Si el trabajo actual del filósofo es “desmantelar”, a través del análisis conceptual, los supuestos o “ideas” que están detrás del fenómeno o la práctica social estudiada, iniciemos este trabajo de deconstrucción intelectual con la realidad que nos embarga: los feminicidios. La pregunta rectora en esta ocasión será: ¿qué ideas están detrás del hecho feminicida y que se constituyen en mitos? ¿Qué supuestos conceptuales amparan esta práctica mortal y que no poseen ninguna evidencia racional o empírica para sostenerlos a no ser el interés, la exclusión y/o sometimiento?

No es una novedad aducir que, culturalmente, de detrás del feminicidio está el patriarcalismo ancestral como su origen social más remoto. La antropología cultural, los estudios de género, la sociología y otras disciplinas tienen excelentes trabajos que pueden ser consultados por distintos medios.  De mi parte, me remito a bosquejar brevemente una propuesta de análisis filosófico complementaria a estas investigaciones. Mi propuesta girará en torno a la identidad masculina como una construcción narrativa amparada en las estructuras simbólicas de poder presentes en la cultura y reproducidas socialmente.

La tesis que propondré a continuación parte de un presupuesto que es el siguiente: los hechos violentos son una respuesta individual de poder frente a una alteridad que representa o encarna un conflicto factible de otras alternativas de solución.  Dejo de lado el tema de los conflictos bélicos como una respuesta colectiva a un conflicto; ahora me centro en la respuesta individual, ya que todo feminicidio es un hecho individual y, por tanto, imputable a un agente nombrable en un momento dado.

Mi tesis es la siguiente: detrás del hecho feminicida hay un componente estructurado socialmente cuya adquisición no depende del individuo, puesto que se hace bajo formas simbólicas y prácticas sociales que lo anteceden, pero sí es una decisión personal la acción material del hecho. Comento brevemente esta tesis discutible:

Primero, el componente estructurado socialmente y que no depende del individuo funciona a manera de “estructura estructurante”; esto es, tuvo un origen socio-cultural en el pasado, se instaura, a través de discursos y acciones, en las instituciones de socialización (familia, religión, escuela) y es reproducido tanto por los actores sociales que le dan origen y lo usufructúan y, esto es lo peor, como por las propias víctimas quienes lo asumen como algo biológico-natural y no como lo que realmente es: un producto de un grupo social con unos intereses bien definidos. Aquí se visualizan las prácticas patriarcales que dan origen a los machismos y micromachismos reinantes en la cultura. Nótese que hablo de prácticas patriarcales y no de patriarcalismo. Las prácticas, una vez generadas socialmente, se incorporan y estructuran la comprensión de sí y la relación con el mundo y los demás desde unas relaciones asimétricas de poder. De este modo, el grupo de varones (sexo) se constituyen e interpretan a sí mismos no sólo como diferentes al grupo opuesto (hembras), sino en un plano de superioridad y subordinación de estas. La identidad de género que se forma a partir de estas narrativas del poder es una identidad basada en el ejercicio de la violencia (de los varones) hacia el grupo subordinado (las hembras). Por ello resulta tan normal identificar poder y masculinidad (como construcción social de la identidad de los varones). Una evidencia palpable de esta identificación es que, si una mujer desempeña funciones de poder, legítimas o no, en el imaginario social se le atribuyen cualidades dadas recurrentemente a los varones.

Segundo, el hecho feminicida es una decisión personal, es una acción imputable jurídica y moralmente a un agente responsable, cuya intención ha sido clara: eliminar físicamente una persona sujeto de derechos. Las leyes positivas y las prácticas morales están conminadas a ejecutar la sanción prevista en el marco de sus principios jurídicos y sus usos y costumbres. Pero más allá de este componente jurídico-moral, hay un componente ético en mi tesis, que quiero subrayar brevemente. No todos los varones cometemos feminicidio, empero está en nuestras posibilidades la tentación de la violencia frente a la mujer. La tentación de la violencia es una condición humana siempre al acecho; es una responsabilidad individual vencerla. ¿pero cómo vencemos algo ya instaurado cultural y socialmente? Enumero una posibilidad para lo social y una para lo individual:

  1. La deconstrucción de las prácticas sociales ligadas a esa relación asimétrica de poder entre hembras y varones. El sistema jurídico está llamado a obligarnos por ley a la construcción de una nueva forma de relación entre los sexos; pero igualmente las instituciones de socialización están obligadas a fomentar una nueva cultura que socave lo instaurado y estructure nuevas “mentalidades” capaces de aceptar y promover la igualdad entre los sexos.
  2. La deconstrucción de la percepción de sí de los varones y la construcción de nuevas formas de masculinidades. La masculinidad, en tanto que comprensión y producción social del rol de los varones, es cambiante; como lo es la identidad personal del individuo que se construye de forma narrativa a partir de los símbolos y textos instaurados en la cultura. No nacemos con cual o determinada personalidad; sino que nos vamos construyendo socialmente a partir de lo dado, de lo biológico. La construcción social de la masculinidad es factible de nuevas significaciones en las que lo “idéntico” no se construya en base a la exclusión-negación de la diferencia, de la alteridad sino en relación dialéctica con ella. En otras palabras, construyo una percepción de sí mismo solo mediado por la alteridad de los signos y de los otros (salir de sí para autoconocerse por mediación de los símbolos y los otros, esta es la cuestión).   

Cuando ocurre un hecho feminicida, no sólo ha fracasado un individuo en su responsabilidad personal de control sobre sí frente a la tentación de la violencia como alternativa a la resolución de un conflicto. También han fracaso, en el individuo, todas las instituciones de socialización, y en ellas la sociedad misma, en su rol de “humanización” de la cultura y control de la violencia ya que sus prácticas sociales siguen reproduciendo un modelo de ser hombre incapaz de mirarse y comprenderse a sí mismo desde el rostro del otro; esto es, en un plano de igualdad…y esto incluye, natural y prioritariamente, a las mujeres.