“Solo lo que puede hacerse público es justo, lo que reviste de opacidad no es de fiar”.

(Victoria Camps).

Todo lo que nos asombra en materia del comportamiento patológico en sustrato de corrupción, no es sino, la falta de un verdadero escrutinio del poder, vale decir, del control del poder y la rendición de cuentas. El relato esencial es que brota la contradicción entre actores políticos que se incubaron y socializaron a la luz de una sociedad analógica y nos encontramos al frente de una sociedad digital, de la sociedad que exprese la democracia de confianza.

Esta democracia formal, sin contenido, democracia diabética que no llegó ni siquiera a la democracia de audiencia, encontrándose con la exigencia global de la transparencia, a través de la democracia digital, que atraviesa necesariamente por una ética institucional, corolario nodal de la integridad institucional y la transparencia. Pero no la transparencia cosmética.

La transparencia y la integridad se convierten en los imperativos, en los paradigmas de un buen gobierno. Un buen gobierno, que asume la Gobernanza ética, tiene como raíz medular la institución invisible más importante de la Sociedad de la Información y del Conocimiento: la Confianza. No una confianza generada en la virtualidad y la propaganda más inverosímil, sino en la práctica, en la experiencia, en la combinación perfecta entre el pensar, decir y el hacer.

Es tan abrumadora y sistemática la ausencia de una ética institucional, que ésta se convirtió en estructural y sistémica en la interactuación más expedita de las distintas relaciones de los actores políticos con el resto de la sociedad. Ello ha hecho posible que las distintas dimensiones y/o modalidades se hayan instalado en todo el tejido social: tenemos una alta corrupción tolerada que nos cercena como país; y, una agusanización, una fetidez de la misma, subterránea, que cuando estalla, nos inunda todo el sistema respiratorio. La putrefacción nos carcome hasta el sistema nervioso.

Los andamios de los valores quedaron petrificados y en el horizonte solo se otea el derrumbe, que de tanto exhibirse nos parecen como cierto. ¡El Dios dinero, no importa su origen, ni como, constituye el peldaño de la importancia social! El escándalo, en esa ideología, se cae, se borra, con el paso del tiempo. De ahí que nuestra sociedad, en su conjunto, anda muy mal, muy grave, porque lo que vemos en ingrediente tan deleznable como la corrupción, no tiene efectos, consecuencias.

La delincuencia política en Dominicana, en materia de judicialización y aun más de condena, no tiene parangón con respecto a los demás países donde “prevalezca” un Estado social democrático de derecho. Por eso, en el Índice de Estado de Derecho nuestro ranking fue de 90/113 países. Sin embargo, en el ámbito de justicia penal sacamos 100/113. La República Dominicana, en cumplimiento normativo obtuvo 99/113 y 94 en orden y seguridad.

Esa falta de consecuencias de la impunidad de los delitos de la delincuencia política es lo que ha posibilitado el incremento de la corrupción en todo el sistema político institucional de la sociedad dominicana. Si solo quitan al funcionario que ha delinquido y no lo mandan a la justicia o en el “mejor de los casos, envían a los subalternos”, por imitación, otros repetirán el daño a la sociedad. ¡El juego es simple: robas, te quitan, pero te quedas rico, con mucho dinero!

La sociedad no aplica el control formal que establece un Estado de Derecho, esto es, el aparato institucional; empero, tampoco aplicamos el control social informal: el aparato social (las relaciones, el rechazo, el ostracismo, la risa). En verdad, no he visto una sociedad tan genuflexa con el poder, como aplicamos el cinismo, la simulación y el engaño. ¡Como hemos ido perdiendo el sentido del honor, de la dignidad y como nos degradamos sin darnos cuenta de nuestras acciones y decisiones! No alcanzamos a diferenciar las fronteras, el hilo tan fino y frágil de nuestra dimensión vital como seres humanos.

Ser humano es el sentido de la libertad, de ser libres para tomar nuestras decisiones bajo el amparo de las convicciones, de nuestros valores, más allá de los intereses económicos que existan. ¡Solo cubre la cuota de tu existencia vital, cuando trasciende el mazo de tu cuerpo, cohabitando con tu espíritu que flota en el alter ego de los demás, en el espacio solidario! Hay una crisis y un profundo empobrecimiento, envilecimiento de una parte significativa de la sociedad. Ello lleva a los comportamientos patológicos que venimos viendo en medio de la corrupción: la OMSA es el último diluvio. La inundación ha sido atroz, pérfida, descomunal. Toda una mafia.

Aquí faltó la transparencia, que siempre es instrumental; y, lo más nodal: la integridad, que es lo sustancial, lo sustantivo. De ahí que independientemente de la Resolución 15/08, emitida por la Contraloría General de la República y avalada por la Dirección de Compras, en ese momento, pero durante tanto tiempo, nos dice que el espíritu de la misma fue buscar la eficiencia. Los resultados han sido salvajes, bárbaros, en detrimento de toda la sociedad. Nos reitera la OMSA, de manera espeluznante, que tenemos leyes, normativas, pero no legalidad. Que tenemos órganos de control y fiscalización: Contraloría, Compras, Cámara de Cuentas, pero que no funcionan. Por eso que en la evaluación del Foro Económico Global, en su Índice de Competitividad, cuando nos mide el Pilar Institucional, quedamos desgarrados en la cuneta sin sentido; y, en la Efectividad Gubernamental, que nos guía en el rol de la burocracia estatal, su calidad, su eficiencia y eficacia, el ritmo de su encuentro no aparece.

Gran parte de los actores políticos adolecen de una entereza moral y han asumido el rol de la política como el único mecanismo de movilidad social, haciendo del Estado, el aparato de riqueza y desdibujando su construcción en una ruptura que ha generado la descomposición en que nos encontramos. ¡No puede existir un buen gobierno allí donde la gobernanza ética no prevalezca, allí donde la ética institucional no cobre cuerpo! ¡Las mentiras de la transparencia y la integridad, no nos hacen avanzar como sociedad! Como nos diría Victoria Camps “Una sociedad sin virtudes no es un “demos”; la democracia necesita buenas costumbres para que las instituciones funcionen como deben, pues, a fin de cuentas, estas dependen del buen o mal hacer de las personas que las gestionan”.