Dedicado a Rosalba, su hija de 14 años porque hacemos nuestro su dolor.
No pensaba escribir sobre este tema. Me movió hacerlo el dolor de Rosalba, una niña de 14 años cuya madre fue arrastrada a una muerte prematura.
La semana pasada murió, se “inmoló” una profesora. Su muerte tiene el rostro de todos los maestros dominicanos. Que todos los maestros y estudiantes del país puestos de pié digan su nombre mirando la bandera! Sin maestros no hay Patria!
Murió en Santiago la maestra María Rosalba Ureña, dejando en la orfandad a su hija Rosalba de 14 años y a su madre Doña Estrella Arías. Y también a los cientos de estudiantes que pasaron por sus aulas desde su temprana vida de maestra.
Era el sostén económico de su hogar. Haberla privado de su salario constituye un hecho injusto y humillante. ¡Suficiente para matar en vida el corazón de una maestra! Su ida abrupta les duele a todos los maestros y debe despertar su solidaridad, su indignación y su rebeldía.
Era profesora de los cursos 3 y 4 de primaria en Escuela Salomé de Licey al Medio. Aunque estaba de licencia médica en espera de su pensión, su corazón de maestra nunca dejó de latir, seguía alfabetizando los sábados y los domingos en el Programa Quisqueya Aprende Contigo.
Refiriéndose a su muerte, así se expresó su compañero de labores docentes, el profesor Manuel Ramón Jiménez: “Desde el día de su muerte no he podido dormir. Sufrí mucho su muerte. Era una maestra de corazón. No se limitaba a dar clase en la escuela, sino que se preocupaba porque viejos, adultos y niños aprendieran a leer y a escribir. Era una persona generosa y cariñosa. Era buena hija y buena madre”.
Murió dos veces. Primero la mataron aquellos que acorralaron sus esperanzas. Aquellos que hicieron oídos sordos al clamor de justicia de los maestros cuyo decoro docente le fuera atropellado. Aquellos que asumieron con indolencia su propio reclamo y el de otros tantos maestros que también ella hizo suyos.
Se segunda muerte fue una inmolación. Se inmoló en nombre del decoro. Su muerte, que a muchos ha de dolerle, le otorga un aura de martirio.
Se inmoló para gritar contra el atropello a los 1,819 profesores cuyo trabajo y salario les fueron torpe y cruelmente arrebatados y su precariedad exacerbada.
Y las inmolaciones producen “llantos colectivos”. La “Primavera Árabe” comenzó con la inmolación de Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años que protestó contra la policía, el cuatro de enero de 2011.
Vista historia de hija, madre y maestra amorosa, es difícil creer que la muerte de la maestra María Rosalba Ureña fuera producto de la locura o de la depresión, como quiso decirse para hacerla la única “culpable” de su trágica muerte.
La tragedia de su muerte la fabricaron otros. La culpa es de aquellos que llenaron de tormentos e incertidumbres su corazón. Y ojalá que esos mismos no sigan provocando otras desolaciones que empujen a otras inmolaciones.
Ha muerto una maestra de la Patria. Que deja con la soledad y la indefensión a cuestas a una hija y a una madre que no esperan recompensas de los “verdugos” pero que si merecen la solidaridad de todos nosotros. ¡No las dejemos desamparadas!
Ha muerto una maestra de la Patria. Su muerte enluta a todas las comunidades educativas de todos los rincones del país. ¡Convirtamos en lección su grito, su entrega, sus sueños y su decoro!
En medio del sufrimiento que produce su muerte, consuela el saber que los maestros no pasan al olvido. Que los maestros son eternos.
Ellos dejan sus huellas y su amor en el futuro para siempre. Ellos crean sus propias resurrecciones.
¡Que Dios la guarde en su reino a la diestra del alba!