Nunca he visto una noticia de primera plana con la palabra “mangú”; ni un editorial o artículo que le rinda honor; ni a un líder político declarar que le gusta el mangú (incluyendo a Hipólito Mejía, que lo consume con envidiable fruición); ni ningún discurso presidencial que lo mencione; ni un intelectual que haya elevado los méritos del mangú; ni a ningún candidato prometer mangú; ni una calle que se llame mangú. Y todo ello –¡oh, ingratitud!– a pesar de que todos los dominicanos comemos mangú y nuestro orgulloso subdesarrollo tiene el sello inconfundible del mangú (y si es con aguacate, mejor).