Los poetas son de todas partes, por eso escriben para todos. Muestran lo que está ahí y no se ve, velan para develar, miran en ángulos inverosímiles para enseñar lo sencillo. Por lo que la poesía tiene y no se ve, es por eso que tiene esa potencia subversiva y alertante. Hoy he querido invitar a algunos poetas para hablar de patrias y de poetas.
Compartir la patria con otros no la hace más pequeña para unos, sino más grande para todos. Este tipo de grandeza, que acerca las patrias unas a otras, nos habla de la interconexión de los habitantes del mundo y de que la propia supervivencia y la supervivencia de todos ya no son separable. Y lo digo con un verso de Benedetti: “En un principio fuimos islas y ahora somos urgentes archipiélagos”. Y también con Borges cuando dice: “Nadie es la patria / ni siquiera los símbolos…/ La patria es un acto perpetuo como perpetuo el mundo / nadie es la patria / pero todos lo somos”.
En diferentes épocas y diferentes lugares de la tierra los poetas han manifestado una clara visión cosmopolita y solidaria de la convivencia humana. Este encuentro generoso del poeta con todos los habitantes de la tierra, es un rumbo diferente al del nacionalismo introvertido, miope y autista que otros profesan como caricatura de una lealtad patriótica que expresa una noción distorsionada de la patria misma. Frente a esto, bien haría recordar el verso de Benedetti: “Quizá mi única noción de patria / sea esta urgencia de decir nosotros”.
“Patria es humanidad”, dirá Martí en sus versos. “La verdad es una patria / patria es humanidad”. Y así, haciendo nuestro el decir de los poetas sobre las patrias, se hace presente Pedro Mir, nuestro poeta nacional, quien dirá: “Si alguien quiere saber cuál es mi patria / no la busque / no pregunte por ella…/ Nadie pregunte por la patria de nadie. / Por encima de nuestras cordilleras y las líneas fronterizas / más rejas y alambradas que carácter / o diferencia o rumbo o el perfil / el mismo drama grande / el mismo cerco impuro del ojo vigilante. / Veinte patrias para un solo tormento / un solo corazón para veinte fatigas nacionales… / Y el día que estalle la libertad suprema y soberana… / habrá una gran patria / una grande / inmensa / inmóvil patria para todos / y no habrá un país para estas lágrimas”.
Todas las patrias de la tierra del hombre son del hombre, de todos los hombres. Nos anima a sentir, decir y defenderlo los versos reverentes de Benedetti: ¿Qué pasaría / si un día despertáramos dándonos cuenta que somos mayoría? / ¿Qué pasaría si de pronto una injusticia / solo una / es repudiada por todos / todos los que somos todos / no uno / no algunos / sino todos? / ¿Qué pasaría si rompemos las fronteras / y avanzamos, avanzamos y avanzamos? / ¿Qué pasaría si quemamos todas las banderas / para tener sólo una / la nuestra / la de todos / o mejor ninguna / por no necesitarla? / ¿Qué pasaría / si de pronto dejamos de ser patriotas / para ser humanos?
Y para terminar por ahora, los versos de un poeta de otra patria, que murió defendiendo la nuestra, Jacques Viaud, “el poeta de una sola isla”, muerto en la revolución de abril del 1965, cuando apenas tenía 24 años: “Estoy tratando de hablaros de mi patria, / desde aquí / desde mi guarida salina, / desde Santo Domingo, / quizás os hable de ambas: / son dos terrones complementarios, / puntos cardinales de mi tristeza / caídos de la rosa de los vientos / como amantes cuyos abrazos se rompieran”. /…He querido hablar de mi patria / de mis dos patrias / mi isla / que mucho dividieron los hombres / allí donde aparearon para crear un río”
Los poetas, los poetas vivos, los poetas muertos, con el alma salpicada de humanidad, “sin preguntarle a nadie cuál es su patria”, llaman a escuchar el ¡ay! de aquellos que sufren en la tierra. Y es “que ese ¡ay! –dirá León Felipe- se organiza y santifica. / Entonces nace el salmo. / Del salmo nace el templo. / Y a la sombra del salmo ha estado viviendo el hombre muchos siglos”. Convirtiendo en gritos estos salmos y en salmos estos gritos, los poetas piden que todas patrias sean patrias de todos, donde rompamos las fronteras, donde quememos todas las banderas para tener sólo una, la de todos.
Y si alguien se atreviera a tildar de traidores a estos poetas invitados por mí, que también digan de mí lo mismo. Y que no duden en incluirme en la misma lista en la que figuran Juan Bolívar y Colombo.