Hace diez años volví a escribir. Recuerdo que me tomó más de un año tomar la decisión, ponerla en marcha y empezar a escribir una vez más, después de una pausa de años desde cuando publicaba en el desaparecido vespertino Última Hora.

En aquellos años, estaba en sus buenas el auge de Twitter que, con apenas 140 caracteres en sus tuits, ponía a prueba la capacidad de síntesis. Además, el ingenio de mucha gente que compartía sus publicaciones a través de distintos blogs, me motivó a lo mismo.

Escribir es un ejercicio de soledad, pero en él influye el entorno, la gente e indudablemente el estado de ánimo. Uno quiere escribir, tiene la firme convicción y hasta los temas para hacerlo, y a veces cualquier distracción nos tumba el pulso.

La disciplina es una regla de oro que todo quien escribe sabe bien que no se le debe faltar. Más allá de la voluntad, del deseo y la habilidad para hacerlo, uno debe vencerse a sí mismo y en cierto modo hasta obligarse. Y lo escribo convencida de que es así, porque yo, igual que muchísimos más, he pasado por eso.

En aquellos años, conté con el apoyo de mi círculo de entonces, busqué inspiración y leí todo lo que llegó a mis manos y llamó mi atención.

Entre esos libros, llegó a mis manos como un regalo un libro titulado “Los aires difíciles” de una escritora que yo no conocía, llamada Almudena Grandes.

Un libro grueso, de casi 800 páginas, con letras pequeñas y una portada en sepia, con la silueta de dos personas que no decía gran cosa. Sin embargo, como los grandes misterios de la vida, el libro me atrapo, me tuvo y me inspiró.

Quedé tan enamorada de la forma de escribir de Almudena, que empecé a seguir y leer sus escritos en el periódico El País. Ahora conocía a la escritora de libros y a la que redacta para la cotidianidad, para el calor del día a día que tiene el encanto de la prisa, del desenfado y de lo que surja, lo que traiga el día.

Me deslumbraba el estilo. Qué mujer que escribía bueno, simple, llano, intenso y bonito. Yo quería ser ella, cualquiera que la leyera, quería ser ella.

Este sábado Almudena Grandes murió en Madrid. El cáncer le venció el pulso y he lamentado esta muerte como si la conociera. Porque, precisamente, eso pasa cuando uno queda encantado con aquellos que escriben, que escriben bien, que uno los lee, los sigue y los siente propios, de uno, como si fuéramos amigos.

Almudena Grandes dejó mi alma inspirada por siempre de este lado del mundo, aquí en una islita pequeñita en el Caribe, a miles de kilómetros de distancia. Lo que confirma aquello de que uno no sabe para quién escribe. No se sabe nunca cómo puede ir quien escribe, inspirando alma, conquistando victorias y venciendo miedos. Hasta siempre, Almudena.