Francia ha ganado su segundo mundial de futbol en los últimos 20 años y esta vez, como la primera, más que a la calidad de los integrantes de esos equipos vencedores desde diversas ángulos y posiciones ideológica/políticas muchos se refieren al significado de la diversidad étnica y de origen del grueso de los integrantes esos equipos. El triunfo de Francia, con un equipo que refleja una diversidad de la nación francesa construida a lo largo de su historia tiene esta vez mayor resonancia y significado porque se produce en el contexto de una Europa atenazada por la creciente ola de supremacismo, ultranacionalismo, xenofobia, racismo y separatismo que debilitan seriamente su unidad. También, porque se produce precisamente ante un país como Croacia, gobernado por una mixtura de partidos y movimientos que forman parte de esa ola.

El deporte es una de las industrias del ocio más poderosa del capitalismo moderno, es una práctica competitiva más o menos amigable entre individuos o colectivos basada en reglas claramente establecidas para evitar que las tensiones y conflictos entre las partes en competencia degeneren en violencia incontrolable entre ellos o entre los espectadores. Alrededor de las individualidades y de los colectivos se forman los grupos de aficionados unidos por un sentimiento de pertenencia, un nosotros que lo diferencia del contrario, de ellos. Ese sentimiento refuerza la identidad de los grupos locales y de los países que compiten. De ese modo el deporte se ha constituido en uno de los más potentes elementos que refuerzan las identidades grupales, locales y nacionales.

Una de las virtudes que se señalan de este equipo francés es que, a pesar de estar integrado por jugadores de grandes cualidades individuales, han logrado una unidad como colectivo generalmente difícil de lograr con tantas individualidades de alto calibre. También de que fueron en extremo disciplinados en la ejecución de la táctica que le trazó su entrenador. Eso no se logra si ese colectivo no hubiese tenido una fuerte identidad cuya referencia es la pertenecía a una nación. De los 23 miembros del equipo francés, 14 eran de origen africano, español, subsahariano, sólo dos nacieron fuera de Francia, pero las identidades de la generalidad de ellos se forjaron en los liceos, en las estructuras deportivas de Francia y por ser parte inseparable de la historia económica, política y cultural de ese país.

La identidad del individuo la forjan sus vivencias, sus relaciones sociales, los colores y olores de los lugares donde en general ha discurrido su vida. Ellos son franceses, no africanos, como aviesamente dicen algunos racistas de allá… y de aquí, tienen referencias de sus países de origen, es natural, pero sus identidades las han forjado esencialmente en el país que con orgullo representaron en Rusia. Como franceses lo recibió esa masa multiétnica de franceses; representan la “República que nos gusta, unida y diversa, patriótica y abierta, nacional y no nacionalista”, editorializa el periódico Liberación. El triunfo de los azules no termina la discriminación y exclusión social, los conflictos étnicos y religiosos de ese país, pero refuerza los valores de la igualdad, la fraternidad y unidad nacional inclusiva, no agresiva.

Diversos estudios demuestran que los descendientes de inmigrantes de segunda generación en adelante no necesariamente siguen la orientación cultural de sus padres. Es lógico, no existe una “esencia” cultural o étnica de ningún individuo, no importa que sus ancestros tengan como origen un país distinto al que viven. En caso de Francia, que desde hace siglos tiene lo que ellos llaman territorios de ultramar, los ciudadanos de esos y otros territorios en general, no se piensan de otra manera que no sea francés y ese hecho impacta de manera significativa a lo que es realmente ese país. ¿O es que acaso se puede concebir los Estados Unidos sin los negros, se puede pensar que la población negra norteamericana es africana, a pesar de que muchos prefieren llamarse afroamericanos? Imposible.

Los Blues, el equipo de futbol francés, constituye una expresión de la realidad multiétnica de Francia y más que eso constituye una demostración palmaria del perfil que como país ha creado su historia política, cultural, económica y de potencia colonial. Sólo la ignorancia o el racismo impide ver la presencia de esos factores en el entusiasmo, en la alegría y las lágrimas de esa multitud que ha acogido el equipo vencedor del mundial 2018, integrado por jugadores que expresan la realidad de la historia de Francia. Todo eso, a pesar de que en su historia hay que incluir también el antisemitismo, el racismo pseudo científico difundido por algunos de sus intelectuales y la actual existencia en ese país de un partido xenófobo/racista que es el segundo en importancia electoral.

En la sociedad de hoy, el deporte tiene una creciente importancia social y política. La población y los gobiernos de los países que participan eventos internacionales presionan fuertemente a sus deportistas para que obtengan medallas al mérito y con ello refuerzan hasta lo indecible el sentimiento nacional, de pertenecer a una nación. Lo mismo hacen las grandes empresas del ocio que regentean clubes y equipos deportivos locales, imprimiéndoles a veces un sentimiento irracional que recurrentemente se convierten en violencia contra el otro.  La política no pudo ser escondida en un mundial celebrado en un país de larga tradición en empleo del deporte como arma de lucha política.

En la final de este mundial de manera soterrada, y a veces abierta, estuvo presente la política. Se enfrentaban dos países con dos gobiernos surgidos de alianza políticas diametralmente opuestas, en Francia para detener a ultraderecha supremacista y xenófoba y en Croacia para llevar al poder a una corriente de esa orientación. Es por eso por lo que debe resaltarse el triunfo de los blues, porque con ese triunfo se fortalece el valor del respeto a la diversidad y la solidaridad entre los individuos que tanto necesita Europa en particular, y el mundo en general.