La pandemia que azota la esfera mundial se va alargando en el tiempo, incrementa las infecciones y la letalidad. Esta enfermedad, que se muestra implacable y desestabilizadora de personas, instituciones y países, no solo ha de ser recordada y analizada por los hechos destructivos que exhibe la potencia del virus que la sostiene y expande. Hemos de ponderar las diversas interpelaciones que derivan de las circunstancias que giran en torno a la pandemia. En esta dirección, hemos de identificar los procesos y acciones vinculados a la COVID-19 que están impactando nuestra mentalidad, la práctica individual y colectiva. Pero, además, es necesario prestarles atención a las carencias y necesidades que se hacen visibles en la vida cotidiana.  Se produce una interrelación entre las preocupaciones y las necesidades en estos momentos.

Observamos cotidianamente las dificultades que tiene un alto porcentaje de la población para respetar el distanciamiento físico y social; el uso de la mascarilla y el cumplimiento de las regulaciones que establecen las autoridades para preservar a la ciudadanía de la enfermedad. Se constatan reacciones distintas en la población. Unas personas sienten miedo por el curso que está tomando la enfermedad; otros no creen en la veracidad de lo que la OMS, OPS y SP plantean sobre la pandemia. Esta situación se vive como una experiencia de pérdida de libertad, de derechos y de vida. Consideran que se les miente, que todo lo que pasa es producto de intereses y de poderes transnacionales. Esta diversidad de concepciones, creencias y reacciones son indicadores de la atención que le hemos de poner a la formación ciudadana en la República Dominicana.  Creemos que muchos de los problemas que se presentan en este período con jóvenes y adultos responden al vacío en el que ha caído la formación en el campo de las Ciencias Sociales. La formación del pensamiento cuenta poco en los procesos formativos, tanto en la educación preuniversitaria como en el ámbito de la Educación Superior. La formación ciudadana desde la propia práctica ha de priorizar la perspectiva crítica, para que los ciudadanos en general aprendamos a forjar una vivencia ciudadana situada y corresponsable. Para que las lecciones de Moral y Cívica puedan revertir el déficit de una formación ciudadana seria, es necesario que esa moral y ese civismo se construyan día a día; desde lo que hace, siente y vive cada sujeto, cada grupo humano. Esta formación ha de acentuar el razonamiento, la reflexión y las opciones que comprometen con la transformación de lo que diariamente vulnera la dignidad y los derechos de las personas, de las instituciones, de la sociedad.

La formación orientada a una ciudadana que se construye desde la práctica ha de posibilitar el desarrollo de la conciencia crítica y autocrítica de la gente. Esto le permitirá fomentar la cultura de evaluar su modo de actuar. Le facilitará, además, la adquisición de una mentalidad más flexible y plural para comprender la realidad local y mundial. Asumirá con responsabilidad la repercusión de sus actuaciones en el impulso o parálisis de la sociedad. La problemática de la formación ciudadana devela, a su vez, la necesidad de que gobernantes y funcionarios contextualicen sus conocimientos sobre la realidad y la formación de los ciudadanos que dirigen, para una gestión humana y efectiva, de los conflictos que generen los vacíos formativos. El problema de la educación ciudadana es palpable; urge mejorarla significativamente.