A medida que sube el calor atribuido a los vientos del Sahara aumenta en la población una suerte de bullicio raro. Este año, el sofocante calor está acompañado por una cruel falta de agua que surge en el mismo momento que los ambientalistas están al grito porque un parque nacional, que protegía zonas vitales para la generación del preciado líquido, acaba de perder su condición por una sentencia inexplicable del Tribunal Constitucional.
A la crisis del agua se agrega una tanda de apagones veraniegos, a pesar de la entrada en servicio de la que -supuestamente- iba a ser nuestra potencial salvadora. Sin embargo, Punta Catalina no volvió a generar desde un cierre, hace más de un mes, que debía durar 12 días, y que deja abierta la pregunta de saber qué habas se cuecen en este sector.
A veces quisiéramos dejarnos invadir por una suerte de letargo y olvidarnos de todo lo que hierve: Big Papi, el juicio Odebrecht, las travesuras de Jean Alain, la reelección, el proceso electoral más complicado de la bolita del mundo y unas elecciones de las cuales nadie entiende gran cosa, sino que la silla está caliente al igual de los demás temas que le agregan cada vez más calor al tórrido clima actual.
En pocos días hemos aprendido muchas lecciones y la primera de ellas es que nos ha tocado un sicariato precario y con muy poco profesionalismo, que apenas demuestra conocer los elementos básicos de su menester. Por su desempeño, nos damos cuenta que tenemos sicarios que ni siquiera ven televisión para aprender su oficio. Nosotros, los aficionados a las pantallas estamos acostumbrados a más destreza.
Se nota que los integrantes del último colectivo, hoy en día bajo las rejas, son de muy poca monta: desertores escolares precoces, analfabetas, carentes de habilidades cognitivas y sociales, marginados de la sociedad desde la niñez temprana. Eso se refleja en los pobres mandatos que recibieron y en su supuesta grosera equivocación en el blanco.
Hemos aprendido que la mafia opera desde las cárceles, que los capos hacen una vida normal y frecuentan sin problemas sitios donde los tratan de Don; que algunos se pelean por mujeres a papeletazos limpios y que los íconos, cuando vienen por nuestros lares, olvidan muchas veces cuidar su imagen.
Hemos visto con estupor cómo la suerte de un hombre, y hasta de un país, puede cambiar en una fracción de segundo, por unos hipotéticos reflejos en una nevera y otros malabares difíciles de entender, si no fuera porque estas explicaciones fueron ofrecidas, de manera muy seria y circunspecta, a una ciudadanía ansiosa de respuestas, por las máximas autoridades encargadas de la seguridad ciudadana. Es una pena que hayamos llegado a un punto en el que, aunque el Procurador pueda decir la verdad, la “percepción” inmediata es otra.
Y es que cuesta creer que las historias de nalgas, cercanía de poderosos y/o de políticos encumbrados, o de una posible viuda negra, fueron espejismos provocados por los vientos del Sahara y se desvanecieron. Big Papi, el héroe dominicano, ha sido simplemente víctima del error humano, no de su gloria y amistades.
Será entonces por un a equivocación de blanco, que la repercusión de la onda de choque Big Papi, ligada a muertes naturales de turistas que suceden en toda parte del mundo, ha desatado una campaña nacionalista contra enemigos que no se definen y que, se supone, han desatado un complot para hundir nuestro turismo.
La ola de cuestionamientos que trajo consigo el balazo a David Ortiz demuestra solamente que la crediblidad de nuestras autoridades está más baja que nunca.
Lo que pasa es que los tiros nos salen a menudo por la culata, como lo demuestra en otro orden de la vida nacional, la Ley de Partidos, que debió democratizar la vida interna de los partidos, y en vez de lograrlo consagra el poder omnímodo de las cúpulas partidarias. Vaya avances.
En estos días, la Junta Central Electoral prohibió un spot de televisión por violar la ley. El ministro incriminado, desafiante, respondió entonces lanzando un spot de radio orientado en la misma dirección del que le acababan de prohibir.
En este contexto, el soborno a legisladores para que modifiquen la Constitución ya no es noticia, por lo mucho que se repite. Lo grave es cómo un alto número de personas han integrado la normalidad del soborno, en este país de Alicia y no se pregunta si la militarización del Congreso para forzar una reforma constitucional le hace más daño a la República Dominicana que la muerte de una decena de turistas estadounidenses.
Nos enfrentamos a un mundo y a un submundo que solo enriquecerá el productor de Netflix (¡extranjero, claro está!), que hará las próximas series que ningún productor dominicano se atreverá a realizar: “Big Papi en la República Dominicana”; la “Version dominicana del juicio Odebrecht”, o “Memorias de un joven procurador”.
Mientras tanto, hemos tenido motivos de regocijo: el país se alegró del excelente trabajo que realizó el embajador Olivo en la Feria del Libro de Madrid, así como de la recuperación progresiva de David Ortiz.