La gerontocracia es “una forma oligárquica de gobierno en la que una institución o gobierno es gobernado por una pequeña cantidad de líderes, donde los más ancianos mantienen el control”. Esa es la definición desde la esfera biológica; pero, sucede que en la sociedad del Conocimiento, de la Era Digital, la conformación y derivación no viene per se por el ciclo de existencia, sino por la asunción de las prácticas maduras del uso del poder.
Físicamente, podemos tener hoy un gobernante de mediana edad, sin embargo, este en su praxis puede arrellanarse de manera vetusta, añosa. Las instituciones son desconocidas asumiendo una oligofrenia con respecto a la caracterización del valor de la misma para una gobernanza democrática. La gobernanza, al decir de Carlos Bordoni, ha ocupado el lugar de un gobierno funcional, ligado al pueblo por una relación de confianza.
Siguen gobernando conforme a la autoridad tradicional en el marco de la tipología weberiana y por lo tanto, desconocen, en detrimento de la sociedad, el cuerpo doctrinario, normativo-jurídico de la sociedad que apelan dirigir. La autoridad racional-legal que es el resultado de las acciones legitimadas conforme al conjunto de reglas, leyes y normas construidas legalmente. Un Estado Social Democrático de Derecho descansa en ese pivote como eje nodal para que la democracia sea sostenible y lo más armónica posible.
La gerontocracia, como concepción del poder, se caracteriza por la exclusión, por desconocer a los demás actores y su visión es la de aplastar, ya sea en lo económico, en lo social, en lo simbólico y en la política. Por eso esa mirada “en caminar”, pero no desarrolla al país. Es la perspectiva de su practicidad del poder, es extendidamente maniqueísta y todo lo maniqueo es bloqueador, anula, concentra y ve enemigos donde no los hay.
Michael Foucault nos recrea un poder no más difuso pero si más a tono con la evolución misma de la humanidad. Nos habla de que el poder “actúa en todos los ámbitos de la interacción social y en todas las instituciones y es ejercido por todas las personas”. Una multiplicidad de interrelaciones se suceden al interior de las sociedades que mueven no tan solo a los actores estratégicos (empresarios, iglesias, académicos, intelectuales, medios de comunicación y ciudadanos organizados). El poder y el conocimiento se alinean constantemente, para producir la necesaria autoridad, deviene, en consecuencia el discurso. El poder como dinámica de relaciones se desliza en todas las relaciones sociales.
La concentración de poder de cualquier organización y, en particular, aquellas bosquejadas en las diferentes estructuras del Estado, no es ningún peligro allí donde las instituciones están por encima de las personas, allí donde cada órgano y poderes del Estado juegan sus roles, independientemente de que sean todos del mismo partido. El peligro es que en el marco de esa Gerontocracia, el Congreso es una ficción y la Justicia, sobre todo en las Altas Cortes, lo que tiene es políticos togados. Esto implica una arquitectura institucional anómala, sumamente defectuosa, no por la forma, sino por el contenido de sus actos. Esto no genera más democracia ni más adeptos. El resultado de todo este simulacro, es la creación de dos amplios espectros, de dos “realizaciones”: una real y una virtual, esta última, vía la visibilidad mediática con toda “sus orquestas y bocinas”.
¡Es un juego que no se sostiene a largo plazo! Significa una carga muy grande para el Estado en la cooptación de los diferentes estratos de la sociedad. La Gerontocracia crea, en lo formal, todo lo que es dable diseñar; empero, no lo cristaliza pues asumir los mecanismos de la institucionalidad conlleva perder, no solo los privilegios, sino el poder de hacer cosas que caen dentro de la “imprevisibilidad”. Sus secretos y sus silencios, desaparecen y ya no conforman “las capacidades del Presidente” sino las expectativas reales configuradas en las leyes.
Somos una democracia “formal” en el marco del Sistema Político; empero, cada día más, nos constituimos en una sociedad con “autoritarismo blanco” donde merced a la “manipulación de los deseos” como nos hablaba Stephen Lukes, asegurando, aquí en Dominicana, una loable persuasión a través de los medios. Imponen así su agenda. Logran articular sus pensamientos, irradiándolos al conjunto de la sociedad como si fuera de ella todo.
La Gerontocracia, como casta, como aristocracia, más que como corpus biológico, contraviene, en su fosilización del poder, la democratización. Su génesis partidaria, es el autoritarismo. Esa concepción se ha expandido desde el Estado con la gravedad de la combinación nefasta: Política y Negocios; cruda separación entre poder y política, propiciando la incapacidad del Estado para tomar decisiones apropiadas. Como diría Bosch, la política es una función de servicios y por lo tanto, es eminentemente moral.
Cuasi todo lo que vemos en las decisiones de esa gerontocracia política es simulacro, simulación, farsa y patraña. ¿Cómo entender la larga fila de los funcionarios para cumplir con la Ley 311-14 cuando ya se habían pasado con 75 días? ¿Qué decir del Primer Funcionario del Estado, quien promulgó el Reglamento de la referida ley, un año y 6 meses después del plazo establecido, que eran de 90 días? ¿Cómo explicar que la Ley de Salarios, hoy, después de su promulgación, exista más desigualdad salarial y más distorsiones? ¿Por qué se viola la Ley Orgánica de Administración Pública 247-12 que consagra que no puede haber más de 3 Ministros sin Cartera? De igual manera, ¿cómo explicar que el Poder Ejecutivo en los 9 años que lleva de vigencia la Ley de Capitalización del Banco Central (167-07), nunca se haya cumplido y en consecuencia, el monto de los certificados crecen como la verdolaga en el campo? ¿Cómo internalizar que una persona que tiene 3 meses y 19 días como Diputada siga cobrando el sueldo de Cónsul, cuando ambas posiciones son incompatibles constitucionalmente y es ética y moralmente reprochable?
Es la informalidad institucional sobredimensionada en el Estado, es el desorden institucional, o el orden desinstitucionalizado lo que explica esta instrumentalización del poder tan descarnado. Un desenfreno de pose desbocada, que destruye el signo referencial de la perspectiva de futuro. Como nos diría Zygmund Bauman en su libro Estado de Crisis “… La confianza en la capacidad del aparato estatal para cumplir con su cometido descansaba en el supuesto de que dos condiciones son necesarias para una administración efectiva de las realidades sociales: El poder y la política… Por poder se entiende la capacidad de hacer y terminar cosas, y por política, la capacidad de decidir qué cosas debería hacer el mismo…”.
Urge una regeneración democrática y un clamor por la decencia política que atraviesa por elevar el nivel de la misma, en la forma y el contenido