La memoria de realidades no vividas es una fuerza poderosa, una fuente de inspiración literaria y puede ser también, y ha sido, un factor decisivo en la vida de hombres y mujeres a lo largo de la historia.

Gerardo Sepúlveda es un tipo de talento. Rica imaginación, buen humor. Ocurrente, el tipo ha tenido varios éxitos publicitarios actuando como creativo. Otras veces, histriónico y genial mimetizaba a Fidel Castro en programas de televisión y hay que decir que, dentro del numeroso grupo de imitadores profesionales del extinto líder cubano, las representaciones de Gerardo me parecieron siempre las mas convincentes.

Sin embargo, Gerardo Sepúlveda, ha dedicado años de su vida a escribir un libro sobre la Revolución de Abril de 1965, ha producido un documental sobre el cual yo mismo publique, hace varios años, una reseña. Parece haber decidido años atrás que le interesaba más la historia que la publicidad y la actuación en las cuales había tenido éxito comercial, como si alguien con talento para pelotero, hubiera decidido ejercer de abogado. En realidad no era así. Lo que para muchos era pura y simple imitación cargada de humor, en realidad era para Gerardo una recreación del discurso revolucionario de una época. Emisoras y dueños de programa no agradecían esa lealtad a valores que preferían olvidar y Gerardo prefirió la ausencia a la traición.

Extraña conducta para muchos. Lo fue hasta para mi mismo por un tiempo. En realidad hasta hace apenas algunos días cuando, hablando de este, su documental, y de la Revolución me dijo, como de pasada y con pena evidente: “yo solamente tenía 9 años en 1965”

Así y gracias a esa casi exclamación he venido a comprenderlo todo. La nostalgia de Gerardo quien no solamente conoció a los principales jefes de aquella gesta, sino que, como niño, compartía con ellos como una especie de mascota acariciando armas, armando y desarmando fusiles, escuchando y viviendo sus hazañas. Con sus 9 años era parte de la historia de esos hombres deseando que la guerra durara lo suficiente para poder incorporarse a ella. Gerardo no cerró nunca la memoria de esa experiencia. Para el,  la guerra de abril, no ha terminado, la añora, siente nostalgia de una guerra en la que la edad no le permitió participar, pero lo relacionó día tras día con esos protagonistas de quienes forjó su propia imagen y visión de la historia, del heroísmo, de lo que lo vale la pena en la vida.

Ellos veían y disfrutaban al niño. El niño en cambio se veía a si mismo en la estatura y función de aquellos adultos uniformados, armados y valientes.

Quizás nunca lo supo como lo veo de claro yo ahora. Pero, la devoción que Gerardo siente por toda la historia de Abril ha sido siempre, y aun es, la expresión terminada de una nostalgia porque el destino le negó estar a la altura de los hombres que admiraba.

Los trabajos de Gerardo, escritos o audiovisuales sobre la revolución de abril, son, ante todo la validación, el recrear una experiencia admirada, pero no vivida.

Y yo no sé a ustedes. Pero a mi me parece enteramente legítimo, enaltecedor y sobre todo hermoso.