El presidente Danilo Medina ha hecho énfasis reciente en reforzar y ampliar la clase media, como forma de amortiguar la disparidad económica y social en un país donde el ascenso económico refleja una marcada disimilitud entre los pocos que poseen demasiado y los muchos que apenas subsisten con lo necesario.
¿Cómo sería posible hacer realidad semejante intención? ¿Dónde termina el Partido que tiene dueños, y comienza el País que es de todos? ¿Cuándo la bonanza económica y material llegará a las masas necesitadas sin que ello implique un compromiso de lealtad degradante, la sumisión ante una prebenda degradante o la limosna que ofende a quien la recibe; todas raíces y alimento de la corrupción?
La administración Medina realiza esfuerzos ingentes en crear empleos en sectores vitales como zonas francas, turismo, tecnología, escuelas, producción y exportación de alimentos nativos. Sin embargo, para el País y para la ciudadanía la percepción es que ello no es suficiente debido a la pesada carga de pobreza que arrastra la nación, aupada por la ausencia de transparencia, falta de consecuencia y la irresponsabilidad pública, entre otros factores no menos agravantes.
La cruda realidad es que el progreso no llega solo a las naciones. Le acompañan ideas correctas, enfoques apropiados, esfuerzos bien dirigidos y mancomunados
¿Cómo sería posible garantizar que las contribuciones al fisco se traduzcan en dinero que llega al pueblo en forma de servicios de calidad, carreteras, puentes, energía eléctrica, educación, salud real y otras necesidades básicas de un pueblo que carece de ellas desde hace décadas, mientras cada vez más se da una vuelta de rosca a la presión impositiva y sus resultados en servicios públicos de calidad no suelen ser proporcionales en todos los casos?
El liderazgo en el mundo se traduce en fortaleza moral tanto como militar o jurídica. Sin embargo, más intenso resulta a lo interno de un país el sentido de dirección, dinamismo, acción y resultados tangibles, por ejemplo, en el combate a la pobreza, el abuso infantil, la violencia de género o la tiranía.
Para muchos dominicanos, hoy resulta obvio que la batalla por una mejor economía y una distribución equitativa está llena de pesimismo, cinismo, optimismo, oportunismo y la sensación de que el pasado fue mejor, el futuro es incierto, y el País avanza hacia un declive material y moral de grandes proporciones, y el peregrino sueño de que el pasado fue mejor que el presente y más cierto que el futuro.
¿Nos engañamos a nosotros mismos con la obsesión de que se puede progresar y avanzar en medio de ideas apocalípticas y el estado de desesperanza, decepción o tristeza por muchos aspectos deficientes y defectuosos de nuestro sistema político, económico y social? ¿Cuántos quieren falsos optimismos o vías breves al éxito? ¿O tal vez mesías ficticio que ofrezcan salidas fáciles a los desafíos actuales?
La cruda realidad es que el progreso no llega solo a las naciones. Le acompañan ideas correctas, enfoques apropiados, esfuerzos bien dirigidos y mancomunados, y el liderazgo político y moral idóneo de un gobierno con la capacidad y el criterio suficiente para trazar la dirección y las opciones que sean necesarias, así como el apoyo decidido y el liderazgo de la ciudadanía.
Sin embargo, resulta que la fórmula del éxito realizado no se origina en los políticos ni en el Gobierno. Es el pueblo, la sociedad, el esfuerzo, el espíritu, el trabajo intenso y la disciplina del dominicano que puede hacer eso realidad, como lo ha logrado en otros episodios de la historia nacional. Un block en cada escuela construida es un avance tanto como una sentencia judicial justa y calibrada, o una ley equitativa.
En estos tiempos difíciles, la corrupción se ha convertido en la villana favorita. Su virus permea los precios en el supermercado, los combustibles, el alquiler, los impuestos, el desempleo, el costo de la vivienda, el transporte, la educación, la iglesia, la ecología y hasta el futuro de las generaciones por venir. La cruda realidad es que todos somos corruptos. Unos por vocación, otros por omisión, y algunos por comisión.
Sin embargo, no se debe subestimar a los que barren las calles, al policía o al militar honesto, al estudiante que se sacrifica por salir adelante ni a la madre soltera que se esfuerza día a día por llevar el pan material a sus hijos sin comprometer sus principios. Cada ciudadano debe tener la posibilidad de capitalizar su oportunidad, no robando al Estado, a la empresa o al vecino, o evadiendo el pago de impuestos. Sino, recibiendo el apoyo y la libertad que permitan hacer realidades individuales que alimenten la vía del progreso de todos.
Algunos opinan que la República Dominicana debería ser como Taiwán, India, China, Brasil o el Reino Unido, a fin de tener éxito en el mundo de la economía globalizada. La realidad es que debemos ser lo que somos en esencia: un pueblo noble. La única garantía cierta del éxito humano en cualquier rincón del planeta es el trabajo intenso y honesto, el espíritu emprendedor, la independencia y la creatividad. El adaptarse a los cambios, el optimismo y la actitud de que se puede alcanzar. Eso es Gobierno, liderazgo y sociedad. Lo demás, es puro bulto…