“La diferencia entre lo que hacemos y somos capaces de hacer resolverían la mayoría de los problemas del mundo”. (Mahatma Gandhi).
La Gerencia es el arte de hacer que las cosas sucedan. Es el arte de priorizar los distintos recursos de una organización en un contexto determinado. En la Gerencia moderna el gestor o líder no debe de tener una mentalidad psicorrígida, no debería sufrir de parálisis paradigmática. Ha de desplegar la fisonomía del bambú.
La Gerencia es el molde del pincel que se cristaliza en resultados. Resultados con eficiencia, con eficacia, con calidad, con pertinencia. Es una gerencia orientada a una cultura por un trabajo bien hecho, donde el orgullo por un desempeño óptimo sea la regla y no la excepción. De asumir la filosofía de la calidad de Crossby, quien nos decía “hacer las cosas bien desde la primera vez”.
Se trata de construir una cultura organizacional donde el clientelismo, la corrupción y la mediocridad no ocupen el más mínimo espacio, resquicio. Dicho de otra manera, una gerencia que su manera de decir sea haciendo. Porque la gerencia es hacer más con menos. Es coadyuvar para que en el seno de la organización se alcance el máximo de productividad con el menor costo posible, la menor rotación de personal y la más alta satisfacción de parte de los clientes, usuarios o pacientes.
La cultura y con ello, la gerencia en salud, han de habitar en su seno: Competencias + compromisos + acciones = resultados. El sector salud es el más delicado de todos los servicios públicos que concurren en una sociedad. El servicio de salud, más allá de los recursos materiales, tecnológicos y humanos que envuelven, connota una fuerte dosis de subjetividad que constituye la especificidad, la singularidad de su plus: la calidad humana al servicio del humano.
En nuestro país, los hacedores de políticas públicas no alcanzan a comprender LA SALUD como un soporte estratégico en el seno de una sociedad. Sencillamente, no puede existir Capital Humano sin salud; no puede haber circulación del Capital Social sin el indicador más plausible y más halagador y competitivo que lo es: El sector salud. Los indicadores de salud condensan y nos dicen el grado de desarrollo de una sociedad. Verbigracia: Cuando decimos, aun sin saber dónde queda un país, que el mismo tiene una Esperanza de vida al nacer de 70 años; cuando señalamos que mueren 101 mujeres/100,000 de mortalidad materna; que expiran 30 niños de cada mil nacidos; que el 80% de los niños que mueren son neonatales; que todavía la tuberculosis, en pleno Siglo XXI, incide, que el dengue gravita de manera palpitante.
Dos décadas después del Siglo donde impera la glorificación de la tecnología y los avances más inverosímiles en materia de salud, en retrospectiva de 30 años, todavía en el tejido de nuestra realidad hay un 9.5% de la población que defecan en letrinas y un 20% que no tienen acceso a agua potable. Sabemos que el agua consumida, no apta humanamente, produce alrededor de 25 enfermedades de salud. La salud y su ausencia dibujan el panorama verdadero de una sociedad. Su desnudez y su lontania. Pero, ¿qué es la salud? La Organización Mundial de la Salud define salud como un estado de completo bienestar físico, mental y social. Entraña un cuerpo conceptual que abarca lo social y lo biológico al mismo tiempo.
La salud de un país delimita y decanta los alcances de los niveles de organización de una sociedad, al tiempo que expresa el compromiso de los gobernantes con el presente y futuro real con sus ciudadanos. La salud desmonta el discurso, la retórica. Nos dice que si el promedio en salud en América Latina es de 4.5% y aquí, en Dominicana es 1.9%, no hay un real compromiso. Nos invita a reflexionar si los gobernantes y los médicos sufren de aporofobia. Nos dan una llamada del punto de inflexión para la reflexividad de las sociedades con altos índices de enfermedad y mortandad y de aquellas con esperanzas de vida más altas y menos enfermedades.
Hoy sabemos que el estado de salud de una sociedad está concatenado de manera ineluctable con la calidad de vida; con la desigualdad social, con los niveles de bienestar, con la institucionalidad; en fin, con la Gobernanza. Ello así, porque la Sociología de la Salud y de la enfermedad “puede ser interpretada, como el estudio del modo en el que el cuerpo se estropea y necesita ser reparado socialmente”.
Por ello existe en toda sociedad, desde el Estado, la medicina y la sanidad como baluarte institucional, que se validan en la construcción y ejecución de los niveles de organización que abarquen todas las actividades relacionadas, desde el nacimiento de un ser humano, atravesando los ciclos vitales de un humano: nacimiento, crecimiento, enfermedades, deterioro y muerte. Vale decir, a la luz de la Sociología de la Salud, desde el feto hasta la muerte, hay distintas formas de organización social que refleja y dispone de la dimensión de nuestros cuerpos.
La base social de la salud, en una sociedad de mercado, desgraciadamente no acusan los mismos niveles de importancia. Es decir, la salud y las enfermedades no están distribuidas de manera uniforme entre la población. Del mismo modo que no es lo mismo nacer en Pedernales que en Santiago, que en Bahoruco, que en el Distrito Nacional. Las posibilidades de salud y de esperanza al nacer son diametralmente opuestas. Está pautada, sobre todo, en nuestro país, las desigualdades sanitarias como eje imbricando de las inequidades socioeconómicas, que al ser tan ostensible, se convierte en iniquidades en nuestro mundo social. Salud, clase social, género, edad y geografía: guardan una gran conexión, concordancia y simetría.
La Gerencia en Salud, en dominicana es muy pírrica, más allá de la poca inversión que el Poder Ejecutivo ejecuta, violando la Ley de Estrategia Nacional de Desarrollo y la Ley 42 – 01, de Salud. Todos los actores involucrados tienen que hacer mejores esfuerzos de eficiencia, de eficacia, de calidad en los servicios. Asumir el trabajo con el orgullo por lo bien hecho. De internalizar aquella frase del líder Nelson Mandela “No hay pasión alguna en conformarse y hacer el mínimo esfuerzo, ni aceptar una vida que no esté a la altura de lo que cada cual es capaz de vivir”. Afrontar los factores ambientales o estructurales, como la distribución de la renta y la pobreza, es el nuevo paradigma hacia una visión de más competencias, más compromiso, más acciones, hacia una perspectiva de repensar la pobreza y la inclusión sin aporofobia.