Por Matías Bosch Carcuro y Pablo Sepúlveda Allende
Todavía es necesario que se conozca que en República Dominicana, un pequeño país “en el mismo trayecto del sol”, tras décadas de oscurantismo dictatorial, en 1963 ya había un grupo de militares alistados para defender la democracia. Desde antes del golpe de Estado del 25 de septiembre, el presidente Juan Bosch y esos militares no cesaron de conspirar, y surgió la Revolución de Abril.
Esa epopeya triunfante que unió soldados y ciudadanía es la que, verdaderamente por vez primera en América, derrocó a un gobierno golpista, recuperando el Palacio Nacional el 27 de abril de 1965. Solo la invasión militar del mayor poder de la Tierra pudo torcer el rumbo de la rebelión militar y popular.
Esos episodios dan una gran lección política: Sólo un gobierno digno, honesto y transformador, que respete al pueblo como mandante y se asuma como su mandatario, ha podido y podría ser defendido de forma genuina y heroica.
Ese mismo pueblo que, mayoritariamente analfabeto y empobrecido, no pidió ni recibió una sola papeleta ni dádivas para elegir su presidente en 1962. La misma fuerza que hizo posible que la candidatura de Bosch y el Partido de la Liberación Dominicana en 1990 obtuviera una mayoría electoral, contra toda la maquinaria electorera y corrupta, contando con no más de 5000 militantes, logrando una tasa de 130 votos por militante.
Recordando ahora a Allende, volvamos a su último discurso del 11 de septiembre de 1973: “…Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos (…) El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse”.
El pueblo chileno, como el dominicano, no se humilló. Desde aquel día no dejó de resistir y en los inicios de los 80 la tiranía cívico-militar dirigida por Pinochet se estremecía. Por eso fueron necesarias la campaña de exterminio entre 1973 y 1974, y luego la campaña de terror selectivo. La tiranía tenía como misión histórica restaurar por la vía violenta la hegemonía del capital y luego establecer su modalidad neoliberal. Esa restauración se consolidó después “pacíficamente” mediante los pactos de la “transición”. No bastó bombardear La Moneda ni la caída en combate de Allende: hubo que desplegar una guerra sucia, el terrorismo de Estado, el fraude electoral y los pactos a oscuras contra un pueblo que defendía su proyecto.
El orden de los factores no altera el producto… siempre que se trate de suma o multiplicación, no de resta o división. La grandeza histórica de proyectos como los que encarnaron Bosch y Allende radica no sólo en la virtud de sus líderes visibles o su apoyo electoral, sino también en que fueron proyectos donde estos eran un instrumento de la soberanía de sus pueblos, con la meta de transformar la vida de la gente y recuperar la capacidad de los países para desarrollarse. Una política totalmente distinta a la impuesta por el electoralismo vacío, el caudillaje y el clientelismo que envilecen e instrumentalizan al pueblo. ¡A ver por cuál caudillo o producto del marketing se lanzaría la gente a poner lo poco que tiene y entregar hasta la vida! ¡Algo así no podría perdonarse y había que tumbarlos!