Poco se habla estos días de lo que fue la Marcha Verde. En un país de pocos debates de ideas y en el que la política se despliega en el ámbito de la lógica del marketing, conforme se acercan los eventos electorales tiende a centrarse todo en los nombres; en las figuras que hacen de candidatos. Así, se deja a un lado todo lo que exija reflexión y, ese vacío que queda, se llena con imágenes y resultados. La política dominicana transita entre operaciones clientelares (donde el dinero a secas marca pautas) y la lógica de la venta del producto. Se trata, en ese contexto, de lograr posicionar un candidato, esto es, un producto que se venda en función de cómo lograr colocarse en el ojo del votante-comprador. Por tanto, no existe espacio para el pensamiento y la reflexión. Y situar en perspectiva histórica y crítica lo que fue la Marcha Verde requiere, precisamente, pensar.

Se viene el cambio porque existe ya una República Dominicana diferente. Hay un país que piensa distinto y pide otro futuro frente a un presente que los dueños del poder actual muestran como única posibilidad dentro del “mejor mundo posible”. El mundo del “progreso” donde todos vamos a ir creciendo. El que hoy tiene un Corolla podrá imaginarse un mañana con una yipeta; el que tiene un apartamento en un residencial podrá vivir en una torre (vale estudiarse la obsesión  dominicana por los torres); el que tiene un negocio podrá tener “una empresa”. Pero ese mundo, completamente falso, lo ve mucha gente, sobre todo de los sectores de clases medias más formadas, como un escenario con muchas más dudas que certezas. Como una mentira perfecta.  En ese marco es que va construyéndose parte de ese país diferente. Con la duda y la crítica. Los que no se creen la narrativa de un “progreso” que, al final de cuentas, solo ha sido tal para unos grupos que se han apoderado del Estado para constituirse en una clase superrica dueña incluso de la verdad. Que, asimismo, ha articulado junto con ciertas élites económicas tradicionales un esquema de gestión del poder y acumulación profundamente excluyente y corrupto.

La Marcha Verde, aquella extraordinaria movilización en un país diseñado precisamente para que la gente no se movilice, colocó en el imaginario dominicano varios sentidos y líneas que hoy las vemos operando. No fue un producto sino un proceso esa movilización. Por tanto, tenemos que situar su importancia y vigencia en perspectiva histórica y cultural, donde no caben maniqueísmo ni lógicas de resultados en que todo se reduce a la simplicidad de exigir cosas para aquí y ahora. La Marcha Verde, como tuvimos ocasión de decir en un artículo aquí en Acento (https://acento.com.do/2018/opinion/8594648-la-importancia-ir-marchar-domingo/), era importante porque ponía en la mente del dominicano la idea y posibilidad de movilizarse a exigir sus derechos. De situarse en el mundo como sujeto de derechos, o lo que es lo mismo, como ciudadano al cual el Estado no le da nada sino que debe garantizarle sus derechos.

La lógica de poder que, desde el trijullismo, se instaló en el país se sustenta, entre otras cosas, en una mentalidad pasiva que forjó en el dominicano. La máquina cultural del trujillismo, que encontró su continuidad en el actual sistema político dominicano, precisa de una población disciplinada que asume sin cuestionamientos su lugar dentro de  un orden jerárquico. Y el clientelismo, en ese esquema, fija los límites entre los que debe desarrollarse la relación de ese dominicano con el Estado y el poder. Así, tenemos una población diseñada para obedecer sin cuestionar y que asume el Estado como un aparato donde garantizar intereses particulares –nunca colectivos- en un marco en el que lo importante es sobrevivir cada quien: buscarse lo mío. 

La corrupción en República Dominicana, por tanto, no es un problema de tipo legal (falta de normativas) sino cultural. Hace parte de un sentido común (mentalidad). El clientelismo por igual. De tal forma que la lucha por el cambio en el país tiene que ver con cambiar mentalidades; construir otro sentido común. Y en ese ámbito, pues, la Marcha Verde fue de una importancia trascendental e histórica. Porque el hecho mismo de que multitudes se movilizaran reclamando contra la impunidad (corrupción) constituyó un quiebre a esa mentalidad, a ese sentido común. Lo que implica que se abrió una disputa entre élites y población donde los de abajo se sienten en capacidad de disputar a los de arriba desde la movilización como mecanismo de fuerza. La horizontalidad de las movilizaciones, en estos tiempos potenciados por las redes sociales que permiten articulaciones ciudadanas sin que necesariamente intervengan los medios oficiales dueños de la “información”, coloca la relación pueblo y élites dirigentes en otro plano. El pueblo dominicano vio con la Marcha Verde que sí puede reclamar y que estamos en otros tiempos.

La aportación cultural de la Marcha Verde es central. Ese algo que cambió está ahí: en la mentalidad de la gente. Hay una disputa planteada en el escenario político dominicano. El régimen actual tratará de sostenerse, ya lo verán, presentando un escenario de continuidad donde ellos siguen administrando la posibilidad (el horizonte) del “progreso”. Es decir, para “progresar” hay que seguir con ellos. Y como saben que han construido sentido común (mentalidad) van a intensificar los símbolos que los representan: las caravanas de yipetas, los datos del “crecimiento” y las cifras de los que ya no son “pobres”, sus millones invertidos en su “revolución educativa”, las inversiones en hoteles y carreteras hechas. Ellos viven de decir que solo hay una posibilidad, que es el mejor mundo posible, y que las otras opciones amenazan ese “progreso”.

La vigencia de la trasformación cultural que supuso el proceso de la Marcha Verde es lo que va a disputar esa verdad del “progreso” y el “crecimiento”. Con mayorías preguntándose, ¿progreso para quiénes?, ¿cuál crecimiento si la vida sigue siendo igual de difícil para el que vive de su trabajo? Direccionar políticamente esa vigencia de la Marcha Verde es esencial. Para seguir construyendo las condiciones de posibilidad para el cambio cultural que será, a su vez, lo que conducirá al país al cambio político que requerimos para materializar otros posibles y otras mentalidades. Otras formas de progresar y de crecer. La derrota del actual sistema tiene que ser cultural, porque fue un sistema que se dedicó a crear una mentalidad que es lo que lo sostiene.

La Marcha Verde abrió ese camino del cambio de mentalidad. Para hacer ese país de sujetos de derechos y no de clientes que compran candidatos-productos que venden “progreso”. Que en el país hoy día una mayoría hable y quiera cambio, lo cual atestiguan encuestas serias y cualquier contacto con la calle, tiene que ver con esa disputa donde  fue clave la movilización de la marcha. El cambio está viniendo y la Marcha Verde fue muy importante.