Insisto, la gente tiene una percepción topográfica de la política, una idea de que esta actividad se hace básicamente en los lugares donde se toman las decisiones fundamentales que les conciernen: en el Ejecutivo, en el Congreso y en los ayuntamientos, una lectura del impacto que ha producido Faride con sus papeles en la presente coyuntura ilustra este aserto. Con talento, fiereza y templanza ella no solamente ha puesto en jaque a un gobierno avasallante y corrupto, sino que ha potenciado un espíritu de resistencia y lucha subyacente en varios sectores de la población, permitiendo que estos retomen la iniciativa política, luego de un momento de relativo reflujo. En gran medida, eso ha sido posible por el lugar que ha servido de tribuna a Faride: su curul en la Cámara de Diputados.
En los últimos tiempos, singulares individuos, dirigentes políticos, comunicadores, etc. han desarrollado una actividad opositora con una enjundia, sistematicidad y valentía de igual o mayor calado que la acción de Faride con sus papeles, pero ninguno ha logrado el impacto producido por esta porque en esencia, ella habla investida de un poder que le dieron sus electores y que se le reconoce también fuera de la demarcación donde fue elegida. Habla desde su asiento en una institución que la gente percibe como lugar donde se toman las decisiones claves y eso potencia y legitima sus reclamos, al tiempo de potenciarla como dirigente, al igual que al colectivo al que pertenece y la causa que defiende.
El saber es poder, las ideas y posiciones sistemáticamente expuestas hacen que gente las asuman, pero sus efectos son generalmente limitados si estas no son canalizadas en el ámbito de la política, y tienen un mayor impacto si quien las asume es un político o colectivo que tienen su tribuna en un lugar clave del sistema: en una cámara legislativa. Faride ha removido la conciencia de sus colegas de partido y del partido mismo, ha obligado a los principales voceros y estrategas del gobierno a comparecer ante los medios, donde tratando torpemente de desmentirla han mentido sin pudor; ha estremecido y deslegitimado el gobierno y las dos facciones del partido que lo sostienen.
Ella lo ha logrado no sólo por su valentía y talento, sino porque tiene un poder conferido por la fuerza del voto y porque allí, en el lugar donde se legisla ha reclamado que se investigue uno de los más groseros actos de corrupción y de violación a la Constitución y la ley de este gobierno. Que una sola legisladora haya puesto en jaque al gobierno da una idea del poder que tendría un Congreso con decenas de legisladores capaces de hacer lo que ella ha hecho, no sólo obligaría a la mayoría de esa Cámara a hacer la investigación de una violación a la ley debidamente probada por Faride con sus papeles, sino hasta enjuiciar a un presidente que se eligió fraudulentamente y violando la soberanía nacional.
Con sus papeles, Faride impacta potentemente en la Cámara de Diputados y en la sociedad toda, pero la mayoría de los legisladores de ese hemiciclo rechaza su petición de que se haga la una investigación, porque son conscientes de que los resultados de esta confirmarían lo que dicen los referidos papeles. Esa circunstancia evidencia los alcances y límites de la lucha política en el parlamento, pero evidencia también la importancia de ese escenario en la conformación de los poderes y contrapoderes en que puede o discurrir un sistema político en la sociedad moderna. En tal sentido esa es una forma de lectura de los papeles de Faride.
Por eso, insisto, sólo un Congreso con legisladores solventes y numéricamente determinantes puede ser garantía para cambiar este país. Es una lectura de los papeles de Faride, que propongo como reflexión a la oposición de cara al proceso eleccionario del 2020. Si en esa ineludible fecha del calendario político del país queremos gentes diferentes en la conducción de la cosa pública con interés real de iniciar un proceso que produzca un cambio sustantivo en este país, resulta imprescindible que tengamos un Congreso integrado con personas con capacidad, cantidad y talante que a diferencia del que actualmente tenemos, imponga el imperio de la ley y haga cumplir la Constitución, no importa quien esté al frente del Ejecutivo.
Y, finalmente, es necesario que pase el tiempo y que Faride siga su normal crecimiento político y no distraernos, y eventualmente distraerla a ella y los suyos, con esa euforia que nos lleva a asirnos a ese reflejo condicionado de buscar en toda coyuntura esa figura mesiánica para ungirla como mandante. Una reiteración de esa infecunda cultura presidencialista que nos impide concentrarnos y ponernos de acuerdo sobre el país que queremos, cómo lo lograremos y con cuáles personas lo haremos.