La vida nos premia de tantas maneras que muchas veces pasan desapercibidas o se pierden entre grandes anhelos y ambición desmedida. Uno se empeña tanto en el amor, en el éxito, la profesión, el reconocimiento, la economía y el plano social que nos perdemos grandes detalles de vida.

La misma falta de tiempo, la prisa, la premura con la que uno vive y la inmediatez con la que hasta se espera un mensaje, una llamada o una respuesta, nos han vuelto sordos y nos han hecho perder de vista el verdadero sentido de la vida, la gente.

Constantemente me pasa que desconocidos me cuentan su historia. Gente con la que nunca he cruzado ni miradas, me cuentan su vida. La historia de un parqueador del que supe, por él mismo, que su mujer lo dejó por otro y se le llevó hasta el colchón. Otro taxista, con el que apenas coincidí en la sombra de un mango, del que supe que en días pasado se hizo catorce estudios y en el de la próstata salió nítido, corrí con suerte que se ahorró los detalles de ese examen. Un frutero, padre de 8 muchachos, al que su mujer le quita la ganancia del día y él se la entrega feliz.

Hace semanas trabajando en el centro de la ciudad, mientras caminaba me detuve a complacer un antojo de una mazorca. Al maicero, que después que me pregunta si nueva o llena la mazorca, se le cuela la angustia entre la dureza del rostro y los zurcos que le han dibujado el sol. No pasaron treinta segundos para que el hombre, entre pena y vergüenza, me pidiera el favor de que le marcara un número desde mi teléfono y por supuesto, yo accedí. No tuve que preguntar para darme cuenta que el hombre había dejado al más chiquito en su casa enfermo y que había visto en mí la manera de saber de su muchacho. Llamó, la angustia se le borró del rostro y hasta yo me puse contenta. Sin saberlo, me contó su historia.

Así me llegan gente como ellos, de paso, y de igual forma, también me llega gente para quedarse. De esas que hacen sentir a uno dichoso de que me tengan en su vida. No de que lleguen a mis días, sino que ellos me permitan el lujo de estar en los suyos.

No creo en absoluto eso de que con los años se achica el círculo de amistades o de decir con cierto orgullo que los verdaderos amigos se cuentan con una mano y sobran dedos. No soy partidaria del no new friendsporque no me cierro a la posibilidad de conocer y tratar a gente nueva. Y cuando esa gente nueva me sorprende con su calidad humana, lealtad y nobleza, entonces gano por partida doble. Me siento afortunada de que lleguen, de que se queden y de haberlos escogido.

Lo mismo pasa en el amor, cuando nos toca gente que es poesía. Que llega, que nos sorprenden con su cariño y uno no sabe si va a durar, si va a funcionar o como va a terminar, pero que poco importa ante la grandeza del momento cuando dos almas parecen estar hechas una para la otra. Cuando es tanta la afinidad, que aquello de que filo con filo no corta parece cobrar otro sentido. Uno muchísimo más sublime y bonito.

Uno se siente acogido, querido, protegido, valorado y eso es hermoso. Para mí, un verdadero regalo de la vida.

La dicha de ser mucho más que inspiración, tanto así que cuando suene una canción uno tenga la certeza de decir esa canción la hicimos nosotros.