Después de días de tránsito vehicular intenso y más fiestas de las que uno hubiese podido imaginar en un año de pandemia, es agradable contar finalmente con un día de diciembre realmente dedicado a lo importante. Ya sea en familia o individualmente, el primer día en que litúrgicamente es Navidad, suele ser más centrado en lo que realmente es valioso para cada cual. Recoger abrazos, regalos, desorden, proyectos y, sobre todo, recogerse uno mismo, son actividades típicas del 25 de diciembre.
Este año nos trajo regalos inesperados a escala planetaria y, aunque el filósofo francés Bernard-Henri Lévy en su libro “Este virus que nos enloquece” sostiene que, más que nada, el virus puso a la gente a emitir hipótesis en todos los sentidos, quizás el ejercicio de ver cuáles pudieron ser esos regalos nos pueda ayudar a definir lo que haremos en los meses por venir.
Primero. En su artículo “Biopolítica contra la desconexión democrática” Antoni Gutiérrez Rubí menciona que la preocupación por la salud es una preocupación central de los seres humanos en este 2020. Si el virus nos hizo ver que la salud, además de individual, es pública, habrá que dedicarle mejores recursos económicos, pero también intelectuales y de voluntad personal y política a que ella pueda ser atendida sin tener que implementar medidas de emergencia. Segundo. Si el confinamiento trajo pérdidas para la gran mayoría de las industrias, habrá que rediseñarlas para que arrojen beneficios en diferentes circunstancias, por eso, el Foro Económico Mundial tiene meses trabajando con el tema de “El gran reinicio”. Tercero. Si, gracias a la tecnología, pudimos mantenernos interconectados, colaborando y manteniendo cercanía social dentro de la distancia física, tendremos que estar atentos a que esta tecnología tenga eficiencia ética, además de la mecánica, una preocupación sobre la que se está trabajando desde hace varios años.
A estas tres hipótesis les sigue un largo etcétera. El mayor reto no será encontrar campos de acción, sino lograr trabajar juntos en su búsqueda de manera que las celebraciones del año que viene sean por haber logrado soluciones a problemas identificados y no por vivir la alegría efímera de una fiesta.
No me malinterpreten. Como cualquier persona, soy capaz de ver la ilusión que provoca el organizar y participar en una fiesta. Empezar por la anticipación y continuar por horas de alegría intensa, baile, comida buena, flores, tragos y amigos bien vestidos por doquier. Imagino la oportunidad de negocios de estos días de diciembre para las decenas de proveedores que por primera vez en meses podían dedicarse a trabajar con profesionalismo y altos estándares.
Pero eso no es suficiente. En estos meses hemos perdido amigos, visto fotos de cadáveres trasladados por camiones, empresas subutilizadas, la industria del turismo y del entretenimiento reducida a su mínima expresión. Sobre todo, hemos visto los esfuerzos de donantes, médicos y familiares tratando de acortarle los efectos al virus. Brincarse toda esta realidad, aún sea para olvidarla por unas horas, aún sea en las mayores condiciones posibles de seguridad, es una falta de visión. Por eso, uno de los regalos que estoy poniendo en mi carta a los reyes de este año es una continuación del panegírico que escribí a propósito de don Alejandro Grullón la semana pasada, “Quiero vivir rodeada de más propietarios que de inquilinos”.