“El quehacer de lo público no se trata solo de lo que haga o deje de hacer el gobierno. Se trata de fortalecer lo colectivo, lo de todos con plena conciencia y con derechos y responsabilidades”.  (Alicia Bárcena).

Esta epidemiocracia, encontró nuestro país apoltronado, envilecido, empobrecido, estancado, cerrado, en materia de corrupción y de impunidad. Una sociedad cicatera, cual si se encontraba en un estado lávico con mantra sempiterna de laxitud postrada. Gobiernos con espacios electrónicos, con tecnología, sin tecnología social.

Los pulpos y los calamares nos dicen cómo un gobierno puede tener a su disposición la tecnología, empero, no ser transparente. La tecnología facilita la eficiencia, la agilización de los procesos, de los procedimientos, de la dinámica del trabajo. Sin embargo, no encierra la transparencia, la participación y la horizontalidad. La tecnología per se no envuelve una disrupción y la asunción de un nuevo paradigma. Puede ser la incorporación de la modernidad impuesta por el tiempo y por los organismos internacionales, no obstante, no significa la incorporación de la cultura de la transparencia.

El velo humano con su entera dimensión empática no penetró la tecnología y solo ello puede motorizar el avance de un gobierno electrónico a un gobierno abierto. Un gobierno abierto expresa un nuevo tipo de relacionamiento entre gobernantes y gobernados, haciendo posible la ruptura con la parálisis paradigmática desde la esfera del poder. El gobierno abierto es la clara diferenciación con el poder tradicional. Mientras más oscuros, más opacos, más poder. El poder de hacer lo que a los demás les está vedado.

El gobierno abierto entraña un ecosistema donde los distintos actores han de interactuar de manera permanente, que implica una transparencia multidireccional, graficando de manera elocuente todo el espacio de participación, colaboración. Es un esfuerzo mancomunado entre todos los stakeholders para disminuir los poros de la burocracia oficial. El gobierno abierto no es solo tecnología, es una visión que resalta el paradigma de la creación organizacional más allá de la estructura y jerarquización. Significa en sí mismo un modelo de gestión que tiene como epicentro el cambio organizacional permanente. La estructura no es el norte, es el paraguas que se transforma en función de las distintas agendas y los distintos contextos.

La tecnología no domina al ser humano, lo acompaña para el desarrollo y evolución de sus necesidades y expectativas. Por eso hablamos de tecnología social, relacional, como construcción social que diseña el puente para hacer posible en la realidad, un gobierno abierto que es en fin de cuentas, o ha de ser, el axioma de las ventanas, los techos y las puertas abiertas donde la ciudadanía tenga acceso.

Gobierno abierto es transparencia, con acceso total a la información pública, no como una opción sino como una obligación, como la cristalización de un nuevo paradigma, una nueva visión de gestionar la transparencia. Es, en esencia, un gobierno abierto la actitud y aptitud de la participación, de la colaboración en el que conjuntamente podamos diseñar políticas públicas promoviendo la asociatividad entre el Estado y la sociedad civil, donde desde la misma esfera del poder político se relanza permanentemente una cultura dialógica, de entera reciprocidad comunicacional que abre los debates públicos con consultas que traen consigo la creación de un nuevo valor público y con ello, el mejoramiento de la calidad continua de los servicios públicos, teniendo en cuenta costos/beneficios para la ciudadanía.

El quid pro quo, la razón de ser de un gobierno abierto es la rendición de cuentas, allí donde los datos públicos son abiertos, allí donde la transparencia, la participación, la colaboración simétrica, simultánea conforman una continua validez y confiabilidad, catalizado por las normas que se viabiliza en la posibilidad de ir creando una nueva cultura del servidor público, del funcionariado, donde servir a la sociedad a través de lo público sea un alto honor y desempeñar el puesto envuelva los valores de la Ley de Función Pública, 41-08, que en su artículo 77 nos habla de sus principios rectores: Cortesía, Decoro, Discreción, Disciplina, Honestidad, Vocación de justicia, Lealtad, Probidad, Pulcritud, Vocación de Servicio.

En el gobierno electrónico donde se usa la tecnología en sí misma sin abordar los valores, los desafíos y la misión de una sociedad democrática, donde la libertad, la justicia y la honestidad sean y constituyan la antorcha fosforescente imbuida en el corazón de cada servidor, de cada ciudadano, solo encontraríamos las TICs sin cambios en la calidad y la eficacia. ¡Solo eficiencia y productividad! No así el salto dialéctico, cualitativo, hacia una sociedad más inclusiva, más equitativa.

Gobierno abierto es el preámbulo hacia un Estado abierto que tiene como antecedente la necesidad del gobierno electrónico que se requiere empujar y que solo es posible con actores políticos y sociales mejores cicatrizados, que tengan como estandarte que no hay actividad más hermosa que servir sin hacer lo mal hecho, sin robar ni practicar tráfico de influencia, prevaricación, sobornos, cohechos, exacción, concusión, nepotismo, conflictos de intereses, abuso de poder, peculado.

Los pulpos y calamares son la consecuencia de almas miserables que construyen entramados mafiosos violando todas las figuras normativas del buen gobierno. Seres humanos con enorme vacío existencial, con resentimientos permanentes de pobreza, donde la avaricia y la codicia son los arquetipos de sus vidas, en una introspección que flotaría cual un campo de pus, donde invadieron todo el cuerpo institucional y una parte significativa del tejido social. La cleptocracia se apoderó de la sociedad política dominante.

El discurso presidencial arrogante, prepotente, era señalar “cuál corrupción”. Los pulpos y los calamares son solo dos puntos de decenas y decenas de ellos. Confieso que me equivoqué cuando Melvin Mañón, sociólogo, en un artículo definiría a Danilo Medina Sánchez como un “Maquinador, inescrupuloso, rencoroso y desfachatado”. Pensé, honestamente, que era una exageración del laureado escritor. Hoy, la síntesis es que me avergüenza haber tenido un presidente de esa estofa. ¡Es como si quisiera borrar esos 8 años! No es posible, son hechos, acciones y decisiones descarnadas, sin límites. Si es posible, entonces, empujar hacia un gobierno abierto como puente hacia un Estado abierto, donde las honduras en la praxis del gobierno abierto no signifiquen ni por una milésima de segundo la vuelta atrás ante la presencia de un nuevo gobierno.

El precio de la nueva civilización política es el empuje hacia un gobierno más abierto donde la polifonía sea el canto de la decencia, de la transparencia y el ritmo en la construcción de un nuevo capital social y cultura como dimensiones claves para el verdadero desarrollo. Como nos diría Yascha Mounk en su libro El pueblo contra la democracia “… Ese es un error moral, amén de estratégico: la única sociedad que puede tratar a todos sus miembros con respeto es aquella en la que cada individuo goce de derechos individuales basados en su condición de ciudadano, no en su pertenencia a ningún grupo particular”.

Los pulpos y los calamares no son solo la ausencia de los 10 Mandamientos, sobre todo, No robarás y No codiciarás los bienes ajenos, sino la alienación perversa de hombres y mujeres que llevaron hasta el paroxismo el patrimonialismo. Lo público era una extensión de lo privado de esos desalmados que el carro de la historia, desde ya, comenzó a valorarlos como huellas, improntas sin sentido referencial positivo, lo que no se debe hacer desde el poder ni de ningún puesto público.

¡La experiencia dolorosa con esta cleptocracia no puede ser otra que la disrupción del bucle que nos destrozó en lo ético-moral y en la riqueza real. Un nuevo tipo de liderazgo que deje atrás a todos aquellos que nos gobernaron desde 1996. La apertura de un nuevo bucle, de un nuevo ciclo, que exprese el verdadero sentido del poder: servir y ser transparente!