Por una decisión de circunstancias habito hace tres años en Facebook, una comunidad de presencias virtuales. Tímidamente parcelé allí mi espacio donde instalé las intimidades más esenciales: confesiones, imágenes y recuerdos. Invité a algunos amigos a compartir la mágica cercanía de la distancia y a jugar caprichosamente con las dimensiones del tiempo. En mis correrías por sus impalpables calles, acompañado siempre de mis mascotas —una veces el mouse; otras tantas el dedo acusador— he tropezado con gente que ya creía habitantes de la eternidad y con otras de las que las volteretas de la vida me habían separado. Poco a poco este recogido rincón se fue abriendo a presencias más nutridas. Inadvertidamente, mi vecindad creció tanto que hoy respira humos de urbe virtual.

Facebook es un mundo flotante de existencias etéreas; un recipiente inmenso para vaciar la vida en un solo instante visual; una red fantástica donde la realidad junta sus fronteras más remotas, donde las vidas se cruzan en anchuras inesperadas y donde cada uno tiene el poder de todos. Facebook es una galería inacabada de la cotidianidad más diversa, un ventilador a la contaminada rutina y una pasarela a la frivolidad más leve. Todos los antojos caben en su multiforme y maleable universalidad. Facebook es una feria rodante de la vida poblada por soledades compartidas.

En esta comunidad he conocido al humano en su dimensión expresiva más colorida. Es sorprendente ver cómo vidas paralelas conviven en un espacio tan real como imaginario, tan abierto como íntimo, tan concreto como intangible. Desde aquella cuarentona que, gastada por la soledad, busca, como en los bolos de una lotería, al príncipe canoso que no acaba de enviarle su “like”; a la muchacha que sale de tiendas, y no precisamente para lucir su nuevo traje en una fiesta, sino para tomarse fotos sugestivas en su cuarto pensando en sus imaginarios admiradores; hasta la imagen de un sancocho humeante con su guarnición de aguates antes de ser devorado por un verdugo caníbal.

Hace algunos días me sorprendió leer cómo una mujer le reclamaba amargamente a sus contactos no haberle enviado un “mísero like” a un desahogo “posteado” en su muro, amenazándoles con mandarlos a la mierda y eliminarlos colectivamente de su cuenta “por ingratos”. Una joven se quejaba de que la gente la tenía hastiada de preguntarle por qué estaba soltera si ya rozaba el umbral de los treinta. Aproveché su fastidio para invitarla a aceptarme como amigo; lo hizo en el momento. Le dí la bienvenida con una pregunta muy oportuna: “¿Cuándo te casas?”. En otra ocasión leí el comentario que le dejaba un joven a su aparente novia al pie de una foto acompañada de algunas amigas y de su exnovio. En el arrebato de celo, el joven le anunciaba el rompimiento de su relación con palabras ofensivas no solo a su honra sino a la memoria de Cervantes: “lo agos público a trabes de feisbul pk la gente cepa ei mardito kuero que ere”. En los álbumes de las fotos de las universitarias nunca falta uno dedicado al día de playa, para exhibir, en un ambiente “naturalmente” justificado, lo que en otras circunstancias la decencia familiar aconseja no mostrar. Lo jocoso es leer los comentarios de los “amigos” ante el destape de las escultóricas líneas: “¡Rebeca!.. wao”. “Joselyn, caramba, te la tenía bien guardada”. “Ajo, Ana, ¿y eso?”. “Qué lindo día de sol, Julia”.

En la cultura “feisbukiana” se han creado algunos arquetipos. Uno de los más emblemáticos es el club de “las bendecidas” como expresión de la religiosidad plástica de nuestros días. Son mujeronas de glúteos macizos, muslos fornidos y pechos montañosos que suelen acompañar sus poses con ropas menudas y caras, pero con mensajes espirituales muy “profundos”: “Bendecida por papá Dios”. “El plan de Dios es perfecto”. “Si Dios es conmigo, ¿quién contra mí?”. “La mimada de papá Dios”.

Otra institución en Facebook son las frases en contra de la envidia por el éxito personal. Suelen ser genéricas, pero con algunas espinitas insinuantemente clavadas en epidermis conocidas: “Mientras otras sufren, a Dios le ha cogido conmigo”. “Si te molestan estas curvas coge la recta. Sin dietas”. “La gente habla pero no mantiene”.

Facebook ha sido la plataforma de exposición gráfica más desafiante a la creatividad a través de los “memes”, conceptos gráficos o audiovisuales difundidos en las redes y que van desde un vídeo, una imagen o un hashtag (etiqueta) hasta simplemente una palabra o frase. Los más ingeniosos son las tiras cómicas, las caricaturas o las imágenes recreadas que parodian a las figuras públicas, especialmente a los políticos. Los íconos son: el presidente Danilo Medina, presentado como un personaje callado y cándido pero mentiroso, taimado y demagogo, al lado del tiburón podrido que logró tragarse con la reelección; Leonel Fernández caracterizado por un león dormilón y desanimado al que le cuesta levantarse para hacer campaña por Danilo; Vinicio Castillo Semán, representado por el siniestro muñeco Chucky creado por Don Manzini en la película Child´s Play, siempre armando intrigas y tramas; Miguel Vargas Maldonado, con ojos exorbitados colocados en la médula de una sombra de piel negra, haciendo negocios personales con el jacho del PRD como garantía; Félix Bautista, a través del legendario Félix el Gato, entre tantos. Estas creaciones autoexpresivas del imaginario popular constituyen una venganza catártica a las ausencias, omisiones, indiferencias e insensibilidades de los actores políticos.

Gracias a Dios por las redes sociales; es el escenario de la democracia perfecta: la revolución horizontal. En el pasado la información era propiedad oligopolista y vertical de los grandes medios, y la base social, una mera consumidora de la información. Antes, los grandes medios decidían qué era noticia, un “producto” que ya venía filtrado por el prisma de sus intereses. Ahora la información es expansivamente horizontal; cada quien la produce de forma relevante desde sus comunidades virtuales en las cuales los medios son apenas unos usuarios más. Su potencial es inconmensurable y su expansión infinitamente lineal. Confío más en los chismes de mi barrio virtual que en los procesadores mediáticos de los grupos de poder. ¡Que Dios bendiga a Facebook Republic!