Para los propósitos de hoy trazamos una línea imaginaria entre la filtración de la información- realizada intencionalmente por el propio guardián de la misma- y la fuga, que es un escape de información contra la voluntad del celador. En el mundo real se confunden los dos tipos muy distintos de informaciones de fuentes “anónimas” difundidas por los medios.
La filtración generalmente se utiliza como sondeo de la reacción ciudadana, para desviar la atención y despistar, o para embarazar y causar perjuicio al oponente. Es una herramienta de propaganda muy controlada y no conlleva mayores riesgos para la fuente “anónima”.
En cambio la fuga de información en ocasiones puede ser utilizada maliciosamente por el soplón con fines egoístas, por venganza personal o como arma en la lucha por el poder. Con mayor frecuencia se emplea para delatar un peligro que el informante colaborador considera inminente y que quiere evitar pero no ve otro camino viable sin perder su empleo, o para hacer justicia cuando no ve perspectivas de que se haga por los canales institucionales. En todos los casos nos referimos a informaciones fidedignas- muchas veces con copias de documentos oficiales- y no a los rumores espurios puestos a andar por maliciosos con fines aviesos, falsedades que también proliferan en estos tiempos.
Ante una información atribuida a una fuente anónima, debemos primero preguntarnos si la misma es el subterfugio de una filtración, o responde a las claras características de una verdadera fuga. Pero advertimos que no siempre es factible determinar en primera instancia si la información de fuente anónima es producto de una entrega voluntaria (aunque no por los canales oficiales), o un escape sin consentimiento institucional. Si detectamos que la información es producto de una filtración consentida, debemos evitar caer en la trampa, pues como ya hemos expuesto es una decepción para manipularnos vía los medios. Debemos tratar la noticia con la misma cautela que una nota de prensa de la parte interesada- o quizás más- por legítima sospecha de intento de engaño.
Las auténticas fugas de información violan principios de confidencialidad y por tanto “casi siempre” son ilícitas, verdades ilícitas. Los que se sienten afectados siempre amenazan con toda la fuerza de la ley contra estas verdades por ser fugas, sin contemplar el valor de la verdad inherente. Las fugas abundan sobre todo en tiempos tormentosos, y al igual que con las mentiras que se dicen a diario, raras veces son penalizados los responsables. En principio las fugas son indeseables por su potencial para causar grandes daños a individuos y a la sociedad, pero como con todos los vehículos, hay escapes de información que evitan males mayores, al menos desde el punto de vista de la vista mía. Por otro lado hay fugas que ponen en peligro la seguridad y el bienestar de la sociedad o de individuos inocentes. En esos casos particulares hay que penalizar severamente a los que entregan irresponsablemente informaciones maliciosas a los medios, tal como se hace cuando un colaborador entrega secretos de estado al enemigo.
Los periodistas y los medios también deben ejercer cautela a la hora de publicar noticias de fuentes anónimas. El reto es permanecer imparcial a la hora de juzgar si el escape es benigno porque divulga información que permite evitar males mayores y el soplón no tiene otra salida oportuna, o es una fuga maligna porque vulnera la seguridad y el bienestar colectivo o de individuos inocentes. Si los efectos son benignos para la sociedad, la fuga es justificable. Si surte efectos nocivos en personas inocentes o sobre la nación, entonces los responsables del escape deben ser penalizados, es lo que apunta Glenn Greenwald en su reciente artículo en The Intercept.
Las fugas frecuentes en tiempos de crisis, si son del tipo benigno, significan que los medios hacen su trabajo de periodismo investigativo con eficacia. Evidencian la confianza que sienten los ciudadanos en los periodistas y los medios seleccionados. Son una señal del vigor institucional y del bajo nivel de represión estatal. Las fugas benignas constituyen una importante válvula de escape y ayudan a mantener el equilibrio entre los poderes democráticos. A pesar de las frecuentes quejas de los imputados, las fugas (filtraciones según los petistas) han sido un elemento esencial para mantener el apoyo de la opinión pública a los procesos judiciales de corruptos y corruptores en las tempestades del Petrolao en Brasil. Hasta el momento no se ha desatado una cacería de brujas contra los soplones, reflejando una madurez institucional que ha sorprendido agradablemente a muchos estudiosos de la democracia brasileña.
Claro que en regímenes autoritarios los escapes son pocos y rápidamente reprimidos, como en la Turquía de Erdogan o la Rusia de Putin (para no meternos en rojo con los vecinos hermanos hispanoamericanos). En EE.UU.- desde cuando eran colonias en lucha contra el imperio- existe una larga tradición de fuga de informaciones y documentos. La publicación ilícita en 1773 de las cartas del gobernador de Massachusetts, Thomas Hutchinson, en un periódico de Boston, sirvió de importante elemento en la incitación a la rebelión contra los británicos que culminó con la Independencia. Desde entonces generalmente los políticos estadounidenses odian todas las fugas cuando tienen las riendas del poder (los británicos entonces), y los opositores (los colonos rebeldes) alientan las fugas benignas. Trump ya ha declarado la guerra a los chivatos así como a los medios, declarando que son enemigos del pueblo. El presidente quizás no sabe que hasta el sol de hoy no se ha descubierto quién entregó las cartas de Hutchinson a Benjamin Franklin hace casi 250 años, y por tanto el soplón nunca pudo ser castigado por su delito, ni siquiera póstumamente. ¡Buena suerte con la cacería de soplones en la era digital!
En las naciones auténticamente democráticas los medios alientan abiertamente a los ciudadanos a colaborar con informaciones de interés público vía diversos mecanismos que permiten mantener en sigilo la identidad del colaborador, produciéndose un flujo constante de denuncias. Por ejemplo en EE.UU., el medio digital The Intercept fue fundado sobre esa base, y tiene como lema “If you see something, leak something”, alentando a los lectores y explicando cómo pueden colaborar como informantes con un mínimo de riesgo personal. Pero ya igualmente medios tradicionales brindan abiertamente la oportunidad a informantes de hacer aportes bajo el manto del sigilo periodístico. Eso sí, son estrictos en la depuración de la veracidad de las informaciones y la autenticidad de los documentos sometidos, porque son conscientes de la responsabilidad que conlleva publicar tales noticias basadas en fugas ilegítimas.
La guerra contra soplones benignos es un desatino en una sociedad auténticamente democrática, como también es insensato declarar a los medios “enemigos del pueblo”. En lugar de malgastar energías en perseguir a los chivatos de lo malhecho, es recomendable dedicar mayores esfuerzos para evitar que se produzcan los malos hechos que tientan a los ciudadanos a utilizar este extremo recurso de delación anónima, así como a crear mecanismos para institucionalmente remediar los casos que requieren atención sin tener que recurrir a las fugas. Y desde luego, es preciso perseguir con todo el peso de la ley a los pocos traidores que en realidad divulgan informaciones verdaderamente comprometedoras de la seguridad y el bienestar de la nación.
Lecturas relacionadas:
https://es.wikipedia.org/wiki/Filtraci%C3%B3n_informativa
http://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-38964614 Estados Unidos: ¿por qué hay tantas filtraciones en el gobierno de Donald Trump?