Lo que hizo el pueblo dominicano el 5 de julio quedará en la historia como una gesta muy significativa. No sólo porque con su voto sacó del gobierno una clase dirigente corrupta, indolente y depredadora que hasta hace poco se creía invencible. Sino debido a que, más importante aún, en medio de una pandemia que ha generado casi mil muertes directas e indirectas en un país pequeño salió a votar en números considerables. Para emitir un voto que, a mi juicio, tuvo dos sentidos claves: por un lado, fue un castigo contra sus verdugos políticos; y por otro, constituyó un voto de esperanza buscando otro futuro menos abusivo, injusto y desigual. Los dominicanos y dominicanas votaron para dejar atrás el camino realmente malo que el partido-estado presentó como “lo mejor”, al tiempo que comenzó a vislumbrar ese otro camino auténticamente bueno.

Por tanto, el primer ganador de la jornada fue el pueblo. Un pueblo que, una vez más, estuvo a la altura defendiendo su derecho a votar frente al intento deliberado de la cúpula del partido-estado que azuzó miedo con la pandemia para desincentivar el deseo de ir a las urnas de las mayorías. El pueblo desafió a sus verdugos quienes desde que surgió la crisis sanitaria, se lanzaron a capitalizar políticamente un contexto de tragedia y amenaza a la vida con su candidato “resolviendo”. La gente no cayó en la trampa y se mantuvo firme en su decisión de, bajo cualquier circunstancia, concurrir a las urnas.

El otro gran ganador fue la Marcha Verde. En un artículo aquí publicado (https://acento.com.do/opinion/la-marcha-verde-y-el-cambio-que-viene-8761568.html) habíamos reflexionado sobre lo que significó aquel proceso de movilizaciones ciudadanas de cara al cambio que se viene fraguando en el país. Cambio que, en su faceta electoral, se comenzó a materializar el pasado domingo. La Marcha Verde colocó tres elementos claves en el escenario político, social y cultural dominicano: retomó la hasta entonces aletargada idea de la movilización para exigir derechos y cumplimiento de la ley frente al poder establecido; creó un bloque ciudadano contestatario al poder de turno lo cual empoderó a amplios sectores ciudadanos; y le quitó al partido-estado y a sus estructuras mediáticas a sueldo el monopolio de la verdad construyendo narrativas ciudadanas desde la calle. La confluencia de todos esos factores en el marco político nacional, aunado al natural degaste de un régimen que ha gobernado 20 de los últimos 24 años, posibilitó en gran medida lo que hoy estamos viviendo con la virtual salida del PLD del gobierno.

Ganó también el ex presidente Leonel Fernández. Tras la humillación sistemática a la que fue sometido por sus otrora compañeros de la cúpula peledeísta, quienes encabezados por Danilo Medina entendieron que su continuidad en el poder pasaba por derrumbar el liderazgo leonelista a lo interno del partido-estado, Leonel asumió como proyecto político -y tal vez personal- sacar del poder al danilismo. Estrategia que, en términos electorales, creó condiciones favorables al PRM con la fragmentación del PLD y, asimismo, con la oposición frontal del leonelismo que finalmente validó el mensaje de cambio de gobierno de Abinader. Con la salida del danilismo, que habrá que ver cuán solvente es la estrategia de este sector sin los recursos del Estado, Leonel tendrá la posibilidad de reconfigurar las bases tradicionales peledeístas hacia su propuesta de cara al 2024.

En tercer lugar, ganaron, evidentemente, Luis Abinader y el PRM quienes capitalizaron en buena parte las aspiraciones de cambio de la gente. La principal virtud del hoy presidente electo y sus correligionarios fue que supieron conducir hacia sí gran parte de los reclamos ciudadanos contra la corrupción, impunidad y desinstitucionalización a la que el partido-estado llevó al país. El significante del “cambio” alrededor del cual se articuló la campaña del PRM, fue virtuoso en tanto pudo ser lo suficientemente amplio para que dentro del mismo entraran multitud de reclamos de diversos sectores e intereses. En términos de la teoría de Ernesto Laclau, podríamos decir que hizo las veces de significante vacío que pudo juntar una multiplicidad de demandas sociales en principio inconexas entre sí por cuestiones de clase, ideológicas, regionales, etc. Ahora bien, entraña una paradoja aquello puesto que, si bien en efecto la propuesta del “cambio” del PRM pudo captar el deseo mayoritario de salir del PLD, lo cierto es que ello implica un capital político que no será estático. Porque la gente pronto pedirá resultados ya que, más que por una figura y un partido en concreto, muchos votaron en contra de lo que había. Y para castigar al PLD usaron el instrumento del PRM. Esto es, muchos de esos votos no fueron realmente a favor del PRM sino en contra del PLD. De tal suerte que el actual capital político que tienen Abinader y el PRM, sólo con resultados tangibles, de cara a los principales reclamos ciudadanos (fin de la impunidad, cárcel a los corruptos y justicia social real), podrá administrarse favorablemente al mediano plazo.

Por último, hablemos de lo que consideramos fueron los dos grandes perdedores de la jornada. Primero, sin dudas, el PLD. El partido-estado otrora hegemónico y con todos los resortes del poder público en sus manos recibió un fuerte castigo popular. Considerando lo que implica un partido-estado, y cómo se construyó la hegemonía peledeísta los últimos 20 años, fue, ante todo, la derrota de un régimen político. El pueblo colocó al PLD en el plano del pasado en su búsqueda de nuevos horizontes. Para que el partido-estado regrese tendrá que proponer una propuesta de futuro nueva y creíble a un pueblo que le dijo que sus proclamas de “progreso”, “estabilidad” y crecimiento no lo convencen; y más aún, no representan una mejoría real para ellos.

El otro gran perdedor fue Danilo Medina. Este presidente híper pragmático, caracterizado como el “mejor estratega electoral de todos los tiempos” por sus acólitos mediáticos asalariados, chocó contra un muro el domingo. Su pretensión de seguir en el poder a través de colocar una marioneta sin criterio ni capital político propio, fracasó. Naufragó de mala manera pues pasó de controlar 31 de 32 senadurías y haber obtenido el 61% del voto hace cuatro años, a sólo siete senadurías y 36% del voto presidencial. Una debacle inobjetable. Danilo, suerte de semidiós en la tierra tras el aplastamiento que le aplicó a Leonel Fernández desde 2012, tal vez se creyó indetenible. ¿Acaso le sucedió aquello que cierta teoría liberal del análisis político dice sobre dirigentes que fracasan porque se desconectan de la realidad por sólo escuchar acólitos que les dicen que todo está de maravilla porque aseguran privilegios propios con ello?

En fin, cayeron, de momento (es importante precisar esto porque un partido-estado no necesariamente cae por perder unas elecciones; de ello hablaremos en un próximo texto), los jerarcas del PLD. Esa caterva de arrogantes que se asumieron dueños de todo un país y su gente. Pero que el histórico domingo 5 de julio, el ejemplar pueblo dominicano, en medio de una pandemia, votando masivamente les dijo: ¡se van!