Estoy casi seguro (es más, si un día de estos me lo encuentro por ahí se lo pregunto) de que mi líder Francisco veía para acá cuando desde Roma instó a los obispos “a denunciar enérgicamente la corrupción y actuar más como pastores que como pilotos que imparten órdenes a los feligreses”. Segurísimo pensaba en algunos jorocones que cargamos aquí cuando agregó: “No vacilen en denunciar la mentalidad generalizada de la corrupción pública y privada que perjudica a las familias, los trabajadores honrados y los retirados, marginando a la vez a los más necesitados y privando de esperanza a los jóvenes”.