Fidel Castro ha sido la figura política y militar de mayor impacto América Latina y el Caribe, trascendiendo esta región y proyectando su imagen e ideas en todo el mundo. Fidel inspira en algunos una adhesión ardiente propia del fanatismo religioso y en otros un rechazo primitivo, abyecto y grotesco como el expresado por un puñado de cubanos en Miami festejando su muerte. Naturalmente, a pocas horas de haberse producido su deceso, los juicios que de él se expresen tienden a carecer de la objetividad que permita establecer un balance más equilibrado de su papel en la historia y de su legado. Una perspectiva de análisis partiendo de los momentos que lo forjaron como líder militar y como conductor político, permitiría una mejor aproximación a esa objetividad.

En tal sentido, es necesario tener presente el contexto de los momentos en que se forjó la figura política de Fidel. Sus primeros años de vida política discurren durante las luchas contra las dictaduras de Machado y Batista, apoyadas por EE UU, sustentadas en el gansterismo, la corrupción, la discriminación social y étnica, y la práctica de la prostitución más generalizada en todo el mundo. Su liderazgo estudiantil lo condujo a postularse como diputado, al tiempo que preparaba la acción militar que culminó con el asalto al Cuartel Moncada, cuyo fracaso lo llevo a la cárcel y posteriormente al exilio. De allí regresó con un contingente militar que lo llevó a las montañas cubana de donde descendió victorioso como primer jefe militar.

Su carisma e inigualable talento le permitió organizar y conducir la heroica resistencia a la invasión norteamericana en Playa Girón, consolidándose como Comandante en Jefe de una Cuba transformada en una suerte de fortaleza asediada que como tal, difícilmente podía ser gobernada en los marcos de la formalidad de la democracia. Esas victorias imprimieron a Cuba un profundo sentimiento de identidad nacional antimperialista que se proyectó en toda la región y el mundo. Además, mantuvo su política de solidaridad con otros países, apoyando las mejores causas por la igualdad, entre las que se destaca su aporte militar para dar fin al apartheid en Sudáfrica. Esas acciones son, posiblemente, el mayor y más preciado legado del Fidel Comandante.

El Fidel político, voluntarista, terco y autoritario impulsó el objetivo de la zafra de los 10 millones de toneladas en 1968, utilizando la casi totalidad de las fuerzas productivas en una aventura que al fracasar sumergió la economía cubana en la quiebra e incapacidad de producir los bienes y servicios esenciales para la población. Esa acción, más la dependencia de la ex Unión Soviética, lastraron irremediablemente una revolución que, de esperanza y modelo se convirtió en anti modelo. Los logros en las esferas de la salud, la educación y el deporte son incuestionables, pero son altamente insuficientes ante la situación global de una economía prácticamente colapsada, cuasi mono productora y frente a un sistema político basado en el pensamiento único, del líder y partido únicos; un modelo de sociedad fuera de época.

Ningún movimiento político, religioso o de cualquier índole que se plantee la transformación de una particular sociedad o el mundo, puede prescindir de la promesa de un futuro promisorio que compensaría los enormes sacrificios que supone a asumir esa empresa transformadora. La inexistencia en Cuba de bienes y servicios elementales para la vida cotidiana que acogota la vida de la generalidad de los cubanos, determina que una significativa parte de su población, sobre todo los jóvenes y los profesionales, no perciba el final de su sacrificio por Cuba y por gran parte del mundo. La permanencia del sacrificio, de las privaciones extremas no puede ser atribuidas únicamente al asedio y bloqueo del imperialismo norteamericano, sino también, fundamentalmente, a las erradas opciones económicas de la dirección cubana y en particular de Fidel, que determinaron la existencia de una economía que ha sido incapaz de satisfacer esas necesidades.

La inexistencia de bienes y servicios elementales en Cuba, tiene mucho que ver con la incapacidad esa revolución de detener la fuga masiva de gran parte del mejor capital social que produce, de evitar la hemorragia emigratoria que ha hecho que casi una quinta parte de la población cubana viva fuera del país y que hoy, el camino que trilla su dirección política es el camino del modelo chino de “socialismo”, un capitalismo de estado explotador que intenta producir bienes y servicios mediante un sistema opresivo, sostenido por una burocracia político/ militar, que sucedió a Mao, que conduce ese país hacia un modelo de económico que produce riqueza pero que desconoce los más elementales derechos políticos, sociales y culturales de sus ciudadanos.

En tal sentido, al hacer un balance del legado de Fidel es necesario ir más allá de la simple condena o de la exaltación meramente apologética, si la discusión se mantiene en esos estrechos límites se incurriría en un absurdo reduccionismo que nada tiene que ver con la dimensión de su figura, de las enseñanzas que pueden extraerse de su significado en la historia, de sus ideas, sus valores relativos a la justicia, a su firme posición sobre la igualdad y la solidaridad de los pueblos; de sus yerros (que nos conciernen a muchos), de las tareas que dejó inconclusas, fundamentalmente sobre el futuro de un proceso en franco retroceso y sin certidumbre sobre su inserción en un mundo nuevo, donde la política se ha impuesto a lo militar.

Pasado un cierto tiempo de su desaparición física, el inevitable debate sobre estas y otras cuestiones permitirá situar su figura en su justa dimensión. Sin fanatismo de ningún signo.