El problema del feminicidio ya se está convirtiendo en una epidemia mundial. Parecería que la mujer no tiene derecho a existir; no tiene capacidad para vivir; ni para participar en igualdad de condiciones con los hombres. Por esto, el mundo anda mal y se descubre como una plataforma misógina que considera natural y cotidiana la discriminación y todo tipo de violencia contra la mujer: física, laboral, sexual, psicológica, verbal, política, cultural y social. Es una violencia que desborda los límites humanos; es un acoso integral que degrada y reduce a la mujer a una cosa; a un objeto controlado por las parejas, por las familias, por los legisladores; por las confesiones religiosas; por los partidos; por los empleadores y por los dirigentes de asociaciones. Estamos frente a un problema agudo, pues la mujer es un recurso más, que se manipula y sobre la que se decide sin tener en cuenta su derecho a participar; su derecho a intervenir en las decisiones que tienen que ver con ella. Esta realidad no solo la contemplamos más allá de nuestras fronteras; no, también en nuestra sociedad.

La epidemia del feminicidio alcanza en nuestro país un índice alto y progresivo. El número de mujeres asesinadas en el transcurso del año se incrementa cada vez más. El número de mujeres agredidas, violadas y ultrajadas en el contexto social y laboral es alarmante. Es peor aún el auge de la violencia doméstica; una violencia que reproduce violencia y que ya ha hecho arraigo en la mentalidad machista, en la mentalidad patriarcal de muchos hombres dominicanos.

La indignación y la impotencia nos envuelven; nos colocan en una situación de incertidumbre. En este contexto cabe preguntarnos:

¿Qué más podemos hacer las mujeres para revertir este problema?

¿Qué papel está jugando el Estado Dominicano para eliminar o reducir esta epidemia? ¿Qué trabajo pueden hacer las familias para apagar el fuego de la violencia que las desgasta y devora?

¿Qué puede hacer la sociedad para construir la cultura del reconocimiento y del respeto a la mujer? ¿Qué más puede hacer la educación para transformar la mentalidad de los ciudadanos con respecto a las mujeres?

Lo cierto es que en la sociedad se generan relaciones de poder que impiden ver a la mujer como un ser humano con capacidad para producir e impulsar el desarrollo. Se duda de su capacidad para impulsar el avance de las ciencias; se considera un ser tan débil que requiere control y tutela permanente. Avanzan los años, avanzan los siglos, y la mujer se sigue tratando como menor de edad frente al hombre; se le sigue considerando como una persona necesitada de representación y de alguna figura masculina que garantice autoridad y seguridad. Hay que derribar estos mitos por el daño que le están haciendo a la mujer, a los hombres y a la sociedad.

Todos los mitos señalados y muchos más que están hegemonizando las relaciones hombre-mujer podrían estar influyendo para que aumenten los feminicidios vertiginosamente. Para superar esta terrible epidemia, la educación dominicana podría hacer más; podría articularse con otros Ministerios, con otros sectores; para contribuir más activa y eficazmente con la superación del feminicidio. El sector educación debería asumir un liderazgo creativo y movilizador de fuerzas a favor de un trato humano y respetuoso entre el hombre y la mujer. Para avanzar en la solución de este problema, las instituciones del sector educación, tanto del ámbito preuniversitario como del campo de la Educación Superior, deberían tener como foco los siguientes proyectos:

  • Desarrollo de programas educativos que favorezcan el fortalecimiento de la autoestima del hombre y de la mujer. Parecería que la baja autoestima del hombre frente a la mujer emprendedora es una variable que podría estar influyendo en la ocurrencia de tanto feminicidio. La baja autoestima del hombre permanece invisible por los títulos de hombre fuerte y capacidad de resolución de problemas que lo acompañan.
  • Diseño y ejecución de programas educativos que potencien la libertad y el desarrollo emocional de hombres y de mujeres. Quizás la atención prioritaria a los conceptos ha marginado la educación de las emociones en los estudiantes, en los profesores y en los gestores. Lo mismo ha pasado con la educación de la libertad. Estos vacíos podrían estar provocando un descontrol tanto en el hombre como en la mujer; descontrol que genera violencia, celos y negación del reconocimiento recíproco. Esta ruta termina con la muerte de muchas mujeres en el mundo y en el país.
  • Puesta en ejecución de un programa de acompañamiento y de orientación familiar que le preste atención a las relaciones intrafamiliares, de tal manera que se incentive la igualdad entre hombre y mujer; se promueva el reconocimiento recíproco de capacidades y de valores. Esto contribuirá a quitarle fuerza al dominio que ejerce el hombre sobre la mujer. Ambos aprenderán a relacionarse sin considerarse dueño uno del otro. La neurosis de la posesión de la mujer como algo propio irá cambiando y esto podría disminuir o eliminar el feminicidio.
  • Orientación educativa para que tanto el hombre como la mujer asuman la relación de pareja como un proyecto que se inicia, se construye y que puede finalizar. Es necesaria una orientación educativa que les ayude a comprender a ambos que el proyecto de pareja tiene que ser serio y estimado, pero no una camisa de fuerza que destruya, que genere la violencia de la muerte.
  • Desarrollo de investigaciones que aporten explicaciones con fundamentos científicos sobre el feminicidio y que posibiliten vías de soluciones posibles a esta epidemia.

La cantidad de mujeres asesinadas hasta la fecha, más de 47, dan señales claras de que ya este es un asunto de Estado. Este no puede continuar aportando estadísticas y lamentando el suceso. Tiene la obligación de instrumentar políticas, estructuras, estrategias y recursos, que enfrenten el feminicidio y formen a la población desde claves más humanas y respetuosas de los derechos de las mujeres.