Como forma de mantener unidas a sus tropas, y a pocos meses del inicio de su segundo mandato, Danilo Medina reunió en el Palacio a sus leales “presidenciables” para alentar sus aspiraciones. De ese primer encuentro los más cándidos salieron respirando futuro; los otros, con cierto escepticismo, dejaron su entusiasmo a la espera de mejores definiciones. Francisco Domínguez Brito madrugó y fue el primero en renunciar al Ministerio de Medio Ambiente para dedicarse por entero a una campaña que no ha tenido pausa. Los demás le siguieron con parecido empuje, pero con reservadas dudas.
A muchos de los que hacen y viven de la opinión les extrañó, sin embargo, que Francisco Javier García y Gonzalo Castillo Terrero no salieran a la arena. Ese hecho hizo suponer que había un plan distinto en marcha. En efecto, desde la segunda mitad del pasado año prendieron los preparativos para la reelección de Medina, de la mano, entre otros, del mismo Gonzalo Castillo Terrero. De manera que ya el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones tenía dominio reservado de una decisión que otros no conocían del todo; así empieza a confirmarse quiénes son los hombres de confianza del presidente. En ese círculo Gonzalo ocupa un puesto de primera atención.
Es justamente cuando Medina anuncia su desistimiento que Gonzalo Castillo retoma sus aspiraciones y lo hace con un despliegue soberbio de recursos. No han pasado tres semanas de ese anuncio y ya Gonzalo se apuntala como el hombre de Danilo. A Gonzalo le ha bastado con decir que va para entrar en franca competencia, lo que a otros les ha tomado tiempo, esfuerzos y recursos. Tal percepción no es graciosa: tiene una historia consistente de coartadas.
Entre todos los aspirantes de la corriente danilista, Gonzalo Castillo y Reinaldo Pared son los hombres de más confianza del presidente. El primero conoce sus negocios y el segundo sus debilidades políticas. Uno y otro saben de los apuros de Medina con Odebrecht y llevarán al polvo sus pecados. Ambos son reciamente discretos y leales. Nadie duda de sus éxitos: uno como “empresario” y otro como político. Reinaldo, sin embargo, no sueña con tener el dinero ni las relaciones de Gonzalo con los núcleos empresariales de marca política. Tampoco le provocan como a este último los negocios; vive el poder ¡a puro pecho!
Cuidar al presidente es para Gonzalo un asunto de preservación personal por haber sido su mentor desde que Medina era un modesto candidato; ya en el gobierno, Gonzalo pasa a manejar una de las carteras de más alto presupuesto y su despacho se erige como el centro de las grandes contrataciones del Estado, con las consabidas oportunidades de retorno legitimadas por nuestra cultura de impunidad. Su lealtad al presidente se ha construido sobre el secreto más fuerte: la complicidad. Existe una relación simbiótica difícil de desatar: para Gonzalo, Danilo es protección política y, para Danilo, Gonzalo es caja fuerte.
Gonzalo no era un gran empresario antes de convertirse en el portentoso ministro que es hoy. Tenía negocios en franco crecimiento pero a una distancia cósmica de lo que son en este momento. El gran salto se lo debe a las extraordinarias contrataciones con el Gobierno y a sus productivas relaciones con los contratistas.
La prudencia con que Gonzalo ha manejado la palabra le ha faltado para hacer sin rubores negocios con el Gobierno. De hecho, en los corrillos de las instancias más altas del partido la fortuna de Gonzalo es comidilla. Hace más de un año le inquirí a un influyente miembro del Comité Político las razones por las cuales él entendía que Gonzalo no era un candidato apto, según su opinión. La respuesta no me sorprendió: “Su dinero es muy vulnerable”, me dijo resueltamente. El talante de “empresario” (condición que en este país sigue siendo respetada) le da a Gonzalo mayor apertura en comparación con el resto, que solo pueden acreditar una carrera política. Los centros de poder han promovido la idea de que el empresario no delinque y que el político es el sospechoso. Al amparo de esa embustera “verdad”, Gonzalo sobrepuja a cualquier otro precandidato de la facción danilista. Esto sin considerar que el ministro tiene una cartera monstruosa de contratistas y suplidores con inflados bolsillos, los que a la hora de apoyar nunca sentirán que su aporte sea una fastidiosa contribución huérfana de toda expectativa de retorno. En eso Gonzalo es muy agradecido.
La salida de Gonzalo al ruedo me confirma la impresión de que, en un eventual acuerdo político entre las fuerzas rivales dentro del PLD, Danilo negociará la candidatura vicepresidencial. En ese cuadro solo dos candidatos le garantizan la lealtad que precisa para negociar un pacto de indemnidad sin mayores sobresaltos: Reinaldo Pared y Gonzalo Castillo. Sin embargo, este último no solo guarda secretos, también el maletín. Si Gonzalo no tuviera competidores tan pálidos, su suerte sería otra; es tan frágil la sanidad patrimonial del ministro que en sus patios cualquier vientecito levanta una monstruosa humareda. Pienso que salir a la calle con ese lastre es suicida a menos que los intereses resguardados no solo sean fuertes, sino también ajenos. En ese caso solo Danilo Medina guarda su estrella.