En todos los países del SICA, aunque en formas diferentes, es impostergable la necesidad de que el número de doctores en las disciplinas científicas y tecnológicas llegue a los mismos valores que tiene en países de comparable nivel económico. No debería requerir de mayor justificación la afirmación de que cada país debe afrontar el problema con políticas públicas nacionales, que en lo político dejen por un lado lógicas partidarias, y en lo académico no confíen únicamente en la iniciativa de las universidades privadas y en la cooperación internacional.
No es un problema nuevo y hay solamente dos maneras para solucionarlo: estudios en el exterior u ofertas de doctorados locales que, eventualmente, se apoyen, parcial o totalmente, en universidades extranjeras. Esta forma de cooperación es a menudo necesaria porque esos países suelen contar con la masa crítica de científicos que permita ofrecer un programa nacional de doctorado solamente en un número limitado de áreas, pero la manera óptima de utilizarla es a través de formas de integración y cooperación regional, dado que muchas de esas áreas que no podrían sostener un doctorado nacional, sí pueden hacerlo a nivel regional.
Estas últimas consideraciones han adquirido especial relevancia por la pandemia del COVID-19 que obliga a repensar los mecanismos utilizados hasta ahora para la formación de alto nivel, el principal de los cuales han sido becas para el exterior, en países avanzados. Es posible, o quizás, mejor dicho, probable, que ese mecanismo tenga, al menos por algún tiempo, que enfrentar una crisis o una reestructuración.
Hace unos días, el Listín diario hizo un interesante análisis del caso dominicano en un artículo de Yadimir Crespo, basado en exhaustivos datos estadísticos que no vamos a citar en detalle, acerca de las becas del MESCyT para estudios de posgrado en el exterior. No se puede no compartir la previsión de que su promedio anual, de más de 2250 becas (en su mayoría para estudios de maestría), en los años 2017-2018, o las 1500 becas que se otorgaron en 2019 y cuya utilización fue afectada por la pandemia, representan metas difícilmente alcanzables este año, que sigue a un 2020 durante el cual se otorgaron poquísimas becas, y en casos muy especiales.
En 2020, el destino principal de los becarios del MESCyT fue Cuba, mientras en los años anteriores había sido España. El número de los demás países de destino ha ido disminuyendo desde los 24 de 2017, a los 15 de 2018, y a los 13 de 2019, siendo las metas principales Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, Rusia y Francia, cinco países que, con España, hacen parte de los siete donde ha habido el mayor número de contagios de COVID-19.
Todos esos países, aunque con modalidades diferentes, han puesto restricciones al acceso de extranjeros, que, en muchos casos, afectan una rubro importante de su PNB, el turismo, para el cual la gran mayoría de las respuestas a una encuesta del mes pasado de la Organización Mundial del Turismo entre operadores y expertos del sector se dividieron en partes iguales entre quien la prevé para el 2022 y quien en los años siguientes.
Es razonable pensar que la formación no tendrá mejor suerte. Esta previsión es compartida por el MESCyT. Para 2021, el director general de Becas Nacionales, Roger Thomas Mora, ha anunciado, según recuerda Crespo, que la convocatoria a becas internacionales será para estudios online o semipresenciales y solamente en algunos casos para el exterior. Esto afecta sobre todo las áreas de alta tecnología, para las cuales, como ha recordado oportunamente el ministro García Fermín, el uso de laboratorios es central. Y éstas son las áreas cuyas carencias destacamos.
Sin embargo, como dice el refrán, “No hay mal que por bien no venga”. La probable reducción de becarios en el exterior estimula a pensar en nuevas oportunidades, como la promoción de formas novedosas y no tradicionales de doctorados sándwich o en cotutoría, que en parte utilicen la enseñanza virtual y en parte la infraestructura local (que naturalmente debería ser fortalecida) y las competencias de coasesores locales.
Estas fórmulas que pueden estimular nuevas colaboraciones, deberían resultar interesantes también para las universidades de los países de destino que tienen la necesidad de adecuar al pospandemia sus programas internacionales, a menudo cruciales para definir el monto de sus financiamientos de origen estatal.
No estoy seguro de que, para aprovechar esta oportunidad, la acción más efectiva sea aumentar, respecto a los años anteriores, la cantidad de becas ofertadas para 2021, gracias al costo menor de movilidad hacia el exterior y al no tener que asumir la manutención de los becarios, con un ahorro que puede ser muy importante, dado que, de acuerdo a José Cancel, viceministro Administrativo y Financiero del MESCyT, el presupuesto de este rubro para 2021 asciende a 1,226 millones de pesos.
Aun aumentando la oferta, es posible que las respuestas a la convocatoria sean inferiores a las expectativas o no garanticen el nivel académico necesario. En un reciente pasado, esto ocurrió con un programa de becas ofrecido por Corea del Sur, que no fue posible aprovechar en su totalidad.
Dado que no se puede transigir con el nivel de aceptabilidad de los candidatos, podría convenir considerar otras posibles utilizaciones del previsible ahorro en el rubro de becas internacionales, que puedan contribuir a alcanzar resultados cuya finalidad sea la misma.
La primera prioridad es evidentemente asegurar que no quede por fuera ningún joven que tenga la calidad académica necesaria. Sin embargo, si hubiera, como es posible, que reasignar parte de ese presupuesto, manteniendo su finalidad, y solamente modificando la forma, posibles utilizaciones que cumplan con esta condición son: el fortalecimiento de los doctorados, su regionalización y el fortalecimiento de la infraestructura requerida por los doctorados y las investigaciones a ellos asociadas.
Si esto se hiciera, se complementaría de manera excelente la inversión en becas y sobre todo se tendrían efectos de impacto de largo plazo.
Hasta hace poco, en el país había solamente un doctorado científico-tecnológico, el de INTEC en Ingeniería y Ciencias Aplicadas, pero en los últimos años ha habido un desarrollo notorio de la investigación científica, testimoniado por el creciente número de artículos publicados, como se puede comprobar en los sitios especializados o recordando la presentación del Vicerrector de Investigación e Innovación de la PUCMM, Kiero Guerra, en el Simposio del MESCyT sobre el COVID-19 de hace unos meses.
Ese desarrollo permite pensar en un ambicioso programa nacional de doctorados del cual ya se está viendo la etapa inicial.
A nivel nacional, durante el gobierno anterior, el problema de la formación a nivel doctoral recibió atención prioritaria por parte del MESCyT y un primer resultado concreto fue el lanzamiento, a finales de 2019, de un programa de doctorado en Matemática. Éste surgió como iniciativa conjunta de INTEC, PUCMM y UASD, y tuvo como antecedente una propuesta de doctorado nacional en Ciencias Naturales, en cooperación con algunas universidades extranjeras, entre las cuales primaba la Universidad de Puerto Rico.
Este modelo de un fuerte compromiso nacional de cooperación y no de competitividad es el único que puede funcionar en un país en desarrollo para este nivel de oferta académica.
Plutarco atribuye a César la afirmación: “Mejor primero en este pueblo que segundo en Roma”, que la sabiduría popular hispana traduce en el refrán “Mejor cabeza de ratón que cola de león”. Esto en ciencia no funciona y aun menos en un país en desarrollo que necesita todas sus capacidades para cerrar la brecha con los países avanzados. En un país como el nuestro, la ambición de un grupo de investigación, o de una institución, debe ser contribuir a que todo el país sea competitivo internacionalmente y no la de asegurarse una insignificante superioridad local.
A nivel regional un programa de fortalecimiento de los doctorados podría sin duda contar con el apoyo del Consejo Superior Universitario (CSUCA) que hace siete años, ya antes de recibir la adhesión de República Dominicana, hizo propio lo que propusimos, conjuntamente al director del Centro Internacional de Física Teórica “Abdus Salam”, Fernando Quevedo, y a un profesor panameño de la Universidad de Houston, Carlos Ordóñez, y estableció sendos programas de doctorados regionales, en Física y Matemática, mientras una ampliación del programa a la biología y a la química nunca logró pasar de la etapa de los estudios preliminares, realizados en Guatemala, a la puesta en marcha. Estos dos programas siguen activos, aun cuando con resultados alternos, con el apoyo principalmente de Panamá, y, limitadamente a Física, de El Salvador.
Siempre a nivel regional, hubo una reciente e interesante iniciativa del Sistema de Integración regional Centroamericano (SICA) y del Centro de Investigaciones para el Desarrollo (IDRC) de Canadá, que, para promover la cooperación científica regional, han identificado, entre 134 proyectos, ocho a los cuales han garantizado un apoyo semilla. Entre ellos, uno, liderado por Carlos Rudamas, de la Universidad de El Salvador, en el cual participamos numerosos científicos de República Dominicana, tiene por objeto crear una Red regional de científicos de Ciencias Naturales, y entre sus fines está el fortalecimiento del doctorado regional en Física y ser núcleo promotor de dos más, en Química y Biología. A nivel personal, tengo la ilusión de que esta red pueda ser el germen de una Asociación Centroamericana y del Caribe para el Avance de la Ciencia, que podría tener una autoridad mayor de la desigual de las sociedades profesionales nacionales.
Esta vitalidad de la región permite mirar al futuro con optimismo y con una razonable confianza en que en unos años la Región Centroamericana y República Dominicana puedan tener un sistema integrado de doctorados y redes regionales de investigadores.
¿En qué áreas se pueden desarrollar?
Desde al menos dos años, la PUCMM, cuya experiencia en investigación de frontera en Nanomateriales tiene fuertes raíces, está considerando la posibilidad de crear un doctorado en Ciencia de Materiales, proyecto que estuvo asociado al de crear un Centro regional dedicado (CRICMA). Ese proyecto de doctorado, como el del CRICMA, contó con un apoyo decidido de la UNEV, y menos convencido del representante de INTEC y de uno de los representantes de la UASD, que participaron en algunas reuniones preparatorias.
Hace pocos días se ha inaugurado el Centro de Biología Molecular Salomón Jorge, también de la PUCMM, lo cual hace madura la eventual decisión de crear un doctorado también en esta disciplina.
A estos ejemplos se debe añadir el Centro de Investigaciones Científicas y Desarrollo de Tecnologías (TECUNEV) de la Universidad Evangélica que se inauguró pocos días antes de que estallase el brote del COVID-19, por lo cual no ha podido todavía dar todos los resultados esperados, mas que también podría jugar un rol extraordinario.
En todos los ejemplos recordados, es comprobada la sólida capacidad de investigación de frontera por parte de investigadores activos, prerrequisito para cualquier doctorado que aspire ser creíble a nivel internacional.
Estas posibilidades pueden ser valiosas para la creación de nuevos programas. En todas las ciencias básicas hay grandes competencias en el país. Siendo físico, soy testigo de la gran calidad de los científicos de este sector. Pero lo mismo vale para biología y para química, y en áreas más aplicadas como meteorología, ciencias de la tierra o riesgos naturales.
En física, a finales de 2019, se estuvo gestionando un proyecto de doctorado de parte de un grupo PUCMM-INTEC-UASD. Se esperaba conocer la propuesta para enero de 2020, por lo cual supongo que seguramente esté por ser presentada. Ese proyecto tal vez pueda asociarse al del doctorado en ciencia de materiales o ser parte de un doctorado más amplio en química, física y ciencia de materiales que aproveche las competencias de UNEV, PUCMM y de las otras universidades activas en estos sectores.
Esta posibilidad podría contestar anticipadamente a quien pueda pretender, a mi modo de ver erróneamente, que las acciones en ciencias básicas produzcan necesariamente resultados tecnológicos aplicables, olvidando la excelente lección del Premio Nobel David Gross, cuando visitó el país para el Congreso Internacional del MESCyT de 2016.
En conclusión, si fuera imposible utilizar totalmente el presupuesto para el programa de becas internacionales, no faltan programas que se pueden poner en marcha con la misma finalidad.
Por supuesto, el éxito de tales programas supone que se aprovechen todas las potencialidades existentes (ya que no se debe olvidar que todas no es sinónimo de muchas) y tener claro que la población total de los países del SICA es de 60 millones, igual a la de Italia y menor de la de Alemania, Francia o Reino Unido.
Esas acciones solamente darán frutos en un marco de colaboración nacional e integración regional. Pero hay un corolario: Formar doctores es un excelente y necesario programa, ¿y luego, qué? Si países avanzados, y un ejemplo es Italia, tienen un serio problema de fuga de cerebros, el problema es mucho mayor en los en desarrollo. Esto hace prioritario que, contemporáneamente al pensar cómo utilizar el eventual avance de financiación de las becas de este año, también se diseñen políticas de largo plazo que permitan mantener en el país los jóvenes que se vayan formando.
Es probable que una formación regional contribuya a reducir algunas de las causas de la fuga de cerebros, pero no la principal. Si se quiere que los resultados de una tal política de desarrollo científico y tecnológico sean sostenibles, es necesario que se les ofrezcan condiciones competitivas de trabajo, sin cargos de docencia que impidan aprovechar su potencial de investigación, que solamente podrá ser utilizado si hay la infraestructura científica que les permita seguir investigando sobre temas de avanzada.
Y la infraestructura no es únicamente laboratorios. Se me perdone si recuerdo una vez más la propuesta de un Centro de alta tecnología que, en otro contexto, mencioné por este mismo medio hace unos días.