Ayer, ocho de marzo de 2020 se celebró en el mundo el Día internacional de la Mujer. En esta celebración siempre está presente el recuerdo de mujeres y hombres comprometidos con los derechos de las personas, así como el de instituciones que trabajan sin cansarse por el desarrollo integral de mujeres y hombres que contribuyan con el bienestar de la nación. Generalmente en esta fecha se recuerdan situaciones que hacen de la mujer una víctima permanente del poder patriarcal, un ser disminuido y en permanente proceso de constitución como sujeto. En esta fecha también se leen, se escuchan y se ven en diferentes medios elogios, piropos y reconocimientos de todos los tipos. Estas manifestaciones no crean ningún problema; no le hacen daño a ninguna mujer; al contrario, la estimula, le reafirma su importancia y sus aportes a la sociedad, a la familia, a la humanidad. Lo triste de este caso es que estas ternezas hacia las mujeres, al menos en la República Dominicana, son coyunturales; son más intensas y visibles en fechas predeterminadas: 8 de marzo, Día de las Madres y 25 de noviembre. Las declaraciones de gratitud, de valía y de dedicación son múltiples y adquieren tanta fuerza en esos momentos puntuales, que inducen a diversas mujeres a olvidar que es poca la congruencia que hay entre las alabanzas y las condiciones de vida en las que viven y actúan. Por esto las mujeres y los hombres conscientes han de trabajar para que la sociedad y el mundo avancen en el trato a las mujeres, con hechos concretos. Es necesario que los hechos estén liberados de adornos postizos.
Estos adornos postizos están presentes cuando en las instituciones estatales y eclesiales, en los partidos políticos y en otras esferas sociales y domésticas, la mujer está afectada en sus derechos a participar en igualdad de condiciones que el hombre; cuando sus derechos son violados; y esta alteración se legitima con leyes, resoluciones y procedimientos. Este es un problema político y educativo que requiere un trabajo intencionado y sistemático del Estado dominicano, de las familias y del sistema educativo. Los procesos educativos requeridos han de estar orientado a profundizar la educación de las mujeres para que desde niñas participen activamente en el desarrollo de su ser como mujer; ciudadana y sujeto apto para intervenir social y políticamente en la vida del país. Avanzar en esta dirección demanda la revisión de leyes distantes de la justicia; la superación de prácticas en instituciones públicas y privadas que subrayan el cuidado y los derechos de los hombres en detrimento de la salud y los derechos de las mujeres. De igual modo, esto ha de hacerse en instituciones religiosas en las que la afirmación de los hombres es potente y las mujeres aparecen como un recurso auxiliar, aunque la membresía femenina esté por encima del 80 %. Esto es un absurdo y al mismo tiempo una rebelión ante las orientaciones evangélicas que invitan a la igualdad, a la justicia y a un trato nada discriminatorio.
No nos causa ninguna molestia el reconocimiento a las mujeres. Lo que consideramos insostenible es que la expresión de la excelsitud de las mujeres esté tan distante en la realidad social, político-económica y laboral. Urge acompañar las aclamaciones y los comunicados de loas a las mujeres con hechos de justicia; con derechos laborales, políticos y religiosos reconocidos, respetados y cumplidos cabalmente.
A todos los que nos ensalzan, muchas gracias. Los invitamos a trabajar arduamente para que salgamos del mapa de uno de los seres humanos más vulnerados y excluidos. Soñamos y creemos que a nivel nacional, regional y mundial contamos con oportunidades para agilizar el paso en la dirección que conduce a una sociedad donde todos seamos igual de importantes.