“Espero tener siempre suficiente firmeza y virtud para conservar lo que considero que es el más envidiable de todos los títulos: el carácter de Hombre Honrado”.  (George Washington).

Con la sabiduría del sabio, Aristóteles nos decía que “la dignidad no consiste en nuestros honores sino en el reconocimiento de merecer lo que tenemos”. En esta sociedad del simulacro, del espectáculo o, como nos diría Zygmunt Baumann, de la sociedad líquida, los “ingredientes” del éxito son la mera mueca de la materialidad, del consumismo, del hedonismo y del relativismo, sin el más mínimo pudor.

El “éxito” es la apariencia, es el tener sin importar como, es una construcción social-cultural que se cimenta en los signos visibles de objetos, de cosas, de una simbología social que expresa status, en una tangibilidad que se mimetiza en la fragua del paradigma mediático. El “éxito”, así configurado en los últimos 12 años, deviene, al mismo tiempo, como una “imposición” desde el poder para negarse a sí mismo, para negar sus raíces, para olvidar de donde vienen.

La elite política dominante destrozó a un gran segmento de la sociedad en el sentido ético, en el sentido moral, en el valor de la decencia, en el coraje y arrojo de la pulcritud, del honor, de la virtud, de la honradez, de la honestidad, de la trascendencia y la significación. La desfachatez y el descaro, en su espacio de hegemonía, han querido convertirlas en el vademécum de defensa de creación de miedo y de “igualarnos” a todos.

Trastocan con sus acciones todo lo que de verdad tiene sentido. “Argumentan” en las ondas hertzianas, hurgando en la manipulación y la desinformación, los ejes individuales, de un ser humano cuyas decisiones un día lo afectaron a él y no lo público. Se encuentran atomizados y eclipsados en los análisis. No entienden los procesos ni la dinámica social de los pueblos. No objetivizan las fuerzas sociales y el candor de una sociedad cuando despierta.

Al libreto de ayer lo reditúan hoy con la misma parsimonia de un adulto mayor de 110 años. Con los ojos cuasi cerrados, no logran mirar la realidad con nuevos ojos. No logran crear un nuevo dibujo que se acerque, ni escuchar el nuevo sonido de la historia. Lo virtual sin eco en la concreción real, se desvirtúa y se vuelve en un tiburón herido que resurge del propio estómago, que lo creía digerido. El resultado no es más que la vanilocuencia de discursos de una parálisis paradigmática.

En la República Dominicana el promedio salarial, de los 16 salarios mínimos sectorizados, están en el umbral de RD$9,000 mil pesos. El 20% que representan el Quintil No. 1 del Banco Central, de una Canasta de RD$13,260.27, no logran satisfacer sus necesidades básicas. Apenas pueden cubrir un 40% del costo promedio de la canasta. El 30% de los jóvenes no tienen empleo. El 21% de los jóvenes entre 15 – 24 años son NI NI. El 20.5% de las niñas y adolescentes representan el universo de cada 100 mujeres embarazadas. El Subempleo alcanza un 19% y el empleo producido por la economía informal está situado en un 56%. Constituyen, la gran mayoría, seres humanos desprotegidos de la Seguridad Social y los que algún día se pensionen, que corresponden a la economía formal, recibirán entre un 23 a un 30% de sus salarios, una vez cumplan con 360 cotizaciones, esto es, un mínimo equivalente a 30 años.

La desigualdad social creció en el 2016 con respecto al 2015: 0.468 y 0.456, respectivamente. Un 19% de los profesionales con títulos universitarios no tienen empleos y los que trabajan, lo hacen en labores que no fueron las que estudiaron: 32%. La Tasa de Victimización sigue creciendo. Los suicidios aumentaron 4.4% en el 2016 y las tasas de mortalidad materna e infantil son las más altas de toda la Región. ¡Ese es el panorama social, el termómetro social, de una sociedad que crece, pero no de manera inclusiva! Allí, donde solo un 8% se movilizó de manera ascendente en los últimos 11 años.

El “éxito” después de esta radiografía social, es la manera como la partidocracia exhiben su ostentación económica, su opulencia material, a partir de la succión del dinero público. De la unión de la delincuencia política con la delincuencia empresarial. Es como si estuviésemos construyendo una democracia lavada en oro, donde como sociedad no hemos cuantificado que porcentaje del crecimiento de la economía es el resultado de una economía subterránea, producida por el narcotráfico y la corrupción. ¡Es una negación de los valores democráticos!

La visión de un Estado donde el corporativismo es lo nodal, grafica un comportamiento y una perspectiva de los actores políticos, en los signos de “éxitos”. Por eso vemos dirigentes políticos y funcionarios con las yipetas más caras, con los carros más deslumbrantes, tales como Ferrari, Lamborghini, Mercedes Benz, Pagani. Relojes, sencillamente desconcertantes para un político que no tienen un origen social alto. Los lentes son, en su necesidad de encubrir todo lo que hacen, en una muestra de la psicología del autoengaño, una proyección consigo mismo. Utilizan todas las marcas para no mostrar los órganos de la vista.

Crecemos, empero, somos el país con la peor brecha social como diría Miguel Ceara, no aprovechamos las oportunidades que genera el referido crecimiento. Somos el país con la peor protección social de toda la Región, ejemplificado en los sectores: Salud, Nutrición, Oportunidades productivas, Educación y en el Pilar Institucional y Transparencia. Nos encontramos desamparados, con profundos déficits de confianza. El termómetro social se agrieta y con ello la Cohesión Social.

Toda la problemática del Capital Humano, que trae consigo, el Desarrollo productivo y con ello del Capital Social, nos abruman. Sencillamente, el ritmo de crecimiento no trae consigo Desarrollo Humano a la par. La pobreza de hoy es la misma de hace 14 años, antes de la crisis bancaria.

El “éxito” de hoy galvanizado en la partidocracia, no puede coadyuvar a un mejor cambio social, más vital, más inclusivo. Urge un sentido más humano, que contribuya al desarrollo más armónico de la democracia, que no se anide en la patología que enarbolan los que hoy son funcionarios y legisladores; caracterizados con altos salarios sin crear riquezas.

Ameritamos de un nuevo modelo referencial para una sociedad donde la reputación, las condiciones académicas, intelectuales, la preparación, las competencias, el espíritu emprendedor no constituyen las dimensiones para escalar en la jerarquía social. Nuestra sociedad, requiere de una nueva mirada social, donde el cambio vital, esté motorizado en el desarrollo del Capital Humano y en la igualdad de oportunidades y no en la exclusión, la desigualdad y el “privilegio” de pertenecer a un partido. ¡Que la meritocracia sea el valor!