(A propósito de aperturas)
En artículos anteriores, infiero el castrismo, en Cuba y fuera de ella, a partir de una metáfora: la de la Santísima Trinidad católica. Sostengo que es un mito conformado en una estructura triangular que pervive alejado de la razón, en un particular universo simbólico. Va más allá de la lógica para situarse en ámbitos metafísicos.
El mito no explica, es una percepción confundida de la realidad que permite la comunicación entre creyentes. El antropólogo Levi-Strauss nos dice: ”Los mitos son herramientas utilizadas para resolver contradicciones lógicas enfrentadas por los miembros de una sociedad”. Ahora bien, no importa cuán complejos, es posible desglosar su génesis en necesidades individuales y colectivas.
En el caso que nos ocupa, la persona del héroe ha quedado dividida en tres entes simbólicos, sin dejar de ser uno: padre, hijo, y un espíritu bondadoso de alcance universal, trinitaria a la que sus creyentes atribuyen la capacidad de cuidar a los cubanos, Centro y Sur América, prodigar bondades a países de izquierdas, y a los menesterosos del planeta. Es un dogma irrefutable.
Fidel Castro, como hemos visto, llega en el momento preciso, dotado de la inteligencia y el carisma necesario. Inicia una revolución en el lugar adecuado: a pocas millas del imperio norteamericano, a la vista de occidente. Estas circunstancias ideales, típicas en las deificaciones de hombres excepcionales a través de la historia, inician la construcción de la leyenda. Si a tan auspiciosa fundación añadimos los éxitos originales de la revolución, el desafío al despreciado norte, y un sentimiento regional de que ¡por fin!, triunfaba la utopía, entenderemos el por qué ese líder inusual pasa a ser objeto de veneración.
Sin atender contradicciones, derechos humanos, ni arbitrariedades, una mayoría de gobernante hispanos parlantes profesan todavía admiración y respeto al anciano comandante. Atrapados en el mito, no pueden admitir que aquella esperanza de utopía de mediados de siglo veinte haya resultado en distopía.
“El mito se crea después del sacrificio para justificarlo”, escribe el filosofo francés René Girard. Los que profesan el culto a Fidel transforman lo negativo en positivo. Aceptar críticas, exponer dudas, y cualquier intento desmitificador, es rechazado con violencia. La fe en la revolución es fundamentalista, incuestionable, no interviene en ella la razón. Si queremos entender el castrismo, debemos hacerlo desde la misma óptica en que se estudian religiones y cultos.
La metamorfosis divina sufrida por el longevo autócrata es fruto del imaginario colectivo. Intenta solucionar el trauma de una gran desilusión imaginando una troika inequívoca. La mística se antepone en el subconsciente a la decepción dolorosa de enfrentarse a muchas generaciones de cubanos apartadas de la democracia; adoctrinadas en parvularios; educadas sin poder leer lo que les venga en gana; servidas por un sistema de salud colapsado que depende de fármacos e insumos enviados desde el exilio de Miami; sosteniendo una oligarquía militar y familiar tan excluyente como la de cualquier país capitalista. Sólo un mito puede resolver esas y otras dramáticas contradicciones luego de cinco décadas de revolución.
Antes de terminar, a manera de colofón, me permito recordar que los progresos en educación, salud, tecnología, arte y deporte, fueron considerables durante el nazismo, en la unión soviética, con Franco, y con Pinochet.