Los ejecutivos de la famosa plataforma cibernética tuvieron esta semana al menos un atisbo de honestidad y admitieron los riesgos y peligros que implica para la democracia ese sistema de comunicación unipersonal, subterráneo, exclusivo y narcisista que se ha convertido en una navaja de doble filo tanto para el emisor como para el receptor de mensajes en las redes sociales.

En un comunicado, los responsables de política global del monopolio comunicacional, aseguran que ahora están dispuestos a combatir “las influencias negativas y garantizar que la red social sea una fuente incuestionable para el bienestar democrático.” ¿Oh sí, y desde cuándo tenía otro propósito más allá de aspectos de vigilancia, control e inteligencia?

¿Cuáles pueden ser las razones para que Facebook reaccione de esa manera? Nada más y nada menos que la lluvia de críticas por permitir el incremento de la desinformación, reforzar la burbuja informativa, y facilitar el acoso a disidentes y activistas en varios países, como Cuba, China, Venezuela, Irán y Rusia, donde regímenes de fuerza buscan controlar hasta los latidos cardíacos de los ciudadanos.

La red social ha sido demasiado lenta para reconocer cómo los malos actores, cubiertos muchos por el manto del anonimato, abusan de la plataforma y de sus usuarios, fomentando la mentira, el fanatismo, las noticias falsas, la falta de transparencia, los discursos de odio, la propaganda radical, la violencia ideológica y la violencia de género, entre otros males.

Muchos gobiernos tienen como objetivo abierto o velado el control escalonado de la conducta de la ciudadanía. Utilizan la tecnología inteligente para vigilar, recopilar, procesar y reprogramar los gustos, apetitos, hábitos, pensamientos, emociones y sentimientos de los usuarios de redes en sociedades de consumo o en nombre de la seguridad o de la revolución en dictaduras y tiranías

Lo cierto es que los robots o las máquinas que manipulan los datos y la información procesada de contenido humano, operadas y programadas por una élite de tecnócratas de nuevo cuño, no entienden de matices culturales o religiosos, de la intimidación política o del daño moral y ético que ocasionan en sociedades abiertas y sociedades cerradas.

Mientras organizaciones de buena fe utilizan la plataforma para realizar una labor de índole social útil y práctica, quienes se emplean a fondo para dar uso y contenido negativo a esa tecnología ocasionan un daño cuantioso a su confiabilidad y transparencia, al poner en peligro las vidas de activistas, el debate de las ideas y las mismas razones que afianzan el sistema democrático de balance, peso y contrapeso.

El principal desafío que enfrenta dicha red social consiste en equilibrar la apertura y la transparencia con los esfuerzos para evitar la manipulación y el uso negativo de aquellos que pretenden engañar a todo el mundo todo el tiempo, deformando la capacidad humana para discernir y deshumanizando la esencia de sus usuarios.

Muchos gobiernos tienen como objetivo abierto o velado el control escalonado de la conducta de la ciudadanía. Utilizan la tecnología inteligente para vigilar, recopilar, procesar y reprogramar los gustos, apetitos, hábitos, pensamientos, emociones y sentimientos de los usuarios de redes en sociedades de consumo o en nombre de la seguridad o de la revolución en dictaduras y tiranías. El objetivo, entre otros, es discriminar el acceso a servicios, bienes, derechos y consumo, y asumir la toma de decisiones que conciernen de manera exclusiva a la esfera psíquica del individuo.

Controlar el contenido global operacional de la plataforma de Facebook, que equivale al control ciudadano, constituye en las primeras décadas del siglo XXI el principal desafío que enfrentan los fanáticos de las nuevas tecnologías, a medida que la vida, la familia y el derecho a la privacidad se diluyen a cuenta gotas con medidas “inocentes” como las cámaras de seguridad en las vías públicas, el “gobierno electrónico, los “likes”, el “whatsapeo”, los compartidos” y otros devaneos del narcisismo psicoelectrónico.

Es obvio, el control del “Big Brother” avanza a pasos agigantados. Lo alimenta la inconsciencia de los nuevos adictos ante lo que algunos científicos describen con justa propiedad: la moderna esclavitud de aquellos que se niegan a pensar por sí mismo.. Algo perjudicial y letal para el funcionamiento propicio y saludable de la democracia y el desarrollo en las relaciones humanas.