¡No es cierto que aquí nadie ni nada detenga la corrupción! Esta es la pretensión del gobierno, que fomenta y encabeza un proselitismo de la corrupción. De los corruptores y corruptos del sector público y del sector privado, que amasan fortunas a expensas de las grandes privaciones de los que menos tienen. De los partidos y líderes políticos que defienden su zona corrupta de adhesión al poder a cualquier precio. De aquellos medios de comunicación que tratan con tibieza y liviandad la usurpación y la depredación de los bienes de todos por parte de unos pocos que han adquirido la garantía de violar la ley y quedar impunes.

Pero, afortunadamente, no lo es de una inmensa mayoría de dominicanos y dominicanas que no han hipotecado su dignidad, su decencia, su decoro y su compromiso con la verdad y la justicia; de los que por apego a los valores éticos fundamentales tienen bien clara la línea divisoria entre la conciencia del bien y la perversidad. Y habremos de juntarnos para demostrar que los no corruptos no solamente somos los más, sino que estamos decididos a detener el flagelo de la corrupción, sin importar que se encuentre amurallada en tribunales “plagados” de togas irreverentes.

En este momento de desenfreno político corruptor, más que nunca, se hace necesario apelar a la fuerza moral superior de las instituciones, que como las comunidades e iglesias, gozan de autoridad pública confiable para ofrecer una orientación social y espiritual y exigir un comportamiento ético al poder político.

Estas comunidades basadas en la fe tienen un bien ganado espacio en la plaza pública. Y por tanto, tienen el deber dejar oír su voz y hacer sentir su testimonio de la verdad y la justicia, conscientes de que la noción del bien que proponen las religiones complementa y le imprime asepsia a la que proponen la política y los políticos.

Precisamente por esto, consideramos que la presencia unida de todas las iglesias en un Frente Ecuménico Interreligioso contra la Corrupción y la Impunidad, que asuma el compromiso de fomentar desde el seno cada comunidad religiosa una conciencia reflexiva y cívica para generar un rechazo y condena a todas la prácticas corruptas del gobierno y del sector privado, puede ser un antídoto efectivo contra la corrupción y la impunidad imperante en nuestro país.

El camino para esta acción espiritual y social a nivel nacional es más que posible a juzgar por las declaraciones de los líderes religiosos del país. Ya la Conferencia del Episcopado Dominicano, en su Carta Pastoral del 2015, deja constancia de su preocupación por el tema de la corrupción. Así, expresan:  “Más que institucionalización para el bien común, el Estado se convierte entonces en fuente de inequidad a través de la corrupción, que se utiliza no sólo para el enriquecimiento personal, sino como una plataforma de financiamiento de la actividad política. De no castigarse ejemplarmente los casos de corrupción en el Estado, no se podrá esperar de la mayoría de la población un uso honesto de los bienes públicos ni una actitud de colaboración en beneficio de la convivencia ciudadana” (Carta Pastoral, No. 39).

También en su Carta Pastoral de la misma fecha del 2014, habían expresado: “ A más de uno le puede parecer que hablar de política no debe ser un tema para tratarse en y por la Iglesia, porque muchos malos políticos se han encargado de despojar la política de su esencia, haciendo que se le vea en muchos rincones del mundo como sinónimo de “mentira, engaño, negocio, corrupción, inmoralidad, demagogia y suciedad; ya que muchos se cubren con el manto de la política para sus intereses egoístas y bastardos, apostasías y vilezas” (Carta Pastoral,  No. 7).

En este mismo animo se pronunció, en el mes de julio de este mismo año, el presidente del Consejo Dominicano de Unidad Evangélica, CODUE, que agrupa  unas 340 instituciones evangélicas, 6,000 congregaciones y 800 iglesias, quien abogó por la creación de un frente anticorrupción que estaría compuesto por las instituciones mejor valoradas por la población dominicana entre las cuales se encuentran  las iglesias evangélicas, la iglesia católica, todas las iglesias, los grupos magisteriales, medios de comunicación y otras instituciones de la sociedad civil.

La corrupción reinante siempre ha levantado clamores a Dios, como queja dolorosa, o como súplica esperanzadora. Las instituciones basadas en la fe sí pueden detener la corrupción y la impunidad en nuestro país. Tienen el poder moral y espiritual para hacerlo y esperamos que lo hagan.  “Porque Dios así lo dispuso, la creación abriga la esperanza de compartir, libre de toda corrupción, la espléndida libertad de los hijos de Dios” (Rom. 8,20). Y todas las iglesias deberán contribuir a curar las heridas del pueblo dominicano causadas por la corrupción que atenta contra la paz social. Los pastores y los fieles deberán asumir este deber sin liviandad: “Y curan las heridas de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz” (Jeremías 6,14).