Para lo miembros de la Junta Central Electoral (JCE) el recién nacido 2020 será un año muy complicado, de grandes riesgos y mayores presiones. Estarán, literalmente, en el ojo del huracán de la política dominicana.

Hay muchas razones para abrigar temores e incertidumbres.

Primero, el grupo del PLD que lleva 16 años corridos en el Palacio parece no haber incorporado en su imaginario, todavía, como serán sus días fuera del poder.

No se figuran ciudadanos sencillos, obedientes a las leyes y sin sobreprotección. Y, peor aún, creen de verdad que en este solar, el que controla y dispone. sin restricciones, del Presupuesto y de las fuerzas de represión y espionaje, lo  puede todo, todo el tiempo. El poder le parece infinito y de su exclusiva propiedad.

Un conocido miembro de la cúpula del PLD, sin dudas el más locuaz, acostumbra repetir en tono de arrogante, que ¨el pueblo dominicano es un veterano de la historia¨ y que por tanto ¨no se dejara engañar¨.

Es cierto; es un veterano, y esa veteranía la ha utilizado de tiempo en tiempo para quitarse usurpadores y demagogos de encima.

Ahora bien, en medio de algunas experiencias electorales que han degenerado en crisis políticas en America Latina, hemos tenido también dos actores (o factores) desencadenantes: los tribunales constitucionales y las cortes, juntas o tribunales electorales. que se han plegado a caudillos y clanes en el poder. El Perú de Fujimori, Nicaragua con Ortega, Venezuela, Costa Rica y recientemente Bolivia, son dolorosos ejemplos.

En ese tenor, nuestra JCE tiene a la vista dos recientísimos casos electorales también emblemáticos: Bolivia y Uruguay. En efecto, el pasado 20 de octubre se celebraron las elecciones presidenciales de Bolivia, en las que Evo Morales pretendía reelegirse para un cuarto periodo consecutivo y solo consiguió sangrientos enfrentamientos de militares, policías y civiles en las calles y, además, su propia salida aparatosa hacia el exilio.

Ha quedado documentado que un factor determinante de esa grave crisis política fue la conducta ambigua y poco creíble del Tribunal Supremo Electoral boliviano.

Un mes después, el 24 de noviembre, tuvo lugar la segunda vuelta o balotaje de las elecciones presidenciales de Uruguay. Al filo de la medianoche de ese dia la diferencia entre los dos candidatos enfrentados era de menos de un punto y hubo que esperar breves días para conocer el resultado oficial definitivo. Durante esa espera escuche en las calles de Montevideo  (donde me encontraba por razones profesionales), un mismo discurso entre los simpatizantes de los candidatos casi empatados; ¨confiamos en nuestra Corte Electoral y aceptaremos su veredicto¨. Y así fue. Hoy. Uruguay vive en Paz con un nuevo presidente, mientras que en Bolivia la violencia, la inseguridad y las amenazas campean por sus fueros. ¿Hacia dónde nos llevará la JCE en este 2020? ¿hacia Uruguay o hacia Bolivia?