Es una pena que la doble moral reinante en nuestro país así como en muchas otras partes del mundo engañe a tantas personas que por falta de sentido crítico, conveniencia o irracionalidad, se dejan arrear como ovejas a su redil y solo ven lo que les piden que vean.
Bajo una doble moral alarmante, mucha gente es capaz de erigirse en juzgadores para determinar quien es grato en esta sociedad no exenta de vicios. Parecen olvidar que nuestra Constitución establece el derecho a la igualdad y que nadie puede ser discriminado “por razones de género, color, edad, discapacidad, nacionalidad, vínculos familiares, lengua, religión, opinión política o filosófica, condición social o personal”.
Pretendiendo proteger a unos menores de edad que por la época en que nacieron probablemente tienen mayor apertura de mente y espíritu que ellos, están inculcando sentimientos de rechazo y de discriminación, pues parecería que no se entiende que la diversidad existe desde que el mundo es mundo y que lo único que ha cambiado, es que de ser expresiones ocultas por el temor al rechazo o ciudadanos de segunda clase han pasado a exigir, como es lo justo, ser tratados con igualdad de derechos y oportunidades.
En vez de desgastarnos en discutir quienes son aptos o no para asistir a nuestros planteles escolares y erigirnos en inquisidores, deberíamos reflexionar sobre quienes realmente encarnan los valores y reúnen las condiciones para gobernarnos, que nada tienen que ver con la preferencia sexual, el color de la piel, o la popularidad, sino con la honestidad
Mientras esto sucede nuestra sociedad está consternada con la aciaga noticia del asesinato del candidato a senador por San Cristóbal y ex rector de la UASD, el cual es una muy lamentable consecuencia de toda la podredumbre que anida en nuestro sistema político.
Por eso no solo es culpable quien vilmente disparó los proyectiles que le segaron la vida, sino también los líderes de los partidos que nos han gobernado en las últimas tres décadas que por ambición e interés, decidieron asociarse con quienes no debían con fines inescrupulosos de cambiar prebendas por apoyos, creando así verdaderos jefes de bandas a quienes se les dio el poder para imponerse a la fuerza e irrespetar la ley, haciéndoles sentir que tenían licencia de hacer cualquier cosa para lograr sus propósitos incluyendo hacerse parte de las estructuras políticas.
Aunque muchos lamentan ahora que no tengamos una ley de partidos que hubiera supuestamente impuesto reglas al interior de los mismos y evitado situaciones como estas, hay que admitir que aun con esta ley es muy probable que estas situaciones se sigan presentando porque hemos generado una cultura de desigualdad ante la ley y de impunidad que tiene profundas raíces y que costará mucho revertir.
Por eso hará falta mucho más que una ley para que esta realidad pueda ser cambiada, pues nuestras autoridades y gran parte de nuestro liderazgo político solo buscan el poder para enriquecerse y con tal de mantener el mismo u obtenerlo están dispuestos a todo, a mentir, a violar o acomodar la Constitución y las leyes, y a proteger a su gente sin importar el prontuario delictivo que acarreen; y mientras esa actitud no cambie o dejemos de escoger a los líderes que así actúen, será imposible lograrlo.
En vez de desgastarnos en discutir quienes son aptos o no para asistir a nuestros planteles escolares y erigirnos en inquisidores, deberíamos reflexionar sobre quienes realmente encarnan los valores y reúnen las condiciones para gobernarnos, que nada tienen que ver con la preferencia sexual, el color de la piel, o la popularidad, sino con la honestidad, la capacidad, la vocación de respeto a la ley y la voluntad de hacer únicamente lo que más convenga a la Nación. Lo que pasa es que lamentablemente hasta en el voto reina la falsa moral, pues muchos pregonan amor a la patria pero votan para defender sus intereses y sus bolsillos.