El 12 de enero pasado se recordaba en Haití el octavo año desde que ocurrió el terremoto que, según estimaciones oficiales, ha diezmado cerca de 300 mil personas y forzó al desplazamiento a más de un millón y medio. En el plano económico provocó daños materiales estimados en un 120% del PIB. Al nivel personal más de uno/a perdimos al menos un ser querido, haitianos/as y también algunos/as dominicanos/as.

Sorpresivamente, en ese mismo día, nos enteramos de una reunión en Estados Unidos que trataba sobre la política migratoria en la famosa Oficina Oval de la Casa Blanca (que tuvo lugar un día antes), en la cual senadores demócratas y republicanos debatieron el tema junto con el presidente Donald Trump. Se reportó que el presidente se ha referido a África, El Salvador y Haití como países-letrinas.

Sus palabras, según las fuentes, podrían ser traducidas así: “¿Por qué tenemos que recibir gente de esos “shithole” (hoyo de mierda)?” Luego de la controversia que generó, a nivel mundial ese comentario el mismo presidente ha dicho que fue víctima de tergiversaciones, que él no se había expresado con esas palabras exactas y que fue sacado de contexto.

Como nunca se debería descartar que esa situación pudo haber sido facilitada para fines de los intereses de la política local de Estados Unidos, ya que el estilo de gobernanza del actual presidente ha motivado incomodidades en los dos partidos tradicionales de ese país. Pero no nos motiva tanto excusar (o defender) al presidente, quien en ningún momento se ha querido disculpar por nada.

En su libro “Reconstruir Haití: entre la esperanza y el tridente imperial”, Ricardo Seintefus, el autor, nos relata lo siguiente: “El 10 de marzo de 2010, convocado por la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de  Estados Unidos, finalmente Bill Clinton rompió el silencio y reconoció que no siempre actuó en defensa de los intereses haitianos”.

Ahora que nos concentramos en un cuidadoso intento de analizar el controversial argumento del más alto representante del pueblo estadounidense, podemos señalar que está, por lo menos, cargado de ignorancia y prejuicios.

Otros puntos de vista han apuntado que, tomando las palabras del presidente como fueron reportadas por diversas fuentes, que su opinión de esos países está cargada racialmente o racialmente discriminatoria… mientras que voces severamente más críticas dicen que se trata pura y sencillamente de un “comentario racista”.

Muchos/as analistas y tantos de la esfera de grandes tomadores de decisión de diferentes países y organismos internacionales, condenan ese comentario del presidente y resaltan también el carácter racista que encierra. Por ejemplo, el Alto Comisionado por los Derechos Humanos de la ONU criticó en la intervención del portavoz Rupert Colville y tachó de racista el comentario, ya que el mandatario ha dicho que prefiere que Estados Unidos reciba personas provenientes de Noruega en vez de esos países “de mierda”.

Sin importar que el comentario sea racista o no, o que sus expresiones fueran tergiversadas o sacadas del contexto, hay que aprovechar y  recordarle al establishment político estadounidense su afanada participación en la desaventura de que esos países se hayan convertido en letrinas, a la opinión trumpista.

Si no ¿cómo olvidar o explicar de otra manera la confesión ante el Consejo  que hiciera William Jefferson (Bill) Clinton, expresidente de Estados Unidos, y uno de los líderes internacionales de la campaña de la reconstrucción de Haití tras el terremoto de 2010?

En su libro “Reconstruir Haití: entre la esperanza y el tridente imperial”, Ricardo Seintefus, el autor, nos relata lo siguiente: “El 10 de marzo de 2010, convocado por la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de  Estados Unidos, finalmente Bill Clinton rompió el silencio y reconoció que no siempre actuó en defensa de los intereses haitianos”.

Y es que los estadounidenses tienen una política estatal desde 1981, en la cual se prohíbe que Estados Unidos invierta en un país donde interviene en el desarrollo de la producción local de materias que podrían competir con los productos de Estados Unidos, especialmente aquellos a ser exportados hacia ese país.

Bill Clinton habría admitido, según esa declaración ante esa Comisión del Senado estadounidense, la responsabilidad de haber alentado la actual baja capacidad de producción haitiana en arroz que hubiera servido para “alimentar el pueblo haitiano”.

Quizás el actual presidente estadounidense, sea en su imprudencia o enviando “una indirecta”, nos esté revelando la opinión del Estado, y más precisamente del establishment político estadounidense acerca de esos países. O sea, “países de mierda”, en los cuales los Estados Unidos pueden hacer lo que le dé la gana, sea probando algún experimento o afianzando sus planes geopolíticos…

Esperamos que la diáspora haitiana radicada en Estados Unidos, que siempre se ha preocupado por la situación de sus compatriotas en República Dominicana, pueda con ese mismo fervor hacer valer ante todo su dignidad y la de su país de origen.