Desde que entró en el salón me percaté que el lenguaje corporal de esta niña de 13 años gritaba algo. Llegó tarde el primer día del campamento de verano de la Fundación Abriendo Camino, acompañada de su abuela, para unirse al club de adolescentes.

Karina no se veía en su lugar con su grupo de edad, compuesto por jóvenes inquietos, decididos a aprovechar cada momento de sus vacaciones con intensidad.

El desarrollo de las actividades confirmó esta impresión. Nada de juegos cooperativos, nada de calentamiento para la clase de teatro, nada de contactos. Era como si su cuerpo flaco, con abundante busto, una casi imperceptible desviación, largas piernas encerradas en unos jeans muy apretados, se pusiera tieso y se negara a hacer cuclillas, o a soportar el contacto de sus pares. Acompañaba su lenguaje corporal con una mirada suplicante o una sonrisa que decía “no puedo”.

De repente, salió de la sala con náusea, se quedó en el pasillo, se puso a llorar y comenzó a convulsionar. Tres hombres no fueron suficiente para impedir que se lastimara. Perdía el conocimiento, volvía en sí, se calmaba un minuto.  No bien salía de una crisis que iniciaba otra.

El 911, con su eficacia notoria, tomó rápidamente parte en el asunto, confirmando que se trataba de un ataque nervioso y no de epilepsia, y la llevaron acompañada de la asistente social de la Fundación al hospital, donde pasó la noche.

Karina vive con su abuela materna, que hace limpiezas para subsistir. La historia familiar es una larga historia de desdichas transgeneracionales, producto de la pobreza y de la ignorancia, donde las mujeres tienen hijos muy joven con la esperanza de salir de su situación con una unión temprana.

La abuela, una mujer todavía relativamente joven está cansada como resultado de la mala vida: “se la buscaba” y vendía su cuerpo para sobrevivir, y en estos menesteres procreó 4 hijos. El mayor está preso en Nagua por robo y “tráfico de sustancias”. El menor de 14 años ha estado igualmente preso, por robo y “tráfico de sustancias” también; y vive con ellas, representando un peligro potencial para su sobrina. La mamá de Karina tomó el mismo camino que su progenitora. Parió a los 16 anos y tiene dos otras hijas que viven con ella en Nagua.

Karina fue abusada por su padre durante años. Cuando la madre se decidió a depositar una querella, el padre huyó y la demanda nunca prosperó. Para Karina la tranquilidad no duró mucho, hubo solamente un cambió de verdugo y el padrastro siguió el mismo camino. La abuela tomó cartas en el asunto y lo denunció; entonces el padrastro se desgaritó y la madre de la niña dejó la ciudad con sus otras hijas.  Nunca dieron con los abusadores, de modo que dos peligrosos depredadores andan sueltos, junto a centenares -o miles- de otros.

De lecto escritura la joven no sabe mucho, pero es ágil con los números y sabe decir la hora solo al mirar de reojo cualquier reloj. Esto lo aprendió en medio de duras penas, traumas, lágrimas y frustraciones. Mientras las otras niñas esperan a sus padres para que las carguen o jueguen con ellas, Karina esperaba la llegada de la hora de su tormento diario cuando el hombre que debía protegerla la usaba como objeto de placer sin nada de escrúpulos, ni sentimiento alguno. Estos terribles momentos le costaron su ingenuidad y su inocencia y le hicieron conocer el infierno aquí en la tierra.

Inútil decir que la pequeña no encaja y no se integra. Cualquier inocente juego de mano, o burla de sus compañeros le trae a la mente recuerdos que no puede procesar. Los revive y los expresa en cierta forma. Tiene altos niveles de ansiedad y no puede manejar sus emociones. Le robaron su niñez y tiene miedo de entrar en la adolescencia, prefiere las muñecas que nunca tuvo. Para ella su papá es literalmente Satanás; sin embargo, en su búsqueda de protección es una presa sumamente frágil que puede dar su confianza de manera equivocada a un hombre protector, o supuestamente protector.

Estaba sentada y viendo sus hombros moverse al ritmo de un zumbathon le pregunté si le gustaba bailar. Me contestó de inmediato: “no puedo, soy cristiana”. No obstante, niña al fin, agregó a seguidas: “pero quizás aquí lo puedo hacer”.  Le gusta la iglesia, donde va todos los días a las siete de la noche, porque siente ese lugar como un ambiente seguro donde puede estar suelta sin sufrir nuevos abusos.

¿Habrá posibilidad de justicia y resiliencia para una chiquilla que ha sido martirizada desde su más tierna infancia y que ha visto todos sus derechos cercenados? ¿Podrá reinsertarse en el mundo de sueños propio de la adolescencia y tener una relación sana?

El camino es muy largo; se trata de acompañar a Karina sin desmayar en su proceso de reconstrucción, extraerla de su entorno familiar para insertarla en una de las pocas estructuras existentes donde personas fuera de lo común se dedican al rescate de niñas víctimas de abusos sexuales. Habrá que procurar y esperar que se haga justicia. Tratar de que, si estos verdugos llegan a los tribunales, no se les suelte contra las fianzas que ofrecerán para volver a cumplir su rol de depredadores implacables en la calle.

En lo personal, se me mezcla todo en la cabeza: los derechos del hombre y los de la niñez; los derechos humanos de los abusadores, después de haber leído un articulo en acento.com sobre “la castración química y los derechos humanos”, escrito por  Fernanda Frías; los argumentos de los pro vida y el  derecho a la vida de los fetos no deseados por sus madres; la existencia o no existencia de un Dios de amor y compasión; nuestro lugar en una sociedad que produce miles de abusadores y tolera sus actos criminales; el lugar de CONANI, de la Justicia, de cada uno de los testigos del dolor humano que no tratan de cambiar una sociedad que se desploma frente a la indiferencia casi generalizada.