¡Eso es lo que tenemos en el país! En momentos que el país requiere de un “manejo inteligente” de la situación ambiental nacional, lo que sucede es lo contrario. Tal como tal como pasa en el sector educación, el sector salud y otros sectores, también en sector ambiental el país está sacando calificaciones muy bajas.                                                                                               

Producto de este “déficit de sabiduría ecológica”,  en el país se está viviendo un clima de violencia ecológica que, a su vez, está generando verdaderos crímenes ecológicos que dejan el rastro de sus cruentos daños en ciudades, campos, costas, mares, ríos y playas de nuestro país y “se manifiesta también en los síntomas de enfermedad que se observa en el suelo, en el agua, en el aire, en los seres humanos y otros seres vivos”.   

El “país ecológico” está hoy tremendamente amenazado y desprotegido.  En el país no hay justicia ecológica. No hay paz ecológica. Y  de continuar este descuido y este deterioro, tampoco habrá paz social.

Las amenazas ecológicas que han salido a la luz pública, tales como las que pudieran ocasionar   la construcción de grandes edificios en las playas de Cap Cana y Macao, el proyecto de explotación minera de San Juan de la Maguana y de Loma Miranda y el descalabro ambiental, mil veces denunciado,  proyecto minero de  Pueblo Viejo, Cotuí, son tan sólo la punta del iceberg de otras grandes amenazas perversamente silenciadas.

Por sus políticas y el grado de justicia medioambientales los países y los gobiernos  pueden ser catalogados como con altos o bajos “coeficientes de inteligencia ecológica” o de “sabiduría ecológica”, y siendo  que en este sentido el gobierno actual “no pasa la prueba”,  hay que colocarlo en la lista de aquellos con  un bajo coeficiente de inteligencia ecológica, con todas las consecuencias negativas que ello supone a nivel nacional e internacional.

El desarrollo y promoción de la inteligencia ecológica debe ser un compromiso nacional vinculado al desarrollo sostenible y debe ir más allá de las aulas, ser asumidos por todas las instituciones públicas y privadas y ciudadanos del país,  debiendo caminar en paralelo  con  la rendición de cuentas de las instituciones públicas que tienen como misión la protección del medio ambiente y la explotación inteligente de sus recursos.

Para asumir con  inteligencia ecológica las  metas ecológicas del país, las reglas del sector medioambiental pudieran reducirse a: aplicar la ley a todos por igual, conocer los efectos, favorecer las mejoras, compartir lo que se aprende, declarar y defender la verdad ecológica razonada, impulsando la transparencia que radica en que las personas informadas transmitan información a las menos informadas. 

La verdadera inteligencia ecológica supone también una “responsabilidad con el medio ambiente” que debe comenzar por el Estado mismo, evitando los efectos nefastos de la “corrupción ecológica” y el “extractivismo globalizado” sin rostro humano, que deja más víctimas que beneficiados.

La inteligencia ecológica debe contrarrestar la “posverdad ecológica” que se apoya en las “mentiras vitales”, es decir, “historias simples y consoladoras que se cuentan para escapar de una verdad y una realidad más dolorosas”.

Historias que encubren verdades, como por ejemplo considerar como aportes significativos a la ecología la “siembra de arbolitos”, el reciclaje y la limpieza de playas, cuando con estos simulacros ambientales sólo se desvía la atención y la mirada de los grandes problemas ecológicos del país. El remedio contra una “mentira vital” es siempre hacer frente a la verdad que oculta sin importar quien la defienda, la diga, la repita o la pague.   

Hay que desarrollar la inteligencia ecológica para despertar las conciencias  que denuncien  el “dolor del medio ambiente”, que es al mismo tiempo el dolor de millones dominicanos, ya que el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, y no se puede afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no se presta atención   a las causas que tienen que ver con la degradación humana y social.

Hay que desarrollar la inteligencia ecológica para despertar también los sentimientos de justicia y solidaridad porque el deterioro del medio ambiente y las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre y porque es imposible construir un futuro mejor sin pensar en la crisis medioambiental y en los sufrimientos de los excluidos.

La inteligencia ecológica debe inscribirse en el marco de una “Democracia de la Tierra”,  que se basa en el reconocimiento y el respeto de la vida de todas las especies y de todas las personas.

Apostemos por un país con un alto coeficiente de inteligencia ecológica, CIE. apoyado en la inteligencia de todos los dominicanos. Y si las élites se resisten y lo obstaculizan, entonces ha llegado la hora de establecer solidaridades que resquebrajan las alianzas de los poderosos. Cuando las élites fracasan, es la hora de la gente. ¡Y esa hora llegó!