Un fantasma recorre el país: la ignorancia de la crítica. En ella campean soberanamente artistas, escritores y  seudo-críticos. Amparados en una parafernalia farandulera de expresión, muchos de esos "críticos" crean sus textos a partir de la ignorancia. ¿Hasta cuándo el resentimiento, hijo pródigo del desconocimiento y la falsedad, seguirá prevaleciendo en la República Dominicana?

Cualquiera escribe unas líneas y las coloca públicamente en un medio,

sustituyendo el verdadero ejercicio intelectual por un seudo-conocimiento de una mirada irresponsable y el movimiento del concepto, que es una tarea, producto de una profunda reflexión y una obra, por el atrevimiento de un saber datófago, folletinesco y superficial, despreocupado y satisfecho.

Tal es el confuso panorama que a menudo presenta el ejercicio de la crítica en la República Dominicana. En algunos de esos seudo-críticos, nada se realiza con honradez y seriedad, fuera del resentimiento y la envidia; nunca con amplitud de miras, erudición y sensibilidad. La crítica posee múltiples aproximaciones y sentidos. Es absolutamente desmitificadora. No se separa gratuitamente de la fuente de la cual nació y recibe su revelación de la instancia misma de su creación. Vale por y para sí misma. No por las confrontaciones que podamos deducir de la realidad con respecto a la obra analizada. La crítica parte de la autorreflexión especular a través de la cual la obra afirma, en virtud de su propia existencia, su separación de la realidad empírica, su divergencia, como signo, del significado, cuya existencia, en el sentido de Paul de Man, depende de la actividad sígnica constitutiva. No comprender eso es ignorar sus potencialidades y, por supuesto, no querer avanzar hasta sus últimas consecuencias y extremas posibilidades.

En la República Dominicana, la actividad crítica se desarrolla y se compenetra sin pudor en una mezcla impura de ejercicio trivial y farandulero, así como de simulación estéril del figureo mendaz. Seriedad sin seriedad de la que nada puede substraernos, incluso cuando se vive a modo de distracción. Así, el crítico dominicano se yergue ampliamente predominando en el medio: inestable, inmóvil, charlatán, como un amanuense recopilador. Sólo así podríamos definirlo a partir de sus negaciones constantes. Es la perpetua coartada de un ejercicio deshonesto y ambiguo que se sirve o toma de pretexto el dato exterior y extra-artístico para hablar de otros tópicos ajenos a la obra.

Movimiento contra el cual no hay nada que decir, salvo que, asumir la crítica con imaginación es un hacer que apunta a la mayor reapropiación simbólica. Con todo, aquí sólo impera un ejercicio mayormente ordinario y su expresión más superficial y chata. Lo epitelial inmediatamente fútil y vano, es lo corticalmente cotidiano. Eso que nada refiere a la obra misma, es un nivel de escritura aún indeterminada, sin responsabilidad ni autoridad, sin dirección ni decisión, una reserva de un saber fundado en el sentido común.

La crítica más eficaz es la que se funda esencialmente en los textos que analizan un contexto. ¿Pero qué son los textos o contextos de una obra? No es posible pensar en criterios de objetividad y de verosimilitud. No hay hechos unívocos en arte. No hay sino formas que son símbolos, signos que son símbolos. Y, por tanto, hay que interpretarlos. No existe una ecuación matemática o una relación fija -advertía Alfonso Reyes- entre la obra y su polifonía infinita de sentidos. El verdadero crítico interpreta e ilumina el ser mismo de la obra. Pues no parece cierto que puede hablar "sobre" la obra en sintonía con la intuición que hizo posible la obra. Sólo de esta manera la crítica asume a la vez el rigor y la aventura implícitos en toda obra.

En efecto, el crítico no debe imponer un código de referencias inamovible y eterno. Sabe, por el contrario, que su comprensión de la obra no sólo no es única sino también personal, y hasta la asume como aventura. Lo que hace es restituir a la obra su original carácter de "obra abierta", como diría Umberto Eco, es decir, su disposición de ser lo que es: realidad o irrealidad a través de la imagen y la palabra.

Comprender la obra sin petrificarla ni desarticularla, ¿no es ya hacerla vivir de nuevo? En tal sentido, la tarea del crítico es también creadora. No es que invente la obra, obviamente, pero como alega Octavio Paz, inventa una nueva perspectiva, un orden a partir de las obras.

La crítica es una conciencia integradora. La relación que establece el autor con la crítica no entraña necesariamente una particular diferencia de actividad. Ambas buscan la ilusión del aliento en la imaginación. Más bien, procuran la creación de un ámbito inédito. La crítica funda una novísima visión .Ella es "antitética", es decir, crea una nueva red de desvíos o “clinamen” que transforma los valores específicos del texto en una nueva creación verbal. Niega la tautología y el simple suceso o situación coyuntural. También empieza por negar toda reducción del texto a un pretexto: idea impresionista y descabellada. No se trata de una simple dialéctica de negación, sino de expresar del mejor modo posible, afirmando que el significado de un texto sólo puede ser un texto, un film, un cuadro, pero otro texto, un texto distinto del texto, del film, del cuadro.