Hilario Olivo (San Francisco de Macorís, 1959) es uno de los artistas emblemáticos de la Generación pictórica de los ochenta, tanto por su trayectoria estética como por su singular personalidad. Resulta complejo y apasionante estudiar su obra, analizarla y procurar entenderla.
Hilario Olivo pertenece a una generación de pintores dominicanos que, en una cierta y arbitraria necesidad histórica, se incorporan al proceso de varios desarrollos artísticos que su estilo conecta lo prehistórico con lo contemporáneo europeo.
Parte de sus cuadros de “Entre Manchas” (2021), son escenas del cuerpo que prefiguran momentos de placer. Acá se evidencia la magnífica habilidad artística del autor, para superar las dificultades técnicas que supone transfigurar el deseo de los cuerpos voluptuosos a través de una fiera organicidad cromática, que evoca los mejores momentos del cubismo analítico.
Las figuras quedan expuestas con una exuberancia de colores intensos, y las pinceladas sueltas refuerzan aún más el efecto de lo momentáneo y lo parcial, características que van a ser determinantes en la realización de estas obras.
La características de estos lienzos, trascendentes y cotidianos, encuentran su correspondencia en la utilización insólita, al mismo tiempo que se hace uso de una composición convencional. De este modo, Hilario Olivo consigue una gran densidad de matices que absorben los signos vacíos, insensatos, absurdos, elípticos, sin referencias.
Las figuras están dibujadas con precisión, mientras que han bastado un par de trazos para dibujar la sensualidad de los cuerpos. La utilización escasa de materiales de dibujo, consiguiendo con ellos una gran plasticidad, es una de las características más representativas de la técnica de Olivo. En este caso nuestro autor consigue representar los elementos importantes de la escena con la ayuda de unas pocas líneas de contorno, que rellena de sombreado. El resultado es una mezcla de dibujo y pintura, característica inconfundible de su estilo.
El artista elige a un modelo según un tipo humano que él lleva dentro, o que al menos se le parece. “La obra de arte se entreteje en la piel de su creador, como un doble de su propia carne”, dice Jean Paul Sartre. En esos términos, la técnica cava su propia tumba, pues al mismo tiempo que perfecciona los medios de síntesis, profundiza en los criterios de análisis y definición, tanto que la fidelidad total, la exhaustividad en materia de lo real se hace imposible para siempre. La realidad de los cuerpos se vuelve un fantasma vertiginoso de exactitud que se pierde en los gradientes de las texturas, las manchas y las líneas de cada uno de estos cuadros, así Olivo elude todo el dilema de Eros, como dice la poeta canadiense Anne Carson, “con un solo movimiento”. Es un movimiento en el tiempo: simplemente declina entrar en el momento que es “ahora” para el que ama, el momento presente del deseo. En vez de eso Olivo se pone a sí mismo a salvo en un “luego” imaginario y mira atrás hacia el deseo desde una atalaya de desvinculación emocional. Olivo es capaz de incluir paradójicamente en su valoración de la situación erótica “ahora”, todas las implicaciones de la misma situación erótica “ luego”.
Toda la historia actual del cuerpo es la de su demarcación, de la red de marcas y de signos que lo cuadriculan, lo parcelan, lo niegan en su diferencia y su ambivalencia radical para organizarlo en un material estructural de intercambio/signo, al igual que la esfera de los objetos, y resolver su virtualidad de juego y de “intercambio simbólico” (que no se confunde con lo porno-grotesco) en una voluptuosidad tomada como instancia determinante; instancia fálica, toda ella organizada en torno al fetichismo del falo como equivalente general. Es en este sentido que el cuerpo es, en Hilario Olivo, bajo el signo de la sexualidad actual, es decir, bajo el signo de su “liberación”, considerado dentro de un proceso cuyo funcionamiento y estrategia procuran violentar los valores establecidos.
La valoración de las formas estéticas que el artista proclama se refiere por tanto a que dichas formas representan un orden en el mundo desordenado e infinito de la sexualidad primitiva. Hilario Olivo a diferencia de Egon Schiele, Dix, Lucien Freud, Bacon, Klimt, Grosz, entre otros, no acepta entrar en este juego. No pone orden, al contrario, libera. Sigue rumbo del enfrentamiento con lo que se considera permitido en la cultura occidental.
Aquello que designamos como lo “femenino”, lejos de ser una esencia originaria en la obra de Olivo se aclarará como un “otro” sin nombre, con el que enfrenta la experiencia subjetiva cuando no se detiene en la apariencia de su identidad. Si bien todo Otro depende de su “función triangulante” de la interdicción paterna, aquí se tratará, más allá y a través de la función paterna, de un enfrentamiento con una alteridad innombrable–roca viva del goce contra los prejuicios, mitos y tabúes sexuales.
La negación del cuerpo y del mundo se transforma en moral utilitaria y en acción social; la absorción del cuerpo en la vacuidad culmina en el culto al desperdicio y en una actividad asocial. Exaltación de lo económico y útil; indiferencia frente al progreso y anulación de las distinciones sociales y morales. Introspección solitaria, sumas y restas del pecado y la virtud, confrontación silenciosa con un Dios terrible y justo: el mundo como proceso, juicio y sentencia.
Se trata de todo un universo, en el que el sexo se ha convertido en aparato. Se compone de descuartizamiento y cortes cruzados, de pechos amputados y trasplantados, de órganos sexuales, en los que se manifiesta la agresividad erótica de la sociedad del XXI, y se presenta la violencia de una cultura abandonada a la sobreoferta de la publicidad, que no encuentra la forma de romper la soledad en la que están sumidos sus miembros.
Paul Klee se refiere en sus diarios a este problema básico de la pintura. El motivo pictórico se llena con energía y semen. La obra de arte como creación de una forma material es profundamente femenina, dice Klee; la obra de arte como esperma, determinada por la forma, es profundamente masculina. No existe un artista ni un ser humano que sea exclusivamente masculino o femenino. Siempre se da una mezcla sutil de masculinidad y femineidad.
En estas obras se presenta el inevitable enlace de las grandes disposiciones posibles para semejante acceso al mundo: la disposición siniestra, la disposición trágica, la disposición mística. A estas tres disposiciones, que se combinan siempre más o menos entre ellas de maneras variables, podemos añadir otras dos que son diferentes: la disposición pensante y la disposición obrante, que caracteriza la experiencia visual de Hilario Olivo.