Ayer, en el parque Independencia de luces encendidas, donde empiezan todas las distancias hacia el futuro (el parque de los Trinitarios, de Manolo, de Caamaño y de tantas jornadas colectivas de puños levantados), me imbuí nuevamente de esperanza, orgullosamente juvenil, de un futuro en que acabaremos la espesa oscuridad (¡quién nos lo iba a decir cincuenta años atrás!) de una gran comarca medieval con engañoso ropaje de postmodernidad, dominada en su ominoso atraso por una corte obispal soberbia de poder y un puñado de politicastros medrosos y corruptos: la República Derrotada que ninguno soñamos.