La República Dominicana posee un nivel de desarrollo político modesto  con carencias sustantivas. En este contexto observamos que tanto la política, como los actores principales de ella, están al servicio de objetivos, de recursos y de medios que generan procesos y resultados contradictorios. La contradicción se evidencia en la genialidad con la que se alteran los principios propios de un buen hacer y de un buen pensar en este campo. La política como acción y como ciencia, marca unas orientaciones para la participación social; para la construcción y el ejercicio del poder; para la valoración práctica de la ética; y para la formación de la conciencia y del pensamiento político de los ciudadanos. Nuestra creatividad en materia de política se salta todos los requerimientos y por eso la Ley de Partidos Políticos, la democracia, el ejercicio del poder, las relaciones internacionales y la participación social terminará siendo una caricatura de lo que realmente tendría que ser cada uno de estos aspectos. Esta situación nos lleva a pensar y a proponer que la política como acción y como ciencia, constituya un tema de reflexión en los procesos formativos de la educación preuniversitaria, en los diferentes programas de estudio de las instituciones de educación superior y en el seno de las familias que por su formación y sus condiciones puedan hacerlo.

La política tenemos que asumirla con mayor responsabilidad y seriedad para que la sociedad dominicana no termine cosificándose. La política no es un fenómeno abstracto; tiene repercusión directa en la vida de las personas y de las colectividades; irrumpe en la forma de pensar, de decidir y de relacionarnos con los demás y con las organizaciones. Por esto y muchas cosas más es necesaria una nueva cultura política. Cultura política que no resiste demora ni mecanismos para maquillarla. Apostamos por una  nueva cultura política, en la que los políticos tengan una formación y un desarrollo intelectual que los capacite para gestionar la política con integridad y autoridad moral. De ser así, descartamos a los que utilizan irracionalmente la política y anteponen sus intereses para enriquecerse y comercializar los valores que le aportan autenticidad al ejercicio de esta tarea.

De igual manera, apremia una cultura en la que desde el ejercicio de la política se respeten y se asuman los valores que dignifican a las personas; educan a la sociedad y  legitiman el ejercicio de su tarea como políticos. Así, quedarán descartados los que  son signos de antivalores por su comportamiento divorciado de la ética y por su habilidad para desvirtuar los valores que subyacen en el buen hacer de la política como son la solidaridad, la participación social y el valor de las familias. La instrumentalización de estos valores constituye un atentado al desarrollo de una sociedad sana. La nueva cultura política que nos toca construir ha de convertir en un imperativo la defensa de la democracia real. Este tipo de democracia rechaza todo mecanismo orientado a la alienación de las personas;  al desarrollo en la gente de la fantasía de la promesa. Además, obvia la lógica mesiánica para resolver los problemas de la vida cotidiana. Necesitamos una democracia en la que  la simulación no tenga espacio y donde todos podamos constituirnos como sujetos. En este marco, la nueva cultura política que necesitamos ha de generar transformaciones en el ejercicio del poder y en las concepciones que tenemos del Estado.  Ambos, tienen incidencia directa en cada uno de nosotros y en la sociedad en general. Esta incidencia ha de ser para cualificar la vida de las personas; para potenciar el desarrollo del país y la construcción de un imaginario colectivo que se comprometa con una República Dominicana más humana y civilizada.