo.
Hillary, la candidata del “establishment”, está llena de secretos, sin misterios ni novedades, con una altísima tasa de rechazo.
Si Hillary es candidata, intentará demostrarnos que su rival es peor que ella, eso asegurará una campaña con tanta negatividad, que quien gane enfrentará una seria ingobernabilidad.
Las heridas abiertas por una campaña sucia impedirán construir el consenso mínimo para asegurar un gobierno medianamente funcional.