El mundo que habitamos se torna cada vez más inseguro en todos los órdenes y para todas las personas. En épocas anteriores, las amenazas globales tenían un carácter político, económico y militar. Esta tríada tenía una hegemonía exclusiva; con frecuencia nos ponía en situaciones de riesgo a escala global. Su fuerza y presencia no ha desaparecido, pero sí ha menguado la exclusividad de su acción. La pérdida de una incidencia peculiar no ha disminuido su impacto y sustos mayores, como se puede constatar en este momento, tras la decisión del Presidente de Estados Unidos de ordenar la muerte del General Qasem Soleimani, figura del más alto nivel de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán.

Este hecho, cuya naturaleza se inscribe en la tríada que acabamos de nombrar, tiene en vilo no sólo a los dos países confrontados, sino al mundo entero. Su trascendencia acentúa la inseguridad mundial; y, por ello, los demás países han de estar con actitud previsora. Estamos ante un acontecimiento que pone en evidencia el uso desmedido de la libertad por parte de una potencia mundial, cuando siente que sus intereses están siendo afectados o se ha organizado para imponer su fuerza en una región. Con este planteamiento no estamos asumiendo que el gobierno de Irán tiene olor a santidad. Lo que nos interesa destacar es el poder casi irracional con que se ejerce la libertad para someter a otros a planes y proyectos que no han sido consensuados.

Hoy contamos con otro tipo de amenaza que tiene relevancia mundial, el feminicidio. La mujer está siendo asesinada con tal celeridad, que asusta a ciudadanos comunes, a organismos internacionales y a las familias. No estoy segura de si a las autoridades de los diferentes países les preocupa mucho. En la República Dominicana, ya contamos con casos que reflejan una acción judicial dudosa, líquida. La agencia informativa EFE indica que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL, en un reciente informe presentado en noviembre de 2019 en Chile, da cuenta de que, en el 2018, cinco mil quinientas veintinueve (5, 529) mujeres fallecieron víctima de feminicidios. La República Dominicana se encuentra entre los cinco países del continente con una tasa de feminicidio de 1.9 en el 2018. Estamos iniciando el año y la cifra alcanza ya cinco muertes, varias de ellas acompañadas del suicidio de la pareja o ex pareja. El Salvador, Guatemala, Honduras y Bolivia también se encuentran a la cabeza de esta tragedia. África, Oceanía, Asia y Europa sufren los efectos de los feminicidios, aunque Europa es el continente en el que este problema tiene menor impulso. A pesar de ello, España está preocupada por la frecuencia con que se producen hechos siniestros provocados por la violencia machista.

El feminicidio es un fenómeno que hace referencia, entre otros aspectos, a un desafío a la libertad plena. Las personas tienen derecho a gestionar y a disfrutar su libertad sin producirle daño a nadie. Parece que la mujer no tiene derecho a decidir libremente a qué hombre acepta para compartir su vida, para constituirse como pareja o, sencillamente, finalizar la relación. De otra parte, encontramos un incremento de hombres que asumen la mujer como posesión exclusiva. Estos hombres tienen una crisis profunda, no alcanzan a comprender los límites del ejercicio de su libertad; pero, además, no logran entender que el amor no se impone; y, si se acompaña de la fuerza, se aleja del amor genuino y se convierte en violencia extrema. Los autores de feminicidios están afectados por un descontrol emocional que supera su capacidad de razonamiento y de reconocimiento de la libertad individual. Su ofuscación es tan elevada, que su lógica se distorsiona y confunden a un ser humano con una cosa. Esta confusión los lleva a reclamar la propiedad de lo que consideran un objeto propio y nada más. El feminicidio es un desafío a la libertad plena y se ha de encarar como tal.

Estamos ante un problema que ha de abordarse con atención continua, en los sistemas educativos dominicanos, en las familias, iglesias y organizaciones comunitarias. Urge la educación en libertad y para la libertad. Este tipo de educación no es solo para los hombres, es para todas las personas. Tenemos miedo a este tipo de educación, pero la realidad del feminicidio la está reclamando. Es preciso dejar atrás la educación que solo enfatiza el deber; y le niega espacio al ejercicio de la libertad con orientación y seguimiento educativo. Se requieren programas educativos y sociales que contribuyan a un aprendizaje significativo en el campo del amor entre parejas, en las familias y en las relaciones sociales. El feminicidio es un acto salvaje que demanda educación integral para hombres y mujeres. Los casos de violencia feminista son menos; pero, aunque sea un solo caso, han de tenerse en cuenta también. Por esto, el desafío no es sólo para un género; es para todos.

Las autoridades judiciales del país han de ser orientadas para que asuman con la seriedad y la responsabilidad debidas los desafíos que presentan los feminicidios sistemáticos en la República Dominicana. Este es otro de los grandes vacíos que presenta el sistema judicial dominicano. Sus representantes le dan la vuelta a la rotunda, mientras el feminicidio va creando una situación de barbarie que desarticula a las familias, a la sociedad y a las personas. La libertad es un derecho; y, como tal, ha de ser potenciado y respetado. Hagamos un esfuerzo para que este valor cale en las parejas, en las familias y en el tejido social. Es una vía segura para avanzar en la superación real del feminicidio en el país y en el mundo.  Para lograr avances concretos, es necesario un sistema judicial liberado de distracciones banales y de su miedo al ejercicio ético. Esperamos que estas debilidades se afronten con decisión y valentía.