Volvemos a formularnos la pregunta que se hiciera Jean-Francois Revel en 1957. Pero esta vez refiriéndonos a los filósofos dominicanos. La mala noticia: Parecieran estar ausentes, víctimas de la melancolía. Pero ni siquiera es esa melancolía que necesita alegría para saberse tontamente dormida. “Es más bien el aire de hastío cansado y de abandono, de derrota y de renuncia que genera la transformación desordenada del presente en intelectuales con muy pocas razones para quejarse y sin argumentos más allá de la irritabilidad que el desorden suscita en sus órdenes fosilizados” (Jordi García. El intelectul melancólico, 2011).

La buena noticia: Son necesarios. Se requiere de su participación activa en el debate de los asuntos nacionales e internacionales en un país lleno de problemas que necesitan de reflexión profunda. Norberto Bobbio decía que hay dos formas de filosofar: una es pensar sobre los pensamientos. La otra es pensar sobre lo que pasa, sobre lo que está ahí a la vista, superando el miedo de pensar los problemas comunes, los problemas públicos.

Desde el nacimiento de la filosofía y la democracia en Grecia, los filósofos han contribuido al cambio de su mundo y de su época. Y habrán de hacerlo ahora. Siendo así, está bien claro que la situación social, política y económica que se vive en el país ofrece todos los días motivos para hacer una profunda reflexión filosófica.

Existe una interpretación muy sugestiva para muchos de los problemas filosóficos pendientes en el país: la justicia, la violencia, el hambre, los derechos humanos, la ética, la corrupción, la economía, la migración, la amenaza al medio ambiente y el deterioro de la democracia.  Pero cuando el filósofo asume su compromiso con lo que está pasando todos los días y con la filosofía, como actitud cuestionadora, intenta conectar los dos mundos.

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La importancia del filósofo fue descrita así por René Descartes: "Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás". En este sentido también se expresa la filósofa española Adela Cortina, quien afirma que: “Excitar la capacidad crítica es otra de las misiones de la filosofía desde sus orígenes, acostumbrarnos a discernir entre lo que pasa y lo que debería pasar, arrumbando los dogmatismos y fundamentalismos que se blindan ante la argumentación”. 

La misma autora también destaca como tarea del filósofo: “ejercer la capacidad crítica realmente desde convicciones racionales abiertas a la argumentación exige conocer esos criterios que el filosofar ha ido descubriendo a lo largo de su historia y que nos permiten distinguir entre lo que resulta inaceptable por no estar a la altura de la dignidad humana y lo necesario para proteger y fomentar esa misma dignidad”.

Es también misión del filósofo “fomentar una opinión pública razonante y participativa a través de la argumentación, entendida como la capacidad de deliberar en serio en comités, comisiones y en el espacio abierto por los medios de comunicación indispensable para que una sociedad sea realmente pluralista y democrática”.

Hoy día se deja sentir una gran tendencia en el contexto internacional sobre el retorno de la filosofía al ámbito público y a la vida cotidiana: vuelve a tener vigencia el filósofo como un mediador de las personas y sus problemas vitales, así como un divulgador de una herramienta preciosa: el pensamiento crítico y libertario.

Esta importancia se aprecia  en el entramado intelectual internacional, en el que tienen presencia filósofos como Adela Cortina, Chantal Mouffe, Slavoj Žižek, el filósofo y psicoanalista esloveno que alimenta su pensamiento con la cultura popular, Peter Sloterdijk, Peter Singer, Noam Chomsky y Michael Walzer, quien ha trabajado el tema de la filosofía política y sostiene, siguiendo la posición de Camus, “que el político de que tiene las manos sucias debe ser castigado por sus malas obras”. 

Refiriéndose a América Latina y el Caribe, Mario Magallón, en su artículo “Filosofía y Pensamiento Crítico Latinoamericano en la Actualidad” (2014), sostiene que “la filosofía entre nosotros debe asumir el compromiso histórico que le corresponde, o sea, de denuncia y crítica de las condiciones históricas de existencia de los latinoamericanos y caribeños, así como también del resto del género humano”.

Sin embargo, ello no deberá entender a la filosofía como ideología, menos aún, como metadiscurso emancipatorio de las necesidades políticas, directas e inmediatas; más bien, debe tomar conciencia de que su propia razón de ser es inseparable del mundo en que se hace, del mundo que la niega, allí donde no existen las condiciones indispensables para su libre ejercicio”.

La filosofía dirá Jean-Francois Revel “no puede tener como punto de partida las contradicciones de los sistemas anteriores sino a condición de unir su examen a una interrogación original y realmente actual, sin lo cual es sólo el hospital en se cura a las víctimas de las imprudencias intelectuales del pasado”.

El filósofo debe responder “aquí y ahora” a los retos y desafíos de su tiempo. Es hora ya de que los filósofos dominicanos salgan de su escondite melancólico y entren decididamente, con la suficiente valentía intelectual,  en la discusión pública de los problemas del país.

Llegó el momento de los filósofos dominicanos. Y al decir de Víctor Hugo “no hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”.