Sin participación social no es posible la gobernanza en los tiempos modernos. Gobernar no es imponer medidas a los ciudadanos, sino medir el costo social de ellas, la racionalidad del poder no siempre se hace acompañar de buenas y sensibles acciones.
Los gobernantes y su equipo no son elegidos para hacer luego lo que les venga en ganas, por eso deben hacerse los programas de gobiernos, las prioridades, el diagnóstico del estado situacional del país en lo económico, lo social y lo político.
Se dice que cada gobierno viene acompañado de su obra faraónica, estas obras generadoras de corrupción administrativa y el desangramiento económico que sacrifica otras prioridades y agendas pendientes y que no siempre reflejan un impacto determinante en la economía de los países, terminan divorciadas de los intereses de la gente, por tanto, gobernar no es darle la espalda a los sectores económicos y agentes sociales protagónicos de la vida del país y el desarrollo, por el contrario, es hacerse acompañar de sus expectativas.
La sociedad organizada, debe aunar esfuerzos por ser parte de las acciones de gobernanza siempre que se le tome en cuenta o exigir que se le tome en cuenta, pues si bien un gobierno electo es responsable de las ejecutorias, por eso le llamamos poder ejecutivo, sin embargo, las elecciones no otorgan a los gobiernos patente de corso fuera de los límites de sus obligatoriedades y programa presentado.
Los políticos le tienen miedo a la consulta una vez son gobiernos, solo les interesa la consulta plebiscitaria de las elecciones
Ahora bien, ¿qué es gobernanza? No es en absoluto gobernar para el partido, los allegados, los grupos o sectores sociales que representa el partido gobernante, como tampoco hacer las medidas de gobierno convencionales de la administración pública.
De lo que se trata es gobernar poniendo el oído en la gente, sus organizaciones y líderes sectoriales representativos, para que el ejercicio de mandar sea de consenso y partícipe de las ejecutorias en la que esos sectores han sido también parte de la elección de los funcionarios públicos que se les asignó por derecho de voto, la potestad de representarnos, gobernarnos, regular la vida social, económica y política del país, pero bajo la clarividencia que, el gobierno es un poder delegado por la gente a través de elecciones libérrimas, que solo se convierten en gobernanza cuando se piensa y se hace con la sociedad, nunca de espalda a ella.
En países como los nuestros donde hay un gran atraso político, los políticos se abrogan el derecho, de actuar sin consultarnos, bajo el criterio de que nos representan (Presidentes, senadores, diputados, síndicos y regidores); sin embargo su cuota de poder le ha venido de las urnas y deben y tienen que consultar a la población cuando se trata de grandes hechos y decisiones, sobre todo, si nos ha de impactar a todos (as), porque después ellos salen del poder y la sociedad se queda prendida de sus compromisos para los cuales no fue consultada.
Es hora de que la clase política cambie su quehacer de relación con la gente, sus votantes y el ciudadano, que comience a pensarlos como agentes del sistema social, como partes intrínsecas de la sociedad, porque los políticos sin pueblos ni adherentes no existen. La ciudadanía es la que le da corpus a la política, lo demás es retórica.
No es posible que la clase política solo vaya a sus comunidades los días antes de las votaciones, les lleve un presente y luego del proceso electoral se desaparezca, haga lo que le venga en gana en cuatro años, sin consultarlas y las reprima si protestan. Es ahí que se produce una crisis de gobernanza, pues no hablamos de gobernar, sino de gobernarnos en una estrategia de participación, compartición y consulta, mediante la cual al elector o ciudadano, se le oiga, para evitar quebrar la cadena de diálogo entre sociedad política y sociedad civil, ambas necesarias en el equilibrio democrático de un país y de la fundamentación de la legitimidad política del gobierno.
Es hora de que las grandes decisiones que nos envuelven a todos (as), sean tomadas por todos (as). La figura del plebiscito, el referéndum, deben integrarse al ejercicio democrático dominicano. La reelección debe prohibirse; y en caso de que alguien quiera colarla, que se consulte a la ciudadanía. La fórmula dos períodos y retiro de la vida política, es la más idónea para que un gobierno sea reelecto y pueda concluir algunas iniciativas. Los políticos le tienen miedo a la consulta una vez son gobiernos, solo les interesa la consulta plebiscitaria de las elecciones, que en países como los nuestros es muy precario el voto libre de la gente.
Si queremos construir una democracia sana, la consulta popular de síndicos, senadores, diputados y presidentes se hace obligatoria para lograr una correcta gobernanza, todo lo cual implica limitar los excesos de poder de la clase política, de los órganos de poder del Estado dominicano como el Ejecutivo, el legislativo y, por supuesto, sanear y transparentar la independencia del sistema judicial. Solo así alcanzaríamos un estado derecho y una democracia plena.